
La orden de Donald Trump “es inverosímil”, comentó un juez de distrito durante la primera semana del presidente de vuelta en la Casa Blanca. Se refería a una orden ejecutiva del 20 de enero por la que se ordenaba que solo se les concediera la ciudadanía por derecho de nacimiento a los hijos de ciudadanos y residentes permanentes.
El juez, John Coughenour, declaró en ese momento que la directiva de excluir tanto a los inmigrantes indocumentados como a las personas que trabajan o estudian durante un tiempo en Estados Unidos era “claramente inconstitucional” y le puso un freno temporal a la orden.
Es fácil comprender su perplejidad. La Decimocuarta Enmienda estipula que todas las personas “nacidas o naturalizadas en Estados Unidos y sujetas a su jurisdicción son ciudadanas”. Durante mucho tiempo, la interpretación que se le dio a este texto fue que cualquier niño nacido en suelo estadounidense se convertía de inmediato en ciudadano, independientemente de la condición de sus padres.
Sin embargo, Trump y sus aliados han vuelto a analizar el lenguaje de la Decimocuarta Enmienda, con la esperanza de convencer a los tribunales de que su interpretación ha sido errónea.
En mayo llegará a la Corte Suprema un caso relacionado con la orden ejecutiva de Trump, pero ese asunto se refiere a una cuestión distinta (e importante) sobre qué jueces tienen potestad para dictar medidas cautelares a escala nacional en tanto se deciden las demandas. Varios juristas opinan que, cuando la tesis fundamental de la orden de Trump sobre el derecho de nacimiento llegue a la Corte Suprema, es poco probable que el presidente tenga éxito.
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Tal vez Trump lo sepa, pero disfruta la controversia como parte de su campaña política y disuasoria más amplia para mantener fuera a los extranjeros no deseados por todos los medios posibles. En cualquier caso, la polémica en torno a su orden plantea cuestionamientos que muchos estadounidenses no se habían planteado antes: ¿por qué Estados Unidos tiene la ciudadanía por derecho de nacimiento y qué ocurriría si se aboliera?
A Trump le gusta decir que Estados Unidos es el único país que tiene una disposición de este tipo. Es falso. En los países europeos existen restricciones a la ciudadanía por derecho de nacimiento, pero esta política es común en toda América.

Esta división atlántica se remonta a la época en que las sociedades de colonos utilizaban la ciudadanía por derecho de nacimiento como “motor de asimilación”, según explica Peter Spiro, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Temple.
Esta posibilidad terminó para muchos con la tristemente célebre sentencia Dred Scott de la Corte Suprema en 1857, cuya conclusión fue que los negros no eran estadounidenses ni lo podrían ser nunca.
Uno de los objetivos del lenguaje generalizado de la Decimocuarta Enmienda, aprobada tras la guerra de secesión, fue evitar otra sentencia tan innoble. Desde entonces, el derecho universal a la ciudadanía por nacimiento para todos ha sido respaldado por “precedentes judiciales de larga data, la práctica del poder ejecutivo y la práctica del Congreso”, afirmó Amanda Frost, profesora de Derecho de la Universidad de Virginia.
Nacido en EE.UU.
La táctica de Trump se basa en estudios de académicos conservadores que hacen notar que a veces se pasa por alto la mención de “jurisdicción” en la Decimocuarta Enmienda. Aunque la interpretación que se le había dado con anterioridad a esta palabra era que creaba excepciones aplicables a los hijos de diplomáticos o nativos americanos, ahora algunos consideran que establece un requisito de “lealtad” de los padres a Estados Unidos.
Es una cuestión que vale la pena someter a juicio, en opinión de Andrew Arthur, quien fungió como juez de inmigración y ahora colabora en el Centro de Estudios sobre Inmigración, un grupo de reflexión partidario de reducir la inmigración. Explica que, incluso si fracasa la defensa que Trump plantea para su orden ejecutiva, al menos resolverá un problema constitucional que existe desde hace más de un siglo.
Si el presidente consigue un fallo favorable, el cambio requeriría transformar el destartalado y descentralizado sistema empleado en Estados Unidos para llevar los registros de nacimiento. A diferencia de la mayoría de los demás países, Estados Unidos no tiene un registro central de nacimientos, sino que los estados, condados y municipios expiden certificados de nacimiento.
En este momento, hay 14,000 tipos diferentes en circulación. A pesar de ello, solo se requiere presentar un certificado para demostrar la ciudadanía. Además, a diferencia de los países europeos, solo la mitad de los estadounidenses tienen pasaporte.
Basta considerar el melodrama en torno al programa Real ID, cuyo propósito era establecer normas federales para la identificación, pero se ha convertido en un prolongado fiasco. Tras una serie de retrasos, está previsto que entre en vigor este mes, 20 años después de su aprobación. Crear documentación nueva para demostrar la ciudadanía sería aún más complicado.
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La ciudadanía por derecho de nacimiento está tan arraigada que es difícil incluso calcular a cuántos nacimientos afectaría la orden de Trump. Según datos del Urban Institute, hay más de un millón de niños estadounidenses menores de tres años con padres no ciudadanos.
Cuando se concede la ciudadanía con tal generosidad, se corre el riesgo de incentivar a los jóvenes que vienen a Estados Unidos a tener familia, y existe una especial oposición al turismo de natalidad, que consiste en que una futura madre venga a Estados Unidos con el único propósito de conseguir la ciudadanía para su hijo. No obstante, el Centro Niskanen, un grupo de reflexión, calcula que solo hay unos cuantos miles de nacimientos de este tipo al año.
Varios investigadores han descubierto que la ciudadanía por derecho de nacimiento sí aumenta la asimilación a un país, como ocurrió en los albores de Estados Unidos.
En Alemania, se aplicaron cambios en el año 2000 que hicieron las normas de ciudadanía más parecidas al sistema estadounidense, por lo que proporcionan una especie de experimento natural.
Algunos economistas descubrieron que, tras la reforma, los padres inmigrantes pasaban más tiempo con los alemanes nativos, hablaban más alemán y empezaron a matricular a sus hijos en centros de educación infantil en porcentajes similares a los de las familias no inmigrantes.
“Parece que los resultados de la asimilación en Estados Unidos son mejores de lo que han sido los resultados de la asimilación en Europa”, comentó Gil Guerra, del Centro Niskanen, e identificó la ciudadanía por derecho de nacimiento como una de las causas. Si la orden de Trump sobrevive en la Corte Suprema, entonces parte del ideal del crisol de razas de Estados Unidos sobrevivirá con ella.