(G de Gestión) “Mamá, qué roche”, me dijo Fer, a lo que yo respondí lo que Federico Olivares, el vendedor más grande del mundo, me repetía desde muy chica: “Vergüenza, hija, solo para robar”. Con la espada desenvainada… Perdón: con la lengua desenvainada, y en compañía de mi asistente comercial recién convencida, me acerqué a felicitar al dueño de esa marca de comida que genuinamente amo y que se ha convertido en mi mejor compañero de Netflix. Claro, en empate con mi esposo.
Ahora, tú te preguntarás cómo sabía yo que era el dueño. Pues porque, mientras devoraba mi espectacular wrap Chingón, con el rabillo del ojo divisaba a aquel millennial que, cual guardaespaldas del negocio, supervisaba cada servida, interacción, mesa, porción. Y, bueno, tenía un gorrito distintivo. “Disculpa, ¿tú eres el fundador? Solo queremos decirte que nos morimos por tu marca, la pedimos todas las semanas. De hecho, yo soy vegetariana, pero me las ingenio para sacar el pollo de la ensalada. Creo que allí tienes una oportunidad de mercado. Y, bueno, tengo una agencia de publicidad y, la verdad, me encantaría conocer más de tu propuesta y, quién sabe, hacer alguna colaboración”.
Cuento corto: obtuve un mail y luego una cita. Cuento un poco menos corto y con final feliz: el fundador nos eligió como su agencia. Había escuchado de nosotros, pero lo que más le gustó es que esta otra fundadora (o sea, yo) era realmente fan de su marca. Quise compartir esta historia de la vida real contigo para desarrollar cinco aprendizajes.
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- Todos tenemos algo que vender. Pasamos un gran porcentaje de nuestro día y de nuestras vidas vendiendo una idea, un producto, un servicio, nuestro talento para una entrevista de trabajo, nuestra capacidad para ese ascenso, nuestra marca personal o hasta que nuestros hijos quieran comerse las verduras del plato. Entonces, interioricemos de una vez por todas que cada uno de nosotros es vendedor en potencia, además de las respectivas profesiones o roles que desempeñemos. Si no tenemos eso claro, nos vamos a pasar la existencia esperando a que las cosas pasen y no yendo por ellas.
- Enamórate de lo que vendes. El mejor argumento de ventas es la convicción por lo que haces. Asegúrate de que tu propuesta de valor sea sólida, con fundamentos concretos, cero palabreo y, si la puedes resumir en una línea, excelente.
- No pienses en transacciones, sino en relaciones. Ya habrás escuchado que más importante que la venta es la recompra. Esta se traduce en varios aspectos: un cliente fidelizado, una comunidad de seguidores en tus redes, una empresa que siempre te tiene en consideración para nuevas oportunidades y retos. Una hija que se coma las verduras o que haga la tarea sin que tú se lo tengas que decir. Las relaciones implican mantenimiento, estar, contener, responder, reaccionar.
- No te compres relaciones que no valen la pena. Tu tiempo, tu esfuerzo, tus ganas y tu salud mental valen mucho más que trabajar con o para quienes no tienen tus valores, tu ambición o tu seriedad.
- Declárate todos los días la vendedora o el vendedor del mes. Tu progreso, tus sueños, tu ascenso, tu crecimiento, no van a venir por delivery. Sal a buscarlos como yo a mi delicioso wrap.
CEO de Boost y directora de Women CEO. Una de los 100 líderes con mayor reputación del país, según Merco. Autora de cinco libros de marketing.
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