(G de Gestión) Me gusta mucho este término: “complicidad positiva”. Y, antes de que genere mucha disonancia, lo aclaro: es la actitud, la decisión personal de tratar a todos siempre como iguales, como pares, en relaciones totalmente horizontales. Y, más que eso, es vincularse con los otros desde ese brillo en los ojos que uno reserva para la gente con la que hizo “clic” o “química”, para con quienes encontró puntos en común que los vinculan, acercan, con simpatía y buen espíritu.
La clave para lograr la complicidad positiva es reconocer que las relaciones verdaderas las establecemos con las personas, no con el rol que tienen. Es tratar a todos con el mismo respeto —sin consideraciones distintas en función del cargo, el rol o el poder que ostenten—. Es decir, no tratar a nadie desde su rol, y menos desde el nuestro, sino relacionarnos directamente con el ser humano de carne y hueso que existe detrás del rol que cada uno cumple. Y, por supuesto, sin pasar por los miramientos del poder (o la falta de él).
Tanto si somos el presidente de la empresa como si nos encargamos de la seguridad de la puerta de entrada, el trato debe ser siempre de igual a igual, desde la sencillez, la calidez y, especialmente, la autenticidad.
Con frecuencia, algunos se sienten intimidados por quienes tienen posiciones importantes o de poder: se ponen nerviosos y actúan diferente, sin sencillez ni “normalidad”. Esto ocurre porque no están interactuando con la persona que ostenta el cargo, sino con el cargo, el rol que esa persona tiene. Eso impide que fluyan las relaciones sinceras, lo cual se percibe de inmediato: es incómodo cuando alguien está siendo tratado con una deferencia especial que viene por la posición que ocupa y no por lo que uno es en realidad.
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Eso frena el clic, y las relaciones se sienten extrañas, interesadas y poco sinceras. Y lo opuesto es muy real también: cuando uno nota que es tratado con displicencia o, peor aún, con arrogancia por alguien que se considera más o mejor.
Así, es muy importante hablar siempre de igual a igual con todos, y ojalá con cercanía y calidez real. Solo así podremos construir relaciones verdaderas que nos permitirán generar confianza y, con suerte, incluso nuevas amistades, expandiendo con apertura la diversidad de nuestros círculos de conocidos, colegas, clientes, etcétera, y hacerlo cada vez con más naturalidad.
La capacidad de establecer la complicidad es un aspecto fundamental del desarrollo de nuestra marca personal. La marca personal es bidireccional; es decir, no se forma solamente en función de lo que los demás saben o escuchan de nuestra reputación, sino de cómo los hacemos sentir al interactuar con ellos, pues si se nos quiere y recuerda es por cómo hacemos sentir a los demás, y eso depende mucho del esfuerzo que pongamos para lograr pronto esa complicidad positiva basada en el trato horizontal, la autenticidad y el respeto igual hacia todos, indistintamente de su cargo, nivel de educación o posición jerárquica igual, mayor o menor que la nuestra.
Tratar a todos sin distinción por su poder percibido o real, puesto o situación es, además, una prueba de nuestra integridad y de quiénes somos realmente, ya que el respeto no es ni puede ser selectivo, ni jamás excluyente.
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Presidente LHH DBM Perú & LHH Chile y autora de Usted S. A. (21 ediciones). Ha figurado en el top 15 Merco durante 8 años consecutivos. También es LinkedIn Top Voice, speaker, directora de empresas y ONG, y presidente de The SafeStorage Co.
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