
México y Canadá fueron los primeros países a los que Donald Trump amenazó con aranceles cuando regresó a la Casa Blanca en enero. Diez meses después, ambos disfrutan de un tipo arancelario global estimado inferior al 10%, según Capital Economics, una consultora con sede en Londres, muy por debajo de la media mundial del 17%.
Han estado protegidos por el Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC), un acuerdo comercial que Trump negoció durante su primer mandato para sustituir al antiguo Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de características similares. La mayoría de los productos cubiertos por el T-MEC han quedado excluidos de los aranceles. Sin él, Trump habría tenido más libertad para dar rienda suelta a sus impulsos.
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Pero el T-MEC está bajo presión. El 16 de septiembre, México y Estados Unidos iniciaron consultas previas a la primera revisión formal del acuerdo, que comenzará el 1 de julio de 2026. El replanteamiento del acuerdo es “el mayor punto de influencia para Estados Unidos”, afirmó Lila Abed, del Inter-American Dialogue, un grupo de expertos con sede en Washington.
A pesar de que él mismo negoció el T-MEC, Trump podría echarlo por tierra. La prórroga, la revisión o la derogación del acuerdo determinarán el futuro económico de América del Norte, en particular para México y Canadá. El bloque ha obtenido buenos resultados gracias al libre comercio.

Diego Marroquín Bitar, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos con sede en Washington, calcula que el comercio entre los tres participantes del T-MEC creció un 32% entre 2019 y 2024, hasta alcanzar los US$ 2 billones anuales en términos nominales.
La inversión extranjera directa anual del resto del mundo en Norteamérica creció un 21% durante ese periodo y contrarrestó el descenso global. Para muchos de los objetivos declarados por Trump, como competir con China, parece lógico que los miembros del bloque trabajen juntos. “México es el complemento perfecto de Estados Unidos”, afirmó Luis Rosendo Gutiérrez, subsecretario de Comercio Exterior de México.
Tomemos como ejemplo la producción de semiconductores, una industria de importancia estratégica que se concentra principalmente en Asia Oriental. Llevar una mayor parte de ella a América del Norte podría significar la expansión de la fabricación de chips de alta gama en Estados Unidos. México podría aumentar el ensamblaje de chips de gama baja en dispositivos electrónicos funcionales.
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Hasta ahora, parece que las realidades económicas han protegido al T-MEC. Las empresas estadounidenses tienen cadenas de suministro profundamente arraigadas en México y Canadá. Poner fin al acuerdo las perjudicaría. Pero Trump no respeta ni la forma ni el contenido del acuerdo.
Además de imponer un arancel del 25% a los productos mexicanos no cubiertos por el T-MEC y uno del 35% a los productos canadienses (ambos se someterán pronto al Tribunal Supremo), también ha impuesto aranceles a algunos artículos que sí están cubiertos, como los automóviles, el acero y el aluminio.
Estos aranceles se justifican por motivos de seguridad nacional, algo que permite el T-MEC. Pero cuando se acordó el T-MEC en 2018, Estados Unidos también decidió conceder a Canadá y México una cuota anual de importaciones libres de aranceles de automóviles y piezas de automóvil que podría utilizarse siempre que se invocaran los aranceles en nombre de la seguridad nacional.

