
En muchos países ricos se culpa a los inmigrantes de los problemas de la sociedad. El 10 de marzo, J.D. Vance, vicepresidente de Estados Unidos, hizo esta declaración: “Vas por todo el mundo y ves una relación muy constante entre un aumento masivo de la inmigración y un aumento masivo de los precios de la vivienda”. Por su parte, Stephen Miller, subjefe de gabinete de la Casa Blanca, advirtió: “Si importas el tercer mundo, te conviertes en el tercer mundo”.
Las quejas sobre los inmigrantes se remontan al viaje de Jacob a Egipto. No obstante, políticos como Vance y Miller ahora utilizan tesis nuevas para rebatir los argumentos liberales a favor de la inmigración. Hacen tres afirmaciones: que los inmigrantes les quitan casas a los ciudadanos; que, aunque trabajen, están arruinando los sistemas de prestación social y saltándose la cola de los servicios públicos; y que están echando a perder la cultura que llevó a Occidente a la prosperidad.
Sería un error tachar estas afirmaciones de disparates xenófobos del tipo de las historias sobre los inmigrantes de Ohio que se comen a las mascotas. Lo que las hace convincentes es que se basan en investigaciones académicas. Los liberales solo podrán señalar sus excesos si comprenden en qué puntos son sensatas, y solo podrán mejorar sus políticas si reconocen sus deficiencias. Para derrotar a los nuevos nativistas, los liberales deben entender cuáles son sus aciertos y qué aspectos requieren correcciones.
Cuando los políticos hablan de migrantes, suelen referirse solo a la incapacidad del mundo rico para gestionar con sensatez las solicitudes de asilo o impedir que las personas crucen ilegalmente las fronteras. Sin embargo, muchos también atacan (e intentan frenar) el flujo legal de inmigrantes económicos, que son mucho más numerosos y han llegado en cantidades excepcionales desde 2021.
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Los argumentos que proponen han evolucionado. No ha desaparecido la vieja queja de que los inmigrantes económicos se roban puestos de trabajo o provocan una reducción en los salarios, pero ha perdido gran parte de su fuerza en la última década debido al auge de los mercados laborales. Los nuevos argumentos son más plausibles y, por lo tanto, más peligrosos.
El más fuerte es el de la vivienda. La migración a largo plazo hacia el mundo rico en 2023 fue un 28% mayor que en 2019. Cada vez hay más pruebas de que los alquileres y los precios de la vivienda subieron al sumarse más gente a los mercados inmobiliarios occidentales, asfixiados por las restricciones a la construcción, factor que, a su vez, contribuyó a la inflación. Pero los nuevos nativistas exageran la medida en que este fenómeno se debió a la migración.
Según algunos análisis empíricos, representa más o menos una décima parte del aumento del 39% en términos reales de los precios de la vivienda en el mundo rico entre 2013 y 2023. Independientemente de la migración, muchos lugares necesitan relajar las restricciones a la construcción, ya que el aumento de la esperanza de vida redunda en el crecimiento de la población. Irónicamente, sería necesario construir aún más si se hiciera realidad el sueño de Vance de conseguir que las madres nativas tengan más hijos. Esto se debe a que los nativos gastan más en vivienda por persona que los inmigrantes con los mismos ingresos, lo que impulsa aún más al alza el precio de la vivienda.
El siguiente argumento, que cuestiona si la aportación de los migrantes a la economía es justa, parece bien fundamentado, pero no lo es. Numerosos estudios realizados en Estados Unidos, el Reino Unido, Dinamarca y los Países Bajos demuestran que el efecto de la inmigración en la economía depende de la cualificación de los inmigrantes. Los inmigrantes en los Países Bajos pagan más en impuestos de lo que reciben en prestaciones a lo largo de su vida solo si tienen una escolaridad mínima de licenciatura.
Los liberales suelen decir que los inmigrantes poco cualificados son necesarios para cuidar a los ancianos y hacer trabajos de categoría baja. Pero los sistemas de impuestos progresivos, las prestaciones a los empleados y la vivienda social redistribuyen el dinero entre las personas de ingresos bajos, y cuando los migrantes permanentes envejecen, también solicitan pensiones y requieren asistencia sanitaria. También suelen traer a familiares dependientes, que pueden suponer un lastre para las finanzas públicas.
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Pero lo cierto es que no basta un cálculo simple de cuánto dinero entra y cuánto sale. Los migrantes no solo contribuyen impuestos, sino otros valores que aumentan la productividad de las empresas y de sus compañeros de trabajo. En consecuencia, aumenta la recaudación fiscal en la economía en su conjunto.
En Estados Unidos, una métrica indica que, si se toman en cuenta también estos efectos en cadena, incluso los inmigrantes menos cualificados tienen un impacto positivo en las finanzas públicas. La conclusión más segura es que cuanto más cualificado es un inmigrante, es más positivo para las finanzas públicas. Pero eso no es lo mismo que decir que los demás migrantes drenan las arcas públicas.
La extralimitación nativista alcanza sus peores niveles en el tema del cambio cultural, porque incluso los fundamentos del argumento son inexactos. La versión más respetable se encuentra en la literatura sobre las “raíces profundas” del crecimiento, que atribuye las diferencias en la riqueza de las naciones actuales a los flujos migratorios procedentes de países que eran avanzados o estaban atrasados hace siglos.
El problema es que, como todas las afirmaciones sobre lo que hace ricos o pobres a los países, la teoría está plagada de muestras de tamaño pequeño y contraejemplos problemáticos. Resulta vergonzoso que no pueda explicar con facilidad la prosperidad de los países más grandes del mundo. Estados Unidos, con su historia de fronteras relativamente abiertas, es mucho más rico de lo que sugiere su puntuación de “raíces profundas”; por el contrario, China y la India son más pobres. Aunque la teoría de las raíces profundas ve con buenos ojos a los migrantes de Asia Oriental, también fueron demonizados a principios del siglo XX por los estadounidenses.
Hay muchos argumentos buenos contra el nuevo nativismo. Pero los gobiernos también deben aprender de los errores de sus políticas que le dan credibilidad. Fue una insensatez admitir a muchos recién llegados sin liberalizar los mercados inmobiliarios. Además, como los flujos migratorios hacia los países ricos no pueden ser ilimitados, tiene sentido favorecer casi siempre a los inmigrantes económicos muy cualificados frente a los menos cualificados. Los argumentos a favor de la migración poco cualificada basados en una supuesta escasez de mano de obra son erróneos.
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Debería permitirse resolver las carencias de mano de obra mediante mecanismos de mercado como las subastas de visas y pagar con los beneficios económicos de la migración cualificada salarios más altos para atraer personal al sector público cuando fuera necesario. Los propios inmigrantes obtienen tantos beneficios gracias a su admisión en el mundo rico que hay muchas opciones para concretar acuerdos, desde planes para ayudar a quienes quieren inmigrar a desarrollar habilidades valiosas en su país de origen hasta el plan de Donald Trump de vender “visas de oro”.
Una acción esencial en respuesta a los nuevos nativistas será solucionar los problemas que identifican correctamente. Demasiados políticos han hablado de reparar los mercados inmobiliarios o de darle prioridad a la inmigración cualificada y luego no han cumplido sus promesas. Si los liberales consiguen hacer ajustes atinados en esos ámbitos, los demás argumentos nuevos contra la inmigración lucirán mucho más endebles.