
En publicidad siempre repetimos que las mejores marcas nacen de un insight. Y si hoy tuviera que inventar una nueva marca de café peruano, no la vendería como la más aromática ni como la que más te despierta. La lanzaría con una frase que todos hemos dicho o escuchado: “¿Nos tomamos un café?”
Esa pregunta rara vez es inocente. Cuando alguien propone un café, sabemos que no se trata de la cafeína. Es la antesala de una conversación -muchas veces- incómoda: ese café que trae feedback duro, el pedido de un consejo que duele, la noticia de un despido o de una relación rota. El café, en nuestro día a día, es el escenario donde nos atrevemos a hablar de lo que solemos evitar.
Y en el Perú tenemos demasiados cafés pendientes.
¿Por qué? Porque vivimos en un país donde nos gritamos más de lo que nos escuchamos, donde preferimos disparar un meme antes que dar la cara, donde la política se volvió un monólogo sin guion compartido. Hoy, con decenas de candidatos peleando micrófonos y cero disposición a escuchar, la democracia parece un timeline saturado de mensajes sin interacción real.
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Por eso mi pitch de campaña sería lanzar Café Pendiente, una marca ficticia que no se compra con dinero, sino con tolerancia. Una estación de café en la que el único medio de pago es dedicar segundos para escuchar al otro. No importa si piensas distinto, si eres de derecha o de izquierda, de la “U” o de Alianza, Team Gisela o Team Magaly. La única condición es sentarte, taza en mano, y aceptar que la conversación puede incomodarte, pero también transformarte.
Imagina la campaña: el dirigente de la Trinchera Norte y el de la Barra Blanquiazul compartiendo mesa. Magaly y Gisela frente a frente. Líderes políticos con posturas irreconciliables obligados a tomarse un café antes de debatir en televisión. Y nosotros, los ciudadanos, comprobando que escuchar al otro no mata, humaniza.
Porque como peruanos no necesitamos más slogans vacíos; necesitamos más de esos cafés.
La ciencia respalda este insight. Estudios publicados en Psychological Science señalan que la calidez física de una taza de café influye en cómo percibimos a la otra persona: sentimos más confianza y empatía cuando compartimos calor literal. Investigaciones de la Universidad de Yale incluso describen el “efecto café” como un disparador de cercanía y disposición a escuchar. No es casualidad que las negociaciones más tensas se suavicen cuando alguien propone: “vamos por un café”. El ritual funciona como un lubricante social: baja defensas, invita a abrirse y conecta a través de un gesto cotidiano.
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Y en marketing lo sabemos bien: ninguna marca sobrevive si solo habla de sí misma. El secreto está en escuchar al consumidor, reconocer sus dolores y atreverse a resolverlos. El Perú debería aprender algo de eso: sin escucha activa, no hay marca país posible. Y sin diálogo, no hay contrato social que aguante.
Hoy celebramos el Día del Café Peruano. Ojalá lo usemos no solo para brindar con orgullo por ser uno de los mejores productores del mundo, sino también para recordar que la taza que nos falta no es de exportación: es de conversación.
Así que sí, este es un pitch. No de café, sino de país. Una invitación a pasar de la crítica a la acción: hablar claro, decidir mejor y escuchar de verdad. Porque el verdadero poder del café no es mantenernos despiertos, sino despertarnos a lo que podemos ser juntos.
¿Nos tomamos ese café?

CEO de Boost y directora de Women CEO. Una de los 100 líderes con mayor reputación del país, según Merco. Autora de cinco libros de marketing.