las comunidades entienden que la pachamama (madre tierra) les está “cediendo” su terreno para las cosechas y lo protegen, por lo cual es poco probable que los alcance la desertificación provocada en ocasiones por la sobreexplotación del suelo. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society).
las comunidades entienden que la pachamama (madre tierra) les está “cediendo” su terreno para las cosechas y lo protegen, por lo cual es poco probable que los alcance la desertificación provocada en ocasiones por la sobreexplotación del suelo. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society).

La relación de las con el medio que las rodea mezcla ritualidad, respeto y conocimientos ancestrales que los entornos urbanos juzgan y rechazan, pero que pueden ayudar a resolver problemas como la crisis alimentaria o la desertificación.

“Existe una concepción mucho más filial con la naturaleza, una relación de hija y también de madre. Una relación sagrada en algunos momentos y que justamente cambia el sentido de conservación, no solo se ve como un bien económico, sino como algo mucho más íntimo hacia la persona”, aseguró el ingeniero ambiental Javier Llacsa.

El experto es responsable del proyecto Agrobiodiversidad que protege a Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (Sipam), articulado por los ministerios del Ambiente (Minam) y de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y Profonanpe, fondo ambiental privado de Perú.

En medio de un cultivo de papas en la zona de Patahuasi, en el departamento sur andino de Apurímac, Llacsa señaló las montañas andinas, que superan los 4,000 metros de altura y donde viven comunidades que durante siglos han acumulado conocimientos para adaptarse a un medio diverso, cuyo paisaje cambia drásticamente en apenas minutos y reúne diferentes ecosistemas.

Cuando estas comunidades dicen que los astros o los ruidos que hacen los zorros influyen en sus cosechas, no se les suele comprender, ya que se desconoce su concepción del medio como una unidad en la que todo está relacionado, incluso en la forma que cultivan sus tierras.

“Como trabajan una agricultura de secano y que, por tanto, depende del clima, por una cuestión práctica las familias tienen sistemas de señas e indicadores climáticos que van desde las posiciones de las estrellas o la Luna, el número de flores en determinadas plantas, o donde ponen los nidos las aves. Todo lo que forma parte del paisaje es una seña”, explicó Llacsa.

Estos indicadores naturales les avisan del mejor momento para cultivar, dependiendo del inicio de la época de lluvias, algo que para los foráneos puede sonar arcaico y ser visto con escepticismo, pero es un sistema que utilizan con éxito desde hace siglos.

Respuestas a problemas modernos

“Estas comunidades siembran en sistemas de rotación. Siembran en un año en una parcela de cultivo, en el siguiente año siembran en otro lugar, luego en otro, y en otro hasta regresar en varios años al primero. Estos ciclos pueden durar hasta 15 años, por lo que este terreno por el descanso ha recuperado su fertilidad”, destacó Llacsa.

Así, las comunidades entienden que la pachamama (madre tierra) les está “cediendo” su terreno para las cosechas y lo protegen, por lo cual es poco probable que los alcance la desertificación provocada en ocasiones por la sobreexplotación del suelo.

“Somos un pueblo que estamos cuidando nuestro suelo para que no lo dejemos pobre. Estamos pensando para el futuro también, tenemos que dejar un suelo bueno como nos dejaron nuestros abuelos y así lo tenemos que dejar para nuestros hijos”, compartió Santos Pardo, agricultor de papas en la localidad de Huayana.

La agrodiversidad es una herramienta que ha preparado durante siglos a estas comunidades frente a problemas de seguridad alimentaria, como la crisis de alimentos que los expertos consideran que se presentará en la región en un futuro cercano.

Campesinos como Pardo siembran diferentes variedades de un mismo producto, por lo que si hay plagas, heladas o sequías, es mucho más probable que alguna de estas sobreviva, frente al riesgo que conlleva el monocultivo si estos factores ocurren.

Cuando se le preguntó a Pardo por el aumento de precio de los fertilizantes que está afectando a agricultores de diversas partes del planeta, respondió tajante: “nosotros no usamos eso”.

“Fertilizante cero. A nosotros no nos importa si sube o baja. Con nuestros animales hacemos compost, biol y hasta insecticidas con las plantas repelentes de la zona. No compramos nada”, remarcó el agricultor de 38 años poco antes de coger su azada y agacharse para buscar papas enterradas en su campo de cultivo.

De este modo, otro problema que afecta la economía de los agricultores y consumidores como el alza de precio de los fertilizantes, ni remotamente atañe a los campesinos de estas comunidades gracias a que han apostado por sus tradiciones.

Ritualidad presente

“La cría de agua”, que es el cuidado de este bien tan preciado que los campesinos protegen como si fuera otro de sus cultivos o ganado, o los pagos a la tierra, ofrendas a los apus o deidades que hacen en momentos determinados, son ritos presentes en sus rutinas, tanto como cavar, sembrar o cosechar, siempre con la visión de agradecer lo que les da la chacra (campo cultivado, en quechua).

Llacsa intenta día a día que este “averno de conocimientos ancestrales” sea escuchado en las instituciones y en la academia, puesto que normalmente son desconocidos e ignorados.

“En la medida en que continuemos considerando a la naturaleza, al ambiente y a la tierra como un recurso que implica que lo podamos explotar y poner a nuestro beneficio, nos va a seguir llevando a problemas de degradación de nuestro planeta”, concluyó tras destacar que estos pueblos andinos aportan a la humanidad una relación mucho más fraternal con el medio en que viven.