
El gran debate sobre la economía china ha enfrentado durante mucho tiempo a quienes la ven como una burbuja a punto de estallar contra quienes la consideran un éxito sostenible. Ahora surge un nuevo debate, potencialmente mucho más desagradable.
Gran parte del mundo encaja en un bando: admira los logros de China, pero también se tambalea ante la avalancha de exportaciones chinas. En el otro bando está China, completamente convencida de la rectitud de su modelo económico.
Este debate no se centra tanto en lo que pueda deparar el futuro, sino en definir la situación básica de la economía actual. La opinión externa, sostenida por muchos funcionarios y economistas extranjeros, es que China se enfrenta a numerosos desafíos, desde una deflación persistente hasta un mercado inmobiliario en colapso y un gasto de consumo anémico.
Exportar los frutos del exceso de capacidad industrial al resto del mundo se considera un sustento vital. La opinión oficial china, en cambio, considera que estos problemas son secundarios al acontecimiento principal: una economía que se abre paso hacia nuevas fronteras tecnológicas.
Esto no es un desacuerdo abstracto. Ayuda a explicar la ferocidad de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Miembros destacados de la administración Trump creen que la economía china es tan débil que los aranceles y los controles a las exportaciones la harán implorar clemencia.
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El propio Donald Trump coquetea con esta idea: el 12 de octubre publicó que Xi Jinping, el líder de China, no quiere una “depresión para su país”. Los funcionarios chinos, en cambio, proyectan una confianza total en su economía. Es como si cada bando viviera una realidad diferente.
Una serie de artículos en el Diario del Pueblo, el principal periódico del Partido Comunista, ofrece una mirada sobre la perspectiva china de este debate. Del 30 de septiembre al 7 de octubre, publicó editoriales sobre la economía, preludio de una reunión a finales de este mes en la que altos cargos elaborarán el último plan quinquenal del país.
Aparecieron bajo el seudónimo de Zhong Caiwen, lo que indica que representan las opiniones del principal órgano del partido encargado de establecer la política económica y financiera.
Los argumentos se resumen en cuatro mensajes. En primer lugar, contrariamente a los detractores, los editoriales afirman que la economía china goza de excelente salud. Se encuentra en plena transición de las fuentes tradicionales de crecimiento —una referencia a la mano de obra y la fuerte inversión— a otras nuevas, especialmente innovación y tecnologías verdes. Prueba de ello es el hecho de que China sea líder global en solicitudes internacionales de patentes (70,160 en 2024, un 30% más que Estados Unidos, que ocupa el segundo lugar).
Luego, los editoriales insisten en que China es profundamente resiliente. Señalan riesgos, como el proteccionismo estadounidense y la débil demanda interna, pero los tratan casi como inconvenientes. Un editorial repite la frase de Xi: “China es un océano, no un estanque”; es decir, lo suficientemente grande como para afrontar cualquier cosa.

En tercer lugar, los editoriales presentan a China como un proveedor de certidumbre al resto del mundo mediante la continuidad de sus políticas y un vasto mercado. China ha sido durante mucho tiempo un motor de crecimiento, pero ahora también es un “ancla estabilizadora”. Esto contrasta claramente con la nueva pasión de Estados Unidos por los aranceles.
Un último argumento es que las ventajas sistémicas de China son las que la han hecho tan competitiva a nivel internacional. Los editoriales rechazan la acusación de que China ha subvencionado a sus empresas para dominar las cadenas de suministro globales. Más bien, la fortaleza de las exportaciones es un testimonio de su gobernanza, su enorme escala y el esfuerzo de su gente. Es una “contribución, no una amenaza, para el mundo”.
Sería un error descartar estos editoriales como propaganda vacía. China tiene mucho de qué enorgullecerse tras más de cuatro décadas de rápido desarrollo. Su capacidad de innovación es impresionante, al igual que su fortaleza industrial.
China está en mejor posición para resistir la presión estadounidense hoy que hace tan solo cinco años, durante la primera guerra comercial de Trump. Además, los editoriales son importantes porque parecen reflejar las profundas convicciones de Xi, a juzgar por sus discursos y escritos a lo largo de los años.
Sin embargo, eso hace que sus puntos ciegos sean aún más alarmantes. Es pura arrogancia restar importancia a la debilidad interna de China como una simple borrasca que azota a una economía gigantesca. Durante años, el sector inmobiliario representó aproximadamente una cuarta parte del PBI de China. Su malestar es doloroso y probablemente duradero; al afectar tanto la actividad económica como la riqueza, se ha convertido en un lastre para los ingresos y el gasto de consumidores.
Una solución obvia sería utilizar los sistemas de impuestos y prestaciones sociales para impulsar los ingresos de consumidores. Pero esto contradice la aversión de Xi al “asistencialismo”. Lamentablemente, el aumento de ingresos beneficia a un segmento más reducido de la población. Las solicitudes de patentes no se pueden comer.
Grande y poderosa
Aún más preocupante para el resto del mundo es la negativa de China a abordar el exceso de capacidad industrial. No importa si las intenciones chinas son defensivas (mitigar la presión de EE.UU.) u ofensivas (controlar los cuellos de botella globales).
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La alta producción de automóviles, paneles solares y similares es el resultado de un modelo económico basado en la inversión excesiva en estos sectores objetivo, especialmente cuando tantas otras políticas también restringen el consumo. La oferta seguramente superará la demanda. Las empresas extranjeras en dificultades pueden esperar poca compasión de China.
En los editoriales se hace alarde de China como el único país que alberga todas las categorías industriales, según lo definen los estándares internacionales. Esto, desde la perspectiva oficial, convierte a China en el máximo garante del desarrollo económico y las cadenas de suministro globales.
Pero un garante también tiene poder de bloqueo, como se ve en la forma en que China ha ejercido su dominio en tierras raras para ganar influencia en su guerra comercial con Estados Unidos. China quiere presentarse como una fuerza estabilizadora. A menudo parece más bien una fuerza con intereses muy propios.









