
A medida que el vehículo se aproxima a Lauca Eñe, una ciudad del trópico boliviano, comienza a esquivar montones de tierra. Luego vienen sacos de arena, cercas y un millar de personas armadas con palos afilados. Es el ejército de Evo Morales, expresidente de Bolivia.
Lleva meses refugiado aquí. Si se marcha, el gobierno de Luis Arce, un antiguo aliado convertido en rival, podría detenerlo debido a una acusación de estupro que pesa en su contra. Pero sacarlo de Lauca Eñe no sería fácil. “Tendrían que matarnos”, dice una mujer.
El mundo de Morales se ha reducido desde sus días de trotamundos como primer presidente indígena de Bolivia, pero está planeando su regreso. Bolivia está sumida en una crisis económica y política. Morales quiere volver como su salvador.
Sus opositores intentan excluirlo de las elecciones presidenciales previstas para agosto, pero aún podría ser candidato. En cualquier caso, él determinará su resultado. “Soy el mejor candidato, el único candidato ganador”, afirmó. “Por eso quieren eliminarme”.
Morales nació en la pobreza en la pequeña ciudad andina de Isallavi. Pastoreó llamas, abandonó la escuela, emigró al trópico y se afilió al sindicato de cultivadores de coca (los lugareños mastican las hojas de coca como estimulante, pero pueden procesarse para obtener cocaína pura). Se convirtió en un líder sindical incendiario. En 1997 fundó el partido Movimiento al Socialismo (MAS), del que fue presidente.
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En 2006 llevó al MAS al poder con mayoría en el Congreso. En 2009 obtuvo una supermayoría. Morales renegoció los contratos con las empresas que extraen gas natural y aumentó las ayudas. Expulsó del país a la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por su sigla en inglés).
El PBI de Bolivia creció casi un 5% anual durante su mandato. El porcentaje de personas que vivían en la pobreza descendió del 61 al 37%. Se convirtió en un icono de la izquierda. “Demostramos que Bolivia tenía futuro”, afirma. “Yo lo viví. Lo demostré”.
En 2019, Morales se presentó a un cuarto mandato consecutivo inconstitucional. Ganó, pero las acusaciones de fraude desataron protestas; el Ejército le pidió que dimitiera. Se exilió en Argentina. Un gobierno interino asumió el poder ─en una transición que el MAS considera un golpe de estado─ antes de que el partido volviera al poder en 2020 con Arce, ex ministro de Economía de Morales y candidato elegido. Morales regresó a Bolivia con la vista puesta en las elecciones de este año.

El amigo se convierte en enemigo
Pero pronto quedó claro que Arce quería permanecer en el poder. El MAS sufrió una amarga división. Los legisladores leales a Morales dejaron de votar con el gobierno. Luego los tribunales hicieron lo mismo. El Tribunal Constitucional Plurinacional de Bolivia puso en duda la legalidad de su cuarta candidatura.
Un juez ordenó la detención de Morales por cargos relacionados con su relación sexual con una niña de 15 años. Morales afirma que las acusaciones tienen una motivación política. Acusa al gobierno de intentar matarlo en octubre, cuando su auto fue atacado por hombres armados. Las autoridades dicen que evadió un control policial.
Mientras el MAS discutía, la crisis se aceleraba. Los pilares de su modelo económico son un tipo de cambio fijo, energía y alimentos subsidiados y una fuerte inversión pública. El Estado paga todo esto con la exportación de gas natural a cambio de dólares.
Ahora los dólares casi se han agotado. La escasez de combustible paraliza el país. El valor de un boliviano en el mercado negro es la mitad del tipo de cambio oficial. El año pasado, la inflación fue del 10%. Este año podría llegar al 20%.
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Morales culpa a Arce, pero la crisis se afianzó bajo su mandato. Bolivia lleva consumiendo sus reservas de dólares desde 2014, cuando se desplomaron los ingresos por la exportación de gas. Fue el Congreso de Morales el que llenó el Tribunal Constitucional de jueces serviles, que dijeron que violarían sus derechos humanos para impedir que contendiera a la presidencia en 2019.
Morales descarta recurrir al FMI para “salvar” a Bolivia. Dice que, en lugar de eso, “aliados estratégicos” podrían prestarle dólares (no hay ningún plan para modificar el tipo de cambio fijo). Afirma que recortará el déficit fiscal de Bolivia, en parte eliminando gradualmente la subvención que fijó el precio de la gasolina en unos 0.50 dólares por litro desde 2004.
Quiere que Bolivia se convierta en una “potencia agrícola” y que desarrolle sus recursos naturales, entre los que se encuentran los mayores yacimientos de litio del mundo. No respondió a una pregunta sobre la reforma institucional para impedir que el gobierno se apoye en el Tribunal Constitucional.
El discurso de Morales de volver a los buenos tiempos es bien visto por su base partidista de la clase trabajadora rural, para la que sus gobiernos significaron representación y progreso material. El mes pasado, a la presentación de su nueva organización política, EVO Pueblo, acudieron 60,000 admiradores.

Ningún otro político cuenta con un apoyo tan ferviente. Desde el supuesto intento de asesinato, ha adquirido un cariz mesiánico. El estadio en el que se celebró el mitin resonó con declaraciones de lealtad y acusaciones de traición. “Si las elecciones fueran mañana, ganaríamos con un 60%”, declaró Morales, eufórico.
Puede que lo crea, pues vive en un complejo con su propio brazo propagandístico, Radio Kawsachun Coca, y está rodeado de seguidores acérrimos. Pero la mayoría de los observadores de Bolivia dudan que Morales pueda conseguir más del 30% de los votos, aunque pueda contender a las elecciones.
El tribunal electoral decidirá si puede volver a presentarse. Morales dice que el país “convulsionará” si el tribunal emite un fallo en su contra, pero sus seguidores tendrían dificultades para revertir dicha decisión mediante protestas. Se niega a hablar de un plan B.
Movimiento al Socialismo, el partido político con más éxito del país, está en peligro. Por primera vez en 20 años, el centro o la derecha podrían incluso ganar en las urnas. Para Morales, el resultado podría significar cualquier cosa, desde la cárcel hasta una cuarta presidencia.