
Por los pasillos que antes recorrían los monjes del Seminario San Antonio Abad ahora suena música suave y se lucen obras de arte de la escuela cusqueña. Es fácil perderse en sus laberintos, pero a la vez es una experiencia única, que nos permite disfrutar las vistas a sus apacibles jardines y saborear -ahora- de una nueva propuesta gastronómica.
En el siglo XXI se habla de sofisticación con facilidad, de papas fritas con caviar, de bebidas impagables y carteras que valen como departamentos, pero a veces no reparamos en los verdaderos lujos, esos que llevan guardados siglos.
Construido sobre muros incas, este palacio de estilo barroco andino es una joya que ofrece espacios para recorrer con calma y saborear sin prisa. Como tomar desayuno en su patio, junto al cedro andino de 300 años de antigüedad, que ha visto pasar por aquí desde monjes hasta celebridades de Hollywood, presidentes y escritores.
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Un lugar ideal para disfrutar de un mate de coca o un pisco sour, según el ánimo y la energía que quede luego de visitar la ciudad. Apreciar su arquitectura, su fuente central o sus elegantes arcos es una experiencia que vale la pena, ya sea de día o de noche.
En este hotel se encuentra Oqre, el restaurante liderado ahora por el chef Jorge Muñoz, quién se ha encargado de reformular su propuesta. El Monasterio ya no es solo un lugar donde preparan comida peruana clásica. Ahora lleva sello de autor.

Un twist moderno
Jorge Muñoz lleva una trayectoria impresionante en el Perú y en el extranjero. No solo ha sido chef de Pakta (Barcelona), el primer restaurante nikkei en Europa, fruto de la iniciativa de los hermanos Adrià, sino que su trabajo allí le mereció una estrella Michelin. Luego, se trasladó a Lima para dirigir Astrid&Gastón. Ahora reparte su tiempo entre varios proyectos tan diferentes como interesantes. Desde Casa Garbo, un gastrobar ubicado en el corazón de Miraflores, hasta Damián, un club con una carta nikkei.
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Si antes el Monasterio se caracterizaba por una comida clásica y reconfortante —famoso por tener el mejor lomo saltado de la ciudad—, hoy, gracias a Muñoz, se convierte en algo más contemporáneo sin dejar de la lado los clásicos favoritos. Sus platos no solo hablan de peruanidad, sino del recorrido de Muñoz por el Perú y el mundo.
Si bien lo andino sigue siendo el centro de la propuesta, también ofrece platos costeros, donde la frescura sorprende por la distancia. Pescados y mariscos recién extraídos del mar viajan en avión hasta la ciudad imperial para alimentar una carta que promete sorprender a nacionales y extranjeros. Las gyozas de la casa, rellenas de adobo cusqueño, son una buena forma de iniciarse en el mundo culinario de Muñoz.
Resalta su reinvención del clásico choclo con queso, con espuma de huancaína y uchucuta con quinua. En su carta no puede faltar lo nikkei, como su tataki de atún, un plato sencillo que el chef realza con una salsa ponzu, cebolla frita y corazones de tomate. Su tiradito: trucha curada, mango y pepino encurtido con una leche de tigre de curry y huacatay es pura frescura.

Los platos principales están pensados para reconfortar sin perder de vista la mirada creativa. Alcachofas asadas con espuma de parmesano y un puré de papas al ají amarillo. También destacan sus rigatoni al estilo arequipeño, hechos con camarones de temporada en salsa de coral, queso mantecoso y un toque de huacatay. O sus caramelle de tubérculos, una pasta rellena parecida a los ravioles que gana personalidad con una salsa de naranjas agrias y demiglace de cebollas. Quizás el plato que más llama la atención sea el paiche costa y selva, en su perfecto punto de cocción, acompañado de unos tortellini de plátano con comino y chalaquita de cocona.

Sorprende cómo Muñoz juega al límite y se luce en su habilidad de conectar sabores sin abrumar al comensal. En el plato, todo encaja y nada sale sobrando. Como en el sudado de pescado, con cebollas y tomates salteados, que encuentra el balance en el cremoso de choclo y la intensidad aromática del chincho. No ha dejado de lado los clásicos, como la crema de zapallo con crocante de zapallito o un buen corte Wagyu con salsa demiglace, puré de loche y ensalada de loche crocante. También ha dejado en la carta la sopa de pollo, salvadora para las noches de soroche.

Los postres también nos hablan de la peruanidad y de los Andes, como su merengado de coca, la tarta de lima con sauco, el postre de cacao y copoazú o el babá de Salqa, con notas de ciprés y especias.
Muñoz propone una mirada actual a lo peruano, eleva la oferta culinaria de la ciudad y posiciona a Oqre, con una cocina que encuentra el equilibrio entre la técnica, la emoción y lo inesperado. Con este cambio, Oqre se ha convertido en un destino clave para quienes quieren descubrir o redescubrir los sabores del Perú en la ciudad imperial.