
Algunos veían el 19 de octubre como la fecha para tener cuenta, cuando dos santos venezolanos fueron canonizados. Otros piensan que la orden llegará justo antes de Navidad. Los carteles y las pintas que proclaman “¡Está sucediendo!” tienen convencidos a algunos de que los “Boinas Verdes” de Estados Unidos ya están en posición. La rumorología venezolana rebosa con la idea de que Estados Unidos podría montar pronto una operación militar para derrocar al presidente no electo del país, Nicolás Maduro.
El propio gobierno de Estados Unidos ha alimentado la mayor parte de la especulación. En las últimas semanas, funcionarios estadounidenses han insistido en que Maduro, que se robó las elecciones el año pasado, es un líder totalmente ilegítimo, “narcoterrorista” y “fugitivo de la justicia estadounidense”. Afirman que está al frente de una organización de contrabando de drogas, y él niega todas las acusaciones. En agosto, el Departamento de Justicia duplicó a US$ 50 millones la recompensa por información que condujera a su detención.
Una formidable fuerza militar estadounidense se ha estado reuniendo en el Caribe. La flotilla, que incluye buques de guerra y F-35, está supuestamente destinada a combatir el narcotráfico. Ha atacado y hundido al menos cinco embarcaciones que presumiblemente traficaban con drogas, con un saldo de 27 personas muertas. Pero muchos creen que Maduro es el objetivo final.
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El 15 de octubre, tres bombarderos B52 estadounidenses volaron en círculos a menos de 241 kilómetros de la capital, Caracas. Casi al mismo tiempo, se denegó el permiso para aterrizar en Venezuela a un vuelo con deportados de Estados Unidos. Ese mismo día, Donald Trump anunció que había autorizado una acción “encubierta” de la CIA.
A la pregunta de si la CIA tiene “autoridad para acabar con Maduro”, Trump respondió: “Esa no es una pregunta descabellada, pero lo sería si yo la respondiera”. El régimen, que en un principio desestimó los barcos y aviones que estaban a sus puertas al calificarlos de “puro teatro”, ya se está preocupando.
El 10 de octubre, el New York Times informó que Maduro había intentado apelar a los instintos transaccionales de Trump al ofrecer al Gobierno estadounidense una gran participación en el petróleo y otras riquezas minerales venezolanas, a cambio de buenas relaciones.
El enfoque pareció fracasar, y Trump ordenó a su enviado especial en Venezuela, Richard Grenell, que rompiera todo contacto con Caracas. Desde entonces, han aparecido lanzamisiles en el aeropuerto militar de la ciudad y a lo largo de la costa caribeña. En sus ocasionales salidas, Maduro se rodea de civiles, quizás con la esperanza de disuadir un ataque con drones. Sus programas de televisión ya no suelen filmarse en el Palacio de Miraflores, como antes, sino en varios hoteles.
“Está utilizando escudos humanos de forma muy obvia”, afirmó Phil Gunson, del grupo de reflexión International Crisis Group. El 9 de octubre, con el pretexto de que temía un “ataque armado” en “muy poco tiempo”, Venezuela solicitó y obtuvo una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU para discutir la crisis.
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El momento de esa reunión resultó desafortunado. Se celebró horas después de que la líder de la oposición, María Corina Machado, escondida en Venezuela desde que demostró que se habían robado las elecciones de julio del año pasado, recibiera el premio Nobel de la Paz. Los enviados occidentales al Consejo de Seguridad aprovecharon la ocasión para felicitar a Machado, mientras el malhumorado representante de Venezuela, Samuel Moncada, se veía obligado a escuchar.
Machado, exdiputada a la que el régimen impidió presentarse a las elecciones, dirigió el año pasado la campaña de un candidato suplente, el exembajador Edmundo González. Millones de personas que habrían votado por ella, votaron por él. Organizó un sistema por el que miles de voluntarios recogieron los recibos electorales originales de casi todos los colegios electorales el día de las elecciones. El rastro de papel demostró que González ganó por un amplio margen.
“Maduro y su camarilla nos traicionaron y no debemos olvidarlo. Nos robaron el voto”, dice un estudiante de psicología en Caracas. “Se merecen lo que venga”. Parece que Trump no ha decidido qué es lo que vendrá. El 5 de octubre expresó su frustración por no poder encontrar más barcos que atacar (su flotilla destruyó otro el 14 de octubre), y dijo que su gobierno “tendría que empezar a buscar por tierra”.
Esto podría indicar un ataque, quizá contra una supuesta base de narcotraficantes en una zona remota de Venezuela. Maduro ha indicado que una medida de este tipo lo llevaría a declarar un mayor estado de excepción, lo que podría implicar la detención de más activistas de la oposición. Ya hay cientos de ellos encarcelados.
Desde su escondite, Machado ha asegurado a sus seguidores que el fin del gobierno de Maduro está cerca. “No tengo ninguna duda de que Maduro se va a ir”, declaró el 12 de octubre a la web de noticias Free Press. “Las grietas y fracturas dentro del régimen están creciendo”.
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Un régimen dividido con un apoyo militar inestable es la mejor esperanza de la oposición. Pero hay pocas pruebas de que eso sea cierto. “Este país se gobierna como una mafia que comete pocos errores cuando se trata de su propia supervivencia”, señaló un diplomático en Caracas. Durante años, equipos de contrainteligencia han sofocado cualquier descontento en los rangos militares inferiores.
Pero si Machado tiene razón y el régimen está al borde del colapso, ¿qué sigue? Machado afirma que se produciría un renacimiento, una oportunidad de inversión de un billón de dólares y un regreso histórico para la diáspora que se vio obligada a escapar de la miseria bajo el régimen de Maduro.
Sus partidarios tachan de absurdas las habladurías sobre una guerra civil y afirman que las elecciones han demostrado que el país está unido. Gunson y otros piden cautela. Los más partidarios del “statu quo” que podrían resistirse al cambio son pocos, pero peligrosos: grupos de milicianos, bandas de narcotraficantes, rebeldes armados de Colombia. La historia, dice, advierte que “realmente no se necesita mucha gente para generar terror”.