Estados Unidos ha ignorado esa cuota, que incluye unos 2.6 millones de vehículos de pasajeros de México y Canadá, así como piezas de automóvil por valor de muchas decenas de miles de millones. En su lugar, actualmente está en vigor un arancel del 25% sobre el contenido no estadounidense de los vehículos terminados, aunque está resultando muy complejo recaudarlo.
Las empresas de México y Canadá han podido limitar los daños asegurándose de que una mayor parte de sus productos cumplan las normas del T-MEC. Pero Estados Unidos tiene en marcha varias investigaciones que podrían dar lugar a la aplicación de aranceles por motivos de seguridad nacional a más productos, como los semiconductores y los dispositivos médicos, por lo que se eludiría así la protección del T-MEC.
“El universo de productos que reciben un trato preferencial es cada vez más reducido”, afirmó Marroquín. Según algunas estimaciones, hasta un tercio del comercio del T-MEC se ve ahora afectado. La cerveza mexicana, por ejemplo, está cubierta por el T-MEC, pero los exportadores deben pagar el arancel de seguridad nacional de Trump sobre el aluminio de la lata.
Golpes al baluarte
Esta erosión de las protecciones del T-MEC es perjudicial para México, Canadá y Estados Unidos. Pero romper el acuerdo sería mucho peor. El daño sería veloz, sobre todo para México. Más del 80% de sus exportaciones se dirigen al norte, lo que equivale a casi un tercio del PBI.
Kenneth Smith Ramos, ex negociador comercial mexicano, señala que las ventajas de México —su ubicación, mano de obra e integración en las cadenas de suministro— se mantendrían incluso sin un acuerdo comercial. Pero afirma que el T-MEC es una “pieza fundamental para la competitividad de México”.
Canadá, por su parte, envía tres cuartas partes de sus exportaciones al sur, incluyendo petróleo, madera, piezas de automóviles y aluminio. Estados Unidos tampoco se libraría, ya que la quinta parte de sus exportaciones que se destinan a México y Canadá quedarían expuestas a aranceles sin el T-MEC.
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Por ello, la mayoría de los observadores esperan que el T-MEC se renueve de alguna forma en 2026 por 16 años, la duración del primer acuerdo. Sin embargo, pocos creen que eso impida que Trump castigue a sus vecinos con aranceles. Es muy probable que los automóviles se conviertan en un tema de conflicto en las negociaciones. Canadá ya ha planteado objeciones oficiales debido al incumplimiento de las cuotas por parte de Estados Unidos.
Las disputas sobre lo que se considera “contenido regional” eran constantes incluso antes de que Trump regresara a la Casa Blanca. Sin duda se planteará la dependencia de las cadenas de suministro chinas. Estados Unidos también está preocupado por la actividad de las empresas chinas en México. Y no le gusta que las importaciones de México procedentes de China sean tantas y sigan aumentando, especialmente las de automóviles.
Las barreras no arancelarias molestan a los tres países. La prohibición de México del maíz transgénico enfurece a los agricultores estadounidenses. Los agricultores mexicanos detestan que Estados Unidos utilice la seguridad para justificar la suspensión de las importaciones de fruta.
Trump cree que las normas lácteas de Canadá bloquean los productos estadounidenses. El hecho de que los dos participantes que están más a favor del comercio digan que colaborarán puede reforzar el T-MEC. El 18 de septiembre, Mark Carney, primer ministro de Canadá, realizó su primer viaje oficial a México y se reunió con Claudia Sheinbaum, presidenta de México. Ambos prometieron “fortalecer” el T-MEC.

Hasta la fecha, han adoptado tácticas muy diferentes a la hora de abordar los aranceles de Trump. Canadá ha sido abiertamente crítico; Carney ganó las elecciones generales con un fuerte mensaje antitrumpista. Por el contrario, México ha aceptado las demandas estadounidenses y se ha esforzado por establecer una relación con Trump y su equipo.
En septiembre, México anunció que impondría aranceles del 20% al 50% a 1,463 productos procedentes de países con los que no tiene acuerdos de libre comercio. México afirma que estos aranceles se han diseñado para proteger las industrias locales, pero es innegable que también son una reacción a las preocupaciones de Trump sobre China.
Los automóviles chinos, que en 2024 representaban el 20% de los automóviles nuevos vendidos en México, frente a menos del 1% en 2017, estarán sujetos a un arancel del 50%. Además, México ha elaborado un mecanismo de control de la inversión extranjera directa y lo ha remitido a las autoridades estadounidenses para su revisión.
“México ha hecho a veces más que Estados Unidos para proteger la competitividad norteamericana”, aseguró Gutiérrez. A largo plazo, los constantes y erráticos ataques de Trump difícilmente dejarán de dañar el sistema comercial norteamericano.
Tanto México como Canadá quieren diversificar su comercio fuera de Estados Unidos (aunque los aranceles previstos por México socaven ese objetivo). Ambos también afirman que quieren fabricar más productos en su territorio, y se inclinan hacia el proteccionismo. La integración y el libre comercio siguen siendo, con diferencia, la mejor opción para Norteamérica. Cuanto más se preserve, mejor.