
La muerte del papa Francisco el 21 de abril se produjo en medio de un tumulto en los asuntos internacionales, en el que se esperaba que el difunto pontífice desempeñara un papel influyente. Dos días después de sufrir un derrame cerebral mortal, el sencillo féretro de Francisco fue trasladado de sus modestas estancias en el Vaticano al ornamentado interior de la Basílica de San Pedro. Estaba previsto que a su funeral, el 26 de abril, asistiera una constelación de líderes mundiales, entre ellos el presidente Donald Trump.
La partida del papa saca de la escena internacional a un líder con un gran poder de influencia y una visión claramente ambigua del nuevo gobierno de Trump. No todos los 1,400 millones de católicos bautizados del mundo siguen las directrices de su líder espiritual en asuntos temporales. Pero incluso quienes discrepan vehementemente de las opiniones de un papa no pueden ignorarlas.
Entre sus discrepantes se encontraba el vicepresidente J.D. Vance, un converso tardío al catolicismo, que fue el último visitante distinguido que habló con Francisco antes de su muerte. El difunto papa había denunciado como una “calamidad” los planes de el nuevo gobierno para la deportación masiva de los inmigrantes ilegales de Estados Unidos.
En cualquier caso, el papa no era un gran admirador de Estados Unidos ni del capitalismo desenfrenado. Como latinoamericano, había visto de cerca algunos de los aspectos menos meritorios de la política exterior estadounidense.
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Quizá más que ninguno de sus predecesores, subrayó que la doctrina social católica condenaba no solo el marxismo, sino también el liberalismo económico desenfrenado. Sus ideas sobre el cambio climático discrepaban de las de Trump y su movimiento. “Debemos comprometernos con... la protección de la naturaleza”, dijo el año pasado. La reacción de los conservadores estadounidenses osciló entre la consternación y la indignación.
En lo que sí coincidían el difunto pontífice y Trump fue en el aborto y, de forma más matizada, en la necesidad de poner fin a los conflictos de Ucrania y Gaza. Pero parecía improbable que sus puntos de acuerdo evitaran una colisión de valores y voluntades.
Por el contrario, el 20 de diciembre, Trump nombró enviado ante la Santa Sede a Brian Burch, un crítico de línea dura de Francisco. El papa pareció responder con el nombramiento del cardenal Robert McElroy, un abierto defensor de los inmigrantes, como arzobispo de Washington D.C. El escenario estaba preparado para un enfrentamiento.
Eso no ocurrirá ahora, a menos que los cardenales encargados de elegir al sucesor de Francisco elijan a un hombre del mismo molde. Si se atienen al reglamento, el cónclave —la asamblea de cardenales que elegirá al próximo papa— se abrirá entre el 6 y el 10 de mayo. Para una persona ajena al tema, quizá parezca inevitable que se elija a un pontífice progresista.

Todos menos 27 de los 135 cardenales con derecho a voto fueron elegidos por Francisco. Pero las elecciones papales, que los católicos creen son guiadas por el Todopoderoso, producen sorpresas. Francisco fue elegido en 2013 por un electorado compuesto casi en su totalidad por cardenales nombrados por sus dos predecesores conservadores.
Hay varias razones por las que un pontífice liberal no es una conclusión obvia. Francisco fue arrancado, según sus propias palabras tras su elección, del “fin de la Tierra” y tiene afición a nombrar cardenales a prelados de partes del mundo mucho más periféricas que su Argentina natal.
El resultado es que muchos de los cardenales electores no se conocen entre sí. Por tanto, pueden ser más susceptibles a la influencia de un grupo de presión bien organizado. Y no hay ningún grupo de presión en las altas esferas de la Iglesia católica mejor organizado que el de los cardenales conservadores estadounidenses.
No todas las elecciones de Francisco para el colegio cardenalicio son progresistas. En África escasean los obispos y arzobispos católicos liberales. En muchos casos, el difunto papa no tuvo más remedio que nombrar a tradicionalistas.
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El conservadurismo de estos podría explicar por qué África estará infrarrepresentada. La población católica del continente representa aproximadamente una quinta parte del total mundial. Sin embargo, los africanos solo emitirán una octava parte de los votos.
Otra consideración es la manera en que se eligen los papas. Antes del cónclave, los cardenales mantendrán varios días de debate informal, para que tengan tiempo de conocerse y de decidir cuántos de ellos son papables.
En la reunión también se intentará llegar a un acuerdo sobre la cuestión principal a la que se enfrenta la Iglesia, de modo que pueda utilizarse como criterio para elegir al próximo papa. A menudo se dice que, si los cardenales hubieran estado de acuerdo en 2005 en que el mayor reto del catolicismo era la expansión del islam, habrían optado por Francis Arinze, un cardenal nigeriano. En lugar de ello, decidieron que era la secularización de Europa, por lo que entregaron el cargo a un alemán, que se convirtió en Benedicto XVI.

Francisco fue elegido para sacudir la administración vaticana y hacerla más sensible a la Iglesia en general. La intención era reforzar la autoridad y la influencia de las asambleas de obispos reunidas en el Vaticano para debatir cuestiones específicas. El pontífice cumplió la primera de esas misiones en 2022 con la publicación de una nueva constitución vaticana. Pero la segunda sigue siendo más una aspiración que un logro, en gran parte porque Francisco no estaba dispuesto a ceder cuando las asambleas, o sínodos, llegaban a conclusiones que él no compartía.
Reforzar los poderes de los sínodos podría considerarse la principal prioridad. Pero hay otras posibilidades. Una es la preocupación por la progresiva secularización no solo de Europa occidental y Norteamérica, sino también de la Europa del Este católica y Latinoamérica.
Esto se debe, al menos en parte, a otra cuestión aún acuciante: el efecto debilitador y continuado de los repetidos escándalos de abusos sexuales a jóvenes por parte del clero. Otro es el ascenso de China. Eso podría ser un argumento a favor de un prelado asiático. Pero puede que, tras el papado relativamente poco convencional de Francisco, exista el deseo de un líder que pueda reconciliar las alas contendientes de la Iglesia. Sea cual sea el tema elegido, incluso podría ser que un determinado conservador fuera más adecuado para abordarlo que cualquier progresista, por muy papable que sea.