
Si alguien te señalara una puerta cerrada y te dijera que detrás de ella hay algo que puede hacerte desmayar, vomitar, abortar o sufrir un infarto, ¿te darían ganas de abrirla? Para la mayoría, la respuesta sería “claro que no”. A muchos, sin embargo, les intrigaría lo suficiente como para echar un vistazo.
En 1974, los periódicos informaron que el público de “El exorcista” estaba teniendo este tipo de reacciones, pero muchos espectadores no se inmutaron. “El exorcista” fue la segunda película más taquillera del año y la única de terror entre las 20 más taquilleras. Medio siglo después, la gente disfruta más que nunca de los sustos cinematográficos. Las películas de terror representan una quinta parte de los 20 títulos más taquilleros del mundo.
A principios de octubre, las películas de terror habían recaudado más de US$ 1,000 millones en Estados Unidos y representaban alrededor del 17% de los ingresos de taquilla, frente al 4% de hace tan solo una década. La tendencia es similar, aunque menos pronunciada, a escala mundial.

Además de su éxito comercial, el género atrae a talentos de primer orden y elogios de la crítica. La película de terror corporal “La sustancia” (2024) fue nominada a la mejor película en los premios de la Academia en marzo; Michael B. Jordan y Amy Madigan están provocando rumores de premios Oscar por sus interpretaciones en “Pecadores” y “La hora de la desaparición”, respectivamente.
Estamos en la edad de oro del cine de terror. ¿Por qué y cómo? Clark Collis aborda la segunda cuestión en “Screaming and Conjuring”, un relato profundamente divulgativo de la reanimación del género. Las películas de terror son tan antiguas como el propio cine: Bela Lugosi interpretó a Drácula en 1931, nueve años después de que Max Schreck lo hiciera en “Nosferatu”. Con el tiempo, el género ha demostrado ser excepcionalmente flexible.
En los años 50, con la aceleración de la carrera espacial y el temor a las armas nucleares, proliferaron las películas de terror sobre amenazas interplanetarias (“La mancha voraz”) y radiación (”Godzilla”). En las décadas siguientes, el terror se volvió más desagradable y menos “camp”, con asesinos desquiciados como Norman Bates en “Psicosis” (1960) y Leatherface en “La masacre de Texas” (1974) que acechaban las pantallas.

La década de 1980 fue testigo del auge y caída de la franquicia “slasher”. Jason Voorhees, Freddy Krueger y Michael Myers descuartizaron alegremente a adolescentes atractivos en las películas “Viernes 13”, “Pesadilla en la calle del infierno” y “Halloween”, pero a principios de los 90 el público se había cansado de ellos.
“Drácula de Bram Stoker” (1992), de Francis Ford Coppola, y “Entrevista con el vampiro” (1994), de Neil Jordan, fueron éxitos de gran presupuesto, pero ninguna de ellas era especialmente aterradora. Collis atribuye a “Scream” (1996) la revitalización del terror. El guion era arcaico e inteligente. En la escena inicial, el asesino pregunta a su primera víctima por su película de terror favorita; otro personaje habla de las “reglas” de supervivencia en las películas de terror. Asustaba y divertía al público. Le siguieron cinco secuelas y una serie de televisión; la franquicia recaudó más de US$ 740 millones (1,200 millones en moneda actual).
George Romero, que dirigió “La noche de los muertos vivientes” (1968), una película de zombis que marcó un hito, declaró: “El género estaba muriendo y ‘Scream’ fue la solución".

Entonces, en 1997, dos directores noveles lanzaron una convocatoria para jóvenes actores dispuestos a soportar “el proyecto más exigente y desagradable de su carrera”. El resultado fue un falso documental rodado con muy poco dinero en una zona rural de Maryland. Tenía un guion mínimo, sin efectos especiales ni monstruos en pantalla.
“El proyecto de la bruja de Blair” demostró ser genuina e imaginativamente terrorífica, y se basó en la sugestión y en el desentrañamiento psicológico de sus tres protagonistas. Ha recaudado más de US$ 480 millones en moneda actual.
Las películas de “metraje encontrado” se dispararon a raíz de “La bruja de Blair”. Los estudios se dieron cuenta de que las películas de terror podían ser baratas y eficaces: no necesitaban estrellas ni elaborados efectos visuales.
Blumhouse, fundada en el año 2000, defendió este enfoque, y ofreció a los cineastas presupuestos ajustados, libertad creativa y atractivas condiciones si la película tenía éxito. En 2007 crearon oro con “Actividad paranormal”, que recaudó US$ 290 millones y dio lugar a seis secuelas, a las que siguieron una serie de franquicias populares, como “La purga” y “La noche del demonio”, así como éxitos de crítica como “¡Huye!”.

