
No hace mucho tiempo, los occidentales desestimaban a China como un país imitador, un seguidor rápido o un “dragón tecnológico gordo”, que consumía vastas cantidades de dinero y mano de obra, aunque rara vez levantaba vuelo.
Pero mientras China ha triunfado en industrias de alta tecnología como vehículos eléctricos, energía limpia e inteligencia artificial eficiente, el desdén está dando paso a la admiración, miedo e incluso envidia. Ahora algunos gobiernos occidentales están elogiando a la nación imitadora al copiar sus políticas.
La Unión Europea ha ofrecido subsidios a las empresas chinas de baterías que compartan su conocimiento técnico. El gobierno estadounidense está tomando participación en Intel, un otrora poderoso fabricante de chips, con la esperanza de que la intervención estatal restaure su fortuna.

De vuelta en China, el tecno-optimismo está ayudando a impulsar un repunte del mercado. Cambricon, un rival potencial de Nvidia, ha reportado ingresos del primer semestre con un aumento de más del 4,000% interanual.
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En medio de la esperanza y la expectación, puede parecer mezquino señalar los inconvenientes del impulso innovador de China: el costo fiscal, la distorsión del mercado y la duplicación de políticas. Pero ignorar estos escollos sería un error, en especial porque recientemente han comenzado a preocupar al propio gobierno de China.
De hecho, uno de los críticos más prominentes de su política industrial es el hombre cuya visión se supone debe reflejar: el mismísimo líder supremo, Xi Jinping.
Los subsidios industriales, directos e indirectos, le costaron a China más del 1.7% del PBI al año en 2019, comparado con aproximadamente 0.6% en la Francia del ‘dirigismo’.
El país presume de más de 2,000 fondos de inversión guiados por el gobierno esparcidos por todo el territorio, con el objetivo de recaudar más de 10 billones de yuanes (US$ 1.4 billones). Eso podría comprar mucha innovación. Pero mientras estos fondos han crecido, el capital de riesgo privado se ha agotado.
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El derroche y el fraude también pasan factura. Un fondo de dinero destinado para semiconductores, conocido como el “Gran Fondo”, saltó a la fama por su enorme corrupción, llevando a la investigación o detención de al menos una docena de personas.
Incluso cuando invierten de forma honesta, los formuladores de políticas no siempre invierten sabiamente. Los funcionarios locales, señaló Xi en julio, siempre promueven las “mismas pocas cosas: inteligencia artificial, poder de cómputo, nuevos vehículos con energía eficiente”.
Esto ha llevado a industrias hacinadas y guerras de precios despiadadas. Los líderes ahora se quejan de competencia “involutiva”: las empresas están recortando precios para robar clientes, obligando a los rivales a hacer lo mismo, lo que deja las ganancias de todos más bajas y la cuota de mercado de nadie más alta.
Los partidarios dicen que todo esto es parte del plan. El gobierno fomenta la entrada excesiva en áreas prometedoras, sabiendo que la competencia frenética impulsará mejoras. Una vez que las mejores empresas hayan demostrado su valor, el gobierno puede eliminar al resto.
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Pero este proceso no siempre produce las empresas más innovadoras o eficientes. A menudo favorece a aquellas con los patrocinadores provinciales más indulgentes, o empresas que son demasiado grandes para eliminar.
Además, la política industrial de China no ha logrado todas sus metas. La aviación civil y la fabricación de chips de vanguardia siguen siendo esquivas. Y no todos los éxitos le deben mucho a políticas explícitas. DeepSeek fue el proyecto paralelo de un fondo de cobertura, una industria vista con desaprobación por Beijing.

El impulso innovador de China ha encontrado algún éxito innegable. En las celebraciones del Festival de Primavera de este año, los bailarines robot se robaron el espectáculo. Pero la coreografía industrial del gobierno no es ni de cerca tan precisa como sugiere este ejemplo.
En cambio, se parece a las “olimpiadas de robots” celebradas recientemente en Beijing. Los eventos presentaron campos bulliciosos de competidores. Sus controladores humanos resoplaban y jadeaban junto a ellos, como funcionarios locales sobreprotectores. Aun así, varios de los robots cayeron de bruces, y otros lucharon por mantenerse en su carril.