
Durante años, un enorme local vacío habitaba la cuadra cuatro de la Avenida Conquistadores, en San Isidro (Lima). Décadas atrás estuvo ahí el famoso Los Años Locos, y más tarde Toshi, el gran restaurante del maestro Toshiro Konishi, quien atendía en la barra y servía erizos frescos y atunes gigantes. Luego, el espacio fue ocupado por un tragamonedas y, después, llegó el silencio. Por mucho tiempo su gran salón esperó a un nuevo inquilino.
Brass ha sabido aprovechar este espacio: de la mano de Karim Chaman, lo ha hecho acogedor y elegante a la vez. El ambiente ofrece un lujo discreto, a media luz, donde es fácil sentirse cómodo. Desde la comodidad del amplio estacionamiento hasta la experiencia en la mesa —que, sin dejar de ser sofisticada, se percibe cercana—, Brass recupera algo que hacía tiempo no se veía en Lima: un restaurante apoteósico.
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Aunque no es por definición un steakhouse, las carnes son de primera. Sorprende la cantidad de opciones de mariscos a la brasa, como las conchas a la parrilla con mantequilla de limón o las gambas a la Brass, con mantequilla y ajo picante. También hay clásicos de parrilla como empanadas (de ossobuco o de quesos), morcillas, chistorra y chorizos.
Si va por la experiencia tradicional de carnes, ofrecen cortes Wagyu de Snake River Farms. Esta carne, originaria de Idaho (Estados Unidos), proviene del cruce entre Wagyu japonés y Black Angus americano, combinación que da como resultado lo mejor de ambos mundos: el sabor profundo del Angus y la infiltración de grasa del Wagyu. Ese marmoleado homogéneo se funde con la cocción, logrando una textura jugosa y suave. También hay cortes de Angus Beef y argentinos.
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Pastas y vinos

Pero lo que diferencia a Brass de un steakhouse tradicional —además de sus entradas— son sus otros platos. Pastas caseras como los agnolotti de zapallo loche con grana padano, manzana y miel de hierbas; los rigatoni al strogonoff con lomo y hongos de temporada; los tagliatelle al pesto con stracciatella o los spaghetti a la boloñesa con chistorra. Los acompañamientos también amplían el espectro: más allá de la ensalada parrillera o las papas fritas, aparecen las papas hasselback, las espinacas a la crema y las verduras a la brasa.
Destacan sus opciones de maridaje. Una curaduría precisa acompaña cada plato. Diseñada por el sommelier Joseph Ruiz (antes en Central), la carta ofrece armonías novedosas con vinos de distintas regiones del mundo, no centradas únicamente en los Malbec argentinos. En la barra, un equipo de coctelería complementa la experiencia con una carta divertida y fresca, presentada en diferentes tipos de cristalería.

Su sección de postres ofrece desde una no tan clásica crema volteada —de naranja, con miel de cacao y crema batida al limón— hasta creaciones de autor como La Bruma de los Andes, mezcla de helado de tumbo con espuma de yogurt, muña y limón rugoso: el cierre perfecto para una cena copiosa.
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Las experiencias

Además de una carta permanente, cada cierto tiempo, el restaurante ofrece experiencias creadas por su chef o en alianza con algún invitado. Esta vez, probamos una cena de siete pasos que incluía platos con un melón con jamón serrano y pesto de nueces; duraznos a la brasa con higos, zanahoria, yogurt y pera; pulpo con pesto rústico con emulsión de pimientos; bondiola con batido de papa y mayonesa de bacon; arroz con conchas, pollo y alioli de la vera; la estrella de la noche: el Wagyu con espuma de maíz. Para terminar, una refrescante espuma de yogurt con tumbo y muña.
Brass rescata un espacio del olvido, con una propuesta versátil y contemporánea donde el fuego se reinventa.









