
A más de una década de la COP20 en Lima, y a pocos meses de la COP30 en Belém, se abre una nueva oportunidad para repensar el papel del sector privado en la agenda climática. El Llamado de Lima a la Acción Climática en 2014 marcó el inicio de conversaciones sobre compromisos climáticos vinculantes que se consolidaron en el histórico Acuerdo de París en la COP21 en 2015, y con ello, un cambio en la forma de concebir los compromisos corporativos frente a los grandes desafíos globales.
En ese contexto, el mundo salía de la crisis financiera de 2008, que puso a prueba los mecanismos de gobierno corporativo y provocó una reflexión profunda sobre los límites de una lógica empresarial enfocada en maximizar los resultados de corto plazo. Empezó a consolidarse un enfoque más sistémico del valor empresarial, con la sostenibilidad como eje estratégico para fortalecer la resiliencia organizacional y crear valor compartido. Se impulsó la adopción de códigos de buen gobierno corporativo y una visión de crecimiento económico con enfoque sostenible, que fortaleció la convicción de que un futuro mejor era posible si se actuaba con determinación.
A cinco años del horizonte 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la pregunta sigue vigente: ¿La sostenibilidad se ha integrado auténticamente en la estrategia empresarial? ¿O sigue limitada a discursos aspiracionales y a listas de cumplimiento?

LEA TAMBIÉN: Menos del 20% de grandes empresas en el Perú mide su sostenibilidad, según estudio
Más que una Etiqueta ESG
Integrar la sostenibilidad requiere más que iniciativas aisladas sin impacto estratégico. Implica redefinir desde la base cómo las empresas crean valor, en un mundo de recursos finitos, riesgos globales y profundas desigualdades estructurales.
El informe Business Customer Energy Transition Insights de EY, evidencia cómo empresas visionarias buscan equilibrar crecimiento y sostenibilidad, posicionando la energía como un activo estratégico. Sin embargo, solo aquellas que entienden esta transformación como un cambio estructural, y no como un simple centro de costos, logran un impacto real.

Una mirada desde los países en desarrollo
El informe The Future of Sustainable Trade de UNCTAD advierte que los países en desarrollo enfrentan un doble desafío: descarbonizar sus economías mientras gestionan brechas en infraestructura, institucionalidad y acceso al financiamiento. A menudo, las narrativas globales ignoran asimetrías estructurales como informalidad, fragmentación social, restricciones fiscales y vulnerabilidad climática.
Ante este escenario, avanzar hacia un modelo de desarrollo sostenible no puede basarse en la extrapolación mecánica de modelos externos. Requiere comprender las dinámicas productivas reales, los medios de vida existentes, la capacidad institucional del Estado y el impacto del avance acelerado de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial generativa, todo ello desde una perspectiva multidisciplinaria.
LEA TAMBIÉN: Minería para el futuro inmediato: formalización, inclusión y sostenibilidad
De la retórica a la ejecución
Los enfoques que sitúan a la sostenibilidad como un factor complementario —más simbólico que estratégico— suelen reflejar una intención genuina, aunque limitada si no se traduce en una revisión profunda de los incentivos, la gobernanza y la asignación de recursos. Pasar del discurso a la acción, y no quedarse a medio camino, exige decisiones concretas:
• Definir objetivos claros, con indicadores clave de desempeño (KPIs) y metas alineadas, e integrarlos en los procesos de asignación de capital.
• Involucrar al directorio y a los inversionistas en una visión de riesgo-retorno de largo plazo.
• Diseñar cadenas de suministro resilientes y modelos de negocio sostenibles.
• Impulsar políticas públicas y alianzas transformadoras que habiliten un cambio sistémico
De cara a la COP30, es momento de recuperar el verdadero sentido de la sostenibilidad. Para las empresas implica dejar de ser solo cumplidoras de normativas y convertirse en líderes estratégicos de la transición hacia economías circulares, energías limpias, mayor equidad y buen gobierno corporativo.
El futuro no se predice, se diseña. Y diseñarlo exige visión, coraje, competencia y, sobre todo, una estrategia con propósito.
Lima marcó el punto de quiebre en la construcción de compromisos climáticos vinculantes. Belém debe ser el punto de inflexión que transforme esos compromisos en acción empresarial concreta. De Lima a Belém, el camino de la sostenibilidad debe avanzar del compromiso a los resultados.
*Escribe: María del Pilar Palacios Matos, profesora de Administración de la Universidad del Pacífico.