Desde que salió del hospital en diciembre, Luiz Inácio Lula da Silva, mejor conocido como Lula, se ha hecho notar. El presidente brasileño empezó a usar sombreros Panamá para ocultar las profundas cicatrices de las dos operaciones cerebrales a las que tuvo que someterse de emergencia. Estas se realizaron para detener el sangrado en su cerebro luego de que resbaló en el baño y se golpeó la cabeza.
Lula, de 79 años, se ha mostrado de buen humor. Hace poco, dijo de broma que viviría hasta los 120 años. Su partido, el Partido de los Trabajadores (PT), insiste en que se postulará de nuevo en las próximas elecciones presidenciales de Brasil, en 2026.
Entre bambalinas, no hay tanta certeza de eso. El 20 de enero, O Globo, un periódico nacional, informó que Lula sorprendió a los miembros de su gabinete cuando les anunció que no volvería a postularse a menos que estuviera en buen estado de salud. El Partido de los Trabajadores enloqueció. Lula es la única figura popular del partido. Su base de simpatizantes se ha reducido a medida que ha cambiado el Brasil en el que se forjó.
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Otrora una potencia industrial anclada en una fuerza laboral sindicalizada y en su mayoría católica, el Brasil de la actualidad depende de la agricultura de alta tecnología y los trabajadores esporádicos que acuden en bandada a los templos evangélicos. Conforme se desvanece la estrella de Lula, el partido que él construyó, y que domina la izquierda brasileña, se enfrenta a “una crisis de identidad”, afirmó Celso Rocha de Barros, autor de un libro sobre el PT.
La increíble historia de vida y el magnetismo personal de Lula le han ayudado a forjar una conexión con los electores a la que la mayoría de los políticos solo pueden aspirar. Nacido en el seno de una familia pobre en el noreste brasileño, propenso a las sequías, Lula terminó por mudarse a São Paulo, donde escaló de ser un lustrador de zapatos a un tornero y después al líder del sindicato de trabajadores metalúrgicos del país. Es el primer presidente brasileño en ser elegido para tres mandatos no consecutivos. Barack Obama alguna vez se refirió a él como “el mejor”.
EL MEJOR
Durante sus primeros dos mandatos, de 2003 a 2010, se disparó la demanda de materias primas brasileñas por parte de China. La petrolera estatal, Petrobras, descubrió yacimientos enormes de crudo. Esto ayudó a financiar un programa amplio de bienestar y a reducir la pobreza.
Luego, se le acabó la suerte a Lula. Cayó el precio de las materias primas y, en 2014, el PT se vio implicado en un escándalo de corrupción. Las constructoras habían sobornado a ejecutivos de Petrobras y a figuras políticas, incluidos muchos de los miembros del PT.
En 2017, las consecuencias alcanzaron a Lula y fue sentenciado a nueve años de prisión (más tarde, su condena fue anulada). Mientras tanto, el PT emprendió campañas despiadadas contra cualquier posible rival de Lula, para que así mantuviera el control del partido.
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Los escándalos de corrupción afectaron la reputación de Lula, pero sigue siendo un gigante de la política brasileña. Tras su liberación, en 2023, recuperó la presidencia de las manos del populista de derecha, Jair Bolsonaro. Fernando Morais, el biógrafo de Lula, lo describe como “un búfalo”, rudo, disciplinado y energético. Ha menospreciado las preocupaciones sobre su edad insinuando que todavía tiene relaciones sexuales frecuentes con su esposa, que es 21 años más joven que él.
Según una encuesta realizada a más de 8,500 brasileños entre el 4 y el 9 de diciembre, Lula vencería a cualquier rival en 2026. Sin embargo, una estrecha mayoría de ciudadanos comentaron que no debería postularse de nuevo. Este año, “las cosas se pondrán turbias”, advirtió Morais, ya que los candidatos competirán para ganarse la bendición de Lula.
El primero en la lista de posibles sucesores dentro del PT es Fernando Haddad, el ministro de Economía. Haddad es considerado pragmático y una voz poco común en el gobierno que aboga por la continencia presupuestaria. Pero esto ha enfurecido a los partidarios del PT. Sus antecedentes intelectuales (tiene títulos de Derecho, Economía y Filosofía, y escribió una tesis doctoral sobre el “materialismo histórico”) deslustran un poco su atractivo. En 2018, como candidato presidencial del PT, fue aniquilado por Bolsonaro, quien llegó al poder gracias a una ola antisistema.
El PT todavía podría apostar por un ministro o gobernador popular del noreste, su bastión. Las dos opciones disponibles son inciertas. Camilo Santana, el ministro de Educación, está ganando terreno, pero aún no es tan conocido. Rui Costa, el exgobernador del estado más grande del noreste, no ha tenido la mejor experiencia como jefe de gabinete de Lula.
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Esto abre la puerta a posibles herederos del liderazgo izquierdista fuera del PT. Por un tiempo, Guilherme Boulos, diputado socialista de 42 años, pareció ser el sucesor más probable de Lula. Cuando estudiaba en la universidad, se rebeló en contra de su familia adinerada, se mudó a un espacio ocupado ilegalmente y se convirtió en el líder de una organización que ayuda a las personas sin hogar. Aunque quiso apelar a la población pobre de Brasil, ellos no le correspondieron. En octubre, se postuló a la alcaldía de São Paulo y perdió por casi 20 puntos ante el anodino alcalde titular de derecha.
UNA PAREJA PODEROSA
Tabata Amaral, diputada federal por São Paulo y estrella en ascenso de la izquierda, aún no parece tener el suficiente peso político. También se postuló a la alcaldía de São Paulo, pero recibió tan solo el 10% de los votos. Su pareja, João Campos, el alcalde de Recife, la capital de Pernambuco, el estado natal de Lula, podría tener más probabilidades. En octubre, volvió a ganar la alcaldía con casi el 80% de los votos. Ambos tienen 31 años y son muy vulnerables a las acusaciones de falta de experiencia.
Cuando Lula no aparece en la papeleta, el PT es frágil, y los partidos de centro-derecha prevalecen. El número de municipios con alcaldes del PT se ha reducido de 624 en 2012 a 252 actualmente. Su base de simpatizantes ha migrado del sureste, la meca manufacturera del país, al noreste, donde mucha gente depende de la asistencia gubernamental. Esa es una desventaja, ya que los gobiernos de derecha también ofrecen asistencia.
“El PT solía depender de los pobres organizados”, señaló Barros. “Ahora depende de los pobres desorganizados”. Mientras Lula se prepara para decir adiós, el movimiento que construyó podría batallar para seguir con vida tras su partida.
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