
Las elecciones en las que participan unos pocos cientos de miles de votantes no suelen llamar mucho la atención. Sin embargo, cuando la antigua colonia británica de Guyana acudió a las urnas el 1 de septiembre, importaba: unos 450,000 votantes decidieron quién dirigiría durante los próximos cinco años una de las economías de más rápido crecimiento del mundo.
El resultado, declarado el 6 de septiembre tras un escrutinio a paso de tortuga, seguido de un recuento, fue una clara victoria y un segundo mandato para el presidente en funciones, Irfaan Ali. Su gobernante Partido Popular Progresista (PPP) aumentó su mayoría en la asamblea legislativa, asegurándose 36 de los 65 escaños.
En su discurso de reinvestidura, Ali les aseguró a sus partidarios que su segundo mandato será el periodo “más trascendental” de la historia de Guyana. Puede que tenga razón.
El Estado guyanés ha empezado a recibir enormes ingresos de un consorcio dirigido por la empresa petrolera estadounidense ExxonMobil, gracias a una serie de descubrimientos masivos a 190 kilómetros (120 millas) de su costa atlántica. El primero de un total estimado de 11,000 millones de barriles recuperables llegó a tierra firme en 2019.

Esta nación de unos 830,000 habitantes, que a principios de la década de 2000 era uno de los países más pobres del hemisferio occidental, está ahora en vías de extraer más petróleo por habitante que ningún otro lugar. Su PBI se ha quintuplicado en cinco años, según el FMI.
Ese cambio puede ser difícil de ver. Gran parte del centro de Georgetown, la capital, sigue siendo un laberinto de casas de madera destartaladas. Después de cada aguacero, un tufillo a aguas residuales sale de los canales de riego que datan de la época colonial (Guyana se independizó del Reino Unido en 1966). Los cortes de electricidad, sobre todo fuera de la capital, son habituales.
“El pueblo todavía no ha visto dinero de verdad”, se queja Johnny, un comerciante del bullicioso mercado de Stabroek. Bromea diciendo que el partido gobernante debería llamarse “Partido de la Persecución Popular”.
La respuesta del gobierno es que el trabajo duro va antes que las limosnas, sobre todo la construcción de infraestructura. Un enorme puente nuevo, construido por una empresa constructora china sobre el río Demerara, a las afueras de Georgetown, está casi terminado.
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Se está mejorando el sistema de carreteras, con 61 km de autopista construidos en los últimos cuatro años. Ya comenzaron las obras para pavimentar “The Trail”, el camino de tierra roja de más de 450 kilómetros que conecta Guyana con Brasil.
“Van bien. Roma no se construyó en un día”, comenta Franklyn, partidario del PPP. Además, el dinero de verdad está aún por llegar. Se espera que los ingresos derivados del petróleo se disparen durante el segundo mandato de Ali, a medida que se paguen los costos iniciales y el Estado comience a recibir más dinero.
“Se producirá un cambio sísmico en el flujo de fondos”, prevé Sasenarine Singh, embajador de Guyana en Bélgica. Se espera que los ingresos totales del gobierno procedentes del petróleo alcancen unos US$ 2,500 millones este año y 10,000 millones en 2030, US$ 20,000 por votante. Singh espera que esta riqueza saque “a todo nuestro pueblo de la pobreza”.
Eso solo ocurrirá si Guyana aprovecha su condición de recién llegada al club de los petroestados para aprender de los errores de los demás. Muchos se vieron afectados por la “maldición de los recursos”, en la que el crecimiento económico acaba cayendo por diversas razones, entre ellas que los gobiernos despilfarran y roban el dinero fácil.
Por tanto, es una señal positiva que Guyana le haya pedido consejo a Noruega sobre cómo gestionar su riqueza y haya creado un fondo soberano con ese fin. El fondo tiene un valor de US$ 3,600 millones y crece a razón de decenas de millones al mes.
Uno de los objetivos declarados de la reserva es garantizar que “la volatilidad de los ingresos procedentes de recursos naturales no dé lugar a un gasto público volátil”. Sus gestores tendrán que enfrentarse a la estridente política guyanesa.
El principal partido de la oposición, el PNCR, se vio superado por el WIN, un partido creado apenas en junio. Al frente de este partido está Azruddin Mohamed, de 36 años, heredero de una dinastía de comerciantes de oro a quien Estados Unidos le impuso sanciones por presunta evasión fiscal, corrupción y contrabando de oro. Mohamed se presenta a sí mismo como una figura de Robin Hood, pues a veces utiliza sus fondos privados para ayudar a los necesitados.
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“Es rico, pero utiliza su riqueza para ayudarnos”, señaló Celia William, de 51 años, una entusiasta partidaria en su mitin preelectoral de clausura. Con 16 escaños en el parlamento, Mohamed lidera ahora la oposición oficial. Esto puede complicar las relaciones del órgano legislativo con Estados Unidos, aunque los funcionarios estadounidenses han dicho que esperan encontrar “una forma de sortear” la cuestión.
El extraordinario éxito del WIN plantea otro obstáculo. La política guyanesa históricamente ha estado dividida en líneas raciales. El principal apoyo del PPP procede de la comunidad indioguyanesa, mientras que los votantes del PNCR son en su mayoría de ascendencia afroguyanesa. El hecho de que tanto el presidente como el líder de la oposición sean por primera vez de ascendencia india puede hacer que algunos afroguyaneses se sientan excluidos.
El matón de al lado
Otra complicación podría venir de la vecina Venezuela, que reclama como suyo gran parte del territorio guyanés. Según Guyana, la disputa fronteriza citada por Venezuela se resolvió hace más de un siglo. El impopular régimen de Nicolás Maduro ha estado azuzando apoyo interno para su causa en años recientes y desde 2023 incluyó la zona en disputa como si fuera un estado venezolano en los mapas oficiales.
En mayo, apretó más la propaganda y les pidió a los votantes venezolanos que eligieran a un gobernador para el territorio, sobre el que no tiene ningún control. Estados Unidos apoya firmemente a Guyana en este tema. Quizá para recalcarlo, dos aviones militares estadounidenses sobrevolaron la toma de posesión de Ali. Conocido en su día como el “país olvidado” de Sudamérica, los años de olvido de Guyana han llegado a su fin.