
Por supuesto que resultaría del todo exagerado comparar la moneda del Perú con la de uno de los países más desarrollados del mundo. En todo caso, hay que reconocer que su impresionante desempeño relativo (i.e. frente a otras monedas de la región) durante el último tiempo ha llevado a que una de las preguntas más frecuentes de los inversionistas sea qué hay detrás de ello.
Durante el 2024 —y desde la victoria de Trump en las elecciones presidenciales— el sol se ha posicionado como la cuarta moneda de mejor desempeño entre los mercados emergentes, superando a todas sus pares de la región. Su comportamiento ha sido incluso más favorable que el de las monedas de México, Chile, Colombia y Brasil desde el llamado “Día de la Liberación”, el pasado 2 de abril, que desató una fuerte aversión al riesgo global ante anuncios cambiantes. Sin duda, detrás de esta resistencia, destacan los sólidos fundamentos macroeconómicos del Perú, principalmente la fortaleza de sus cuentas externas.
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Iniciemos con lo básico: la Balanza de Pagos de un país contabiliza sus transacciones con el resto del mundo, por lo que refleja, en últimas, la salida y entrada de flujos de capital de su economía. En el caso del Perú, su comportamiento reciente ha sido excepcional: el balance en cuenta corriente acumulará en 2025 tres años consecutivos de superávit, gracias a términos de intercambio cercanos a máximos históricos y a una balanza comercial en niveles récord. Esto contrasta con los déficits actualmente registrados por Chile, Colombia, Brasil y México.
Por su parte, la cuenta financiera de la Balanza de Pagos también registró entradas netas de capital por US$1,596 millones en 2024, que, junto al superávit en cuenta corriente de US$ 2,261 millones, implicó un notable flujo total de ingresos de capital, contribuyendo al incremento de casi US$ 8,000 millones en las reservas internacionales netas el año pasado, las cuales alcanzaron un 28% del PBI (2023: 26.6%), el nivel más alto de la región.
Por otro lado, la estabilidad macroeconómica del Perú —reflejada en una deuda pública baja (33% del PBI) y una inflación controlada gracias a un BCRP creíble— sigue siendo un factor clave para los inversionistas, sobre todo en tiempos de alta incertidumbre global.
Además, el BCRP ha cumplido un rol central en el tipo de cambio, interviniendo activamente en el mercado a través de swaps cambiarios. Esto es relevante en una economía semi dolarizada como la peruana, una vez que deben evitarse saltos bruscos del dólar que podrían afectar los balances de empresas y hogares. Por lo tanto, es de esperar que la intervención se mantenga en el futuro a fin de evitar altas volatilidades de la divisa.
Finalmente, seguimos considerando que el Perú se encuentra relativamente bien posicionado en el contexto actual dada su diversificación de socios comerciales y productos (como el cobre, metal clave para la transición energética y el oro, activo con expectativas favorables en medio de mayores tensiones geopolíticas), así como a decisiones estratégicas recientes, como la construcción del puerto de Chancay.
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Todo lo anterior sugeriría que las presiones de apreciación sobre el sol deberían continuar. Ahora bien, los riesgos se han elevado notablemente en medio de la guerra comercial, con lo cual una recesión global no está descartada y, con ello, tampoco presiones bajistas adicionales sobre el precio del cobre a futuro, lo que podría generar mayor volatilidad en el corto plazo.
Aún así, más allá de la actual incertidumbre, el sol continuará destacándose entre las monedas de la región a mediano plazo dado sus saludables fundamentos. Claro está, la clave será que las elecciones de 2026 conduzcan a una mayor estabilidad política y social, así como a menos medidas populistas que deterioren la institucionalidad fiscal y el mercado de capitales (como los retiros de AFP). Por ahora, los inversionistas y calificadoras de riesgo parecen más cómodas con el retorno a la bicameralidad, que fortalecería los contrapesos institucionales. Esperemos que las cosas avancen en la dirección correcta.

Economista jefe de Credicorp Capital y Managing Director de Research. Es economista por la Universidad del Rosario, con maestría en Economía de la misma casa de estudios. Cuenta con 13 años de experiencia. Previamente se ha desempeñado en cargos de docencia, investigación académica y del sector financiero.