Mientras usted lee esta nota, Tim Atkins lee el Perú. No es una cosa menor: Tim Atkins es uno de los 384 Masters of Wine que hay en estos momentos, un título que se obtiene luego de pasar el que debe ser el examen de vino más exigente del mundo. También es uno de los periodistas de vino más respetados e influyentes, y uno de los más premiados del planeta.
Como ha hecho usted alguna vez frente a una copa de vino español o argentino, Tim Atkins ha mirado con detenimiento el color vivaz de algunas de las etiquetas peruanas más interesantes, sumergido su nariz en los aromas sugerentes de nuestras cepas, y probado los delicados balances que enólogos que trabajan en nuestro suelo vienen elaborando hace años, esta semana durante su periplo por el país. Usted lee un artículo y Tim Atkins, el Perú en sus copas.
No es el único ni el primero en mostrar interés. Decanter publicó hace un mes, un artículo de Alejandro Iglesias mencionando vino naranja de Murga, el proyecto Mimo de Pepe Moquillaza (que inició con el destacado enólogo argentino Matías Michelini) y viejos conocidos como Intipalka No. 1.
A principios de octubre conversaba con Iglesias en Mendoza, en un paseo que me reencontró con el visionario enólogo Héctor Durigutti. En un memorable almuerzo en su bodega, en el que recorrimos la historia de la enología argentina, me comentó que en América Latina, la historia que faltaba contar era la del vino peruano y que, aún a la distancia y con mucho respeto, se atrevía a afirmar que el futuro