
Ya se encuentra entre los mayores auges de inversión de la historia moderna. Este año, las grandes empresas tecnológicas estadounidenses gastarán casi US$ 400,000 millones en la infraestructura necesaria para hacer funcionar modelos de inteligencia artificial (IA).
OpenAI y Anthropic, los principales creadores de modelos del mundo, están recaudando miles de millones cada pocos meses; su valoración combinada se acerca al medio billón de dólares. Los analistas calculan que para fines de 2028 las sumas gastadas en todo el mundo en centros de datos superarán los US$ 3 billones. La escala de estas apuestas es tan grande que vale la pena preguntarse qué ocurrirá en el momento de los rendimientos.
Aunque la tecnología tenga éxito, mucha gente perderá hasta la camisa. Y si no lo tiene, el dolor económico y financiero será rápido y severo. Los inversionistas siempre se vuelcan en masa sobre las tecnologías prometedoras, pero la fiebre de la IA es más extrema que muchos booms pasados.
Los promotores afirman que la inteligencia artificial general o IAG (modelos que superan al ser humano promedio en la mayoría de las tareas cognitivas) podría estar a tan solo unos años de distancia. La primera empresa que consiga lanzarla podría obtener beneficios inimaginables. Los inversionistas y los innovadores saben que quizá no estén apostando por el modelo adecuado. Pero si gastan con lentitud y cautela, es como si no se molestaran en gastar.
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En consecuencia, se está produciendo una implacable carrera de inversiones, en la que las grandes empresas tecnológicas derrochan en la potencia informática necesaria para construir los modelos más grandes. Cada vez hay más actores adicionales, desde promotores inmobiliarios a generadores de electricidad.
Oracle es la última en unirse a la fiesta. Su valor se disparó el 10 de septiembre tras publicar una ambiciosa previsión para su negocio en la nube relacionado con la IA, lo que convirtió brevemente a su jefe, Larry Ellison, en el hombre más rico del mundo. Pase lo que pase, muchos inversionistas perderán dinero.
En el escenario más optimista, la IAG llegará y marcará el comienzo de un nuevo mundo de crecimiento económico de quizás un 20 por ciento anual, como escribimos en julio. Algunos accionistas disfrutarían de rendimientos astronómicos; muchos otros se enfrentarían a grandes pérdidas.
Sin embargo, también hay que considerar escenarios menos espectaculares. La tecnología puede evolucionar de maneras que los inversionistas no esperan. Por ejemplo, cuando la corriente alterna acabó por imponerse en Estados Unidos en el siglo XIX, las empresas de electricidad de corriente continua se vieron eclipsadas y obligadas a consolidarse.
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Hoy en día, los inversionistas consideran que los probables ganadores de la AI son los que pueden hacer funcionar los modelos más grandes. Pero, como informamos la semana pasada, los primeros en adoptarla están recurriendo a modelos lingüísticos más pequeños, lo que podría sugerir que, después de todo, podría necesitarse menos capacidad informática. O el camino hacia la adopción generalizada podría ser más lento y accidentado de lo que esperan los inversionistas, lo que daría a los rezagados de la Inteligencia Artificial una oportunidad de luchar.
Los problemas de la tecnología, la dificultad de suministrar energía eléctrica con rapidez o la inercia administrativa podrían significar que la adopción sea más gradual de lo que se esperaba en un principio. Al actualizar que sus expectativas de ingresos derivados de la IA podrían ser menores, muchos inversionistas y acreedores podrían estar menos dispuestos a aceptar inversiones grandes.
El flujo de capital podría ralentizarse; algunas empresas emergentes, agobiadas por el peso de las pérdidas, podrían retirarse por completo. ¿Cómo sería ese enfriamiento de la IA? Para empezar, muchos de los gastos actuales podrían resultar inútiles. Tras el auge ferroviario del Reino Unido en el siglo XIX, se construyeron en el país vías, túneles y puentes; gran parte de esto sirve hoy a los pasajeros.
Los bits y bytes siguen zumbando por las redes de fibra óptica construidas en los años de las puntocom. El auge de la IA puede dejar un legado menos duradero. Aunque los armazones de los centros de datos y la nueva capacidad energética podrían encontrar otros usos, más de la mitad del derroche de gasto de capital se ha destinado a servidores y chips especializados que se vuelven obsoletos en pocos años.
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La buena noticia es que el sistema financiero actual tal vez pueda absorber el golpe. Algunas quiebras tecnológicas han sido brutales; tras el estallido de la burbuja ferroviaria británica en la década de 1860, los bancos sufrieron grandes pérdidas, lo que provocó una crisis crediticia.
Sin embargo, hasta ahora, gran parte de la inversión en centros de datos se ha financiado con el pozo profundo de los beneficios de las grandes empresas tecnológicas. Aunque empresas como Meta están recurriendo a la deuda para ayudar a financiar sus últimas inversiones, sus lucrativos negocios y sus sólidos estados de resultados significan que están bien posicionadas para financiar un auge tecnológico.
Entre los más dispuestos a proporcionar ese crédito están los fondos del mercado privado, que suelen estar financiados por personas e instituciones ricas y no por depositantes ordinarios. Las nuevas empresas de IA suelen estar financiadas por fondos soberanos y de riesgo bien capitalizados, que podrían soportar pérdidas.
Sin embargo, aún podrían surgir varios problemas. Cuanto más se extienda el auge de las inversiones, las estructuras de financiamiento podrían correr más riesgos y las empresas podrían endeudarse más.
Las empresas eléctricas están desesperadas por aumentar sus inversiones para suministrar la electricidad que necesita la IA; una empresa de servicios públicos muy endeudada podría sobrecargarse fácilmente.
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La economía estadounidense también sufriría un duro golpe. Según un cálculo, el auge de la IA ha contribuido en un 40 por ciento al crecimiento de su PBI en el último año, una cifra asombrosa para un sector que solo representa un pequeño porcentaje del rendimiento total.
Si se reducen los proyectos de inversión, o se abandonan por completo, esto se traducirá en malestar económico, ya que se construirán menos centros de datos y se empleará a menos trabajadores para construirlos. Temor al incendio Para empeorar las cosas, las caídas del mercado bursátil podrían hacer que los propietarios de activos recorten sus gastos.
Como las valoraciones de las empresas relacionadas con las IAs se han disparado, las carteras están dominadas hoy por un puñado de empresas tecnológicas. Y los hogares están más expuestos a las acciones que en 2000; si los precios caen, su confianza y su gasto podrían resentirse.
Los más pobres se salvarían, porque suelen tener pocas acciones. Pero son los ricos quienes han impulsado el consumo en Estados Unidos durante el último año. La economía, privada de sus fuentes de fortaleza, se debilitaría a medida que los aranceles y las tasas de interés elevadas cobraran factura.
Cuanto mayor sea el auge, mayores podrían ser las consecuencias de un enfriamiento de la IA. Si la tecnología acaba cumpliendo las promesas extravagantes en su nombre, se abrirá un nuevo capítulo de la historia. Sin embargo, la historia de su frenética búsqueda también llegará a los libros de texto.