El terror también se beneficia de dos paradojas. La primera tiene que ver con la edad. Como señala Stephen Follows, analista de datos cinematográficos, “la gente a la que le encantaba el terror en los años 80 y 90, pero a la que se le decía que no era aceptable, ahora dirige la industria y no siente vergüenza ni remordimiento por su amor al terror”.
Los adolescentes de ayer, amantes del terror, se han convertido en los ejecutivos de hoy. Y, sin embargo, no hay género que cuente con un mayor porcentaje de admiradores de entre 19 y 24 años, lo que significa que el público se renueva de manera constante.
Franquicias como “La guerra de las galaxias” e “Indiana Jones” conservan sus bases de admiradores envejecidos, por lo que se ven limitadas por problemas de continuidad, pero el terror recompensa la novedad. Los guionistas abordan temas de actualidad: la franquicia “M3GAN”, por ejemplo, aprovecha los temores sobre la inteligencia artificial, del mismo modo que las películas de los años 50 jugaban con las preocupaciones sobre la era nuclear, y títulos como “El bebé de Rosemary” hacían hincapié en la inmanencia del diablo en un mundo que se secularizaba con rapidez.
Las historias y los personajes también pueden reiniciarse fácilmente. James Whale, Kenneth Branagh y ahora Guillermo del Toro han rodado películas inspiradas en “Frankenstein”, de Mary Shelley, pero con un tono, una estructura y una sensación sorprendentemente distintos. Los estudios se benefician de la familiaridad —y, en el caso de los monstruos clásicos, de la propiedad intelectual gratuita— sin la carga de tener que encajar las historias en una narrativa ya existente.
La segunda paradoja está relacionada con los cines y la distribución. Hace una generación, un cineasta con una idea tenía que pasar por el estudio y el sistema de distribución general. Hoy en día, el equipo es barato: todo el mundo lleva una cámara de cine en el bolsillo todo el tiempo. (Gran parte de “Exterminio: La evolución”, una cinta de terror postapocalíptico estrenada este año, se rodó con iPhones).

Y la distribución nunca ha sido tan fácil. Si los estudios y los productores rechazan un proyecto, los cineastas pueden financiarlo mediante la financiación colectiva y subir el producto acabado a YouTube.
Sin embargo, aunque el terror sea cada vez más fácil de ver en internet, a la gente le sigue gustando verlo en la pantalla grande. Hay algo en sentarse entre extraños en una sala de cine y pasar miedo juntos que intensifica la experiencia. “Las historias de miedo en la oscuridad son algo elemental”, dice Abhijay Prakash, presidente de Blumhouse.
Aun así, ninguno de estos factores explica las razones fundamentales por las que tanta gente decide asustarse y asquearse con las películas de terror. Una razón podría ser que la experiencia es catártica.
En los últimos años, el ambiente se ha ensombrecido y el mundo parece menos seguro que antes. Un estudio del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford reveló que el 40% de las personas evitan las noticias, en comparación con el 29% de 2017, principalmente porque les resultan perturbadoras.
Las películas de terror permiten a los espectadores dirigir su miedo y ansiedad diarios hacia alguien de la pantalla en lugar de dejar que se consuman en su interior. Coltan Scrivner, científico del comportamiento y entusiasta del terror, ofrece una explicación intuitiva en “Morbidly Curious”, otro nuevo libro.
Sostiene que la gente ve películas de terror, visita casas embrujadas y participa en otras experiencias que inducen al miedo para comprender mejor los peligros que les rodean, o que creen que podrían rodearlos. Por eso las mujeres se sienten atraídas por las historias de asesinos en serie y por eso el interés por “Contagio” (2011), la película de Steven Soderbergh sobre una pandemia mundial, se disparó en marzo de 2020. Las personas nerviosas buscan películas de miedo. “Si las cebras pudieran ver películas sobre leones que acechan a sus presas”, escribe, “quizá lo harían”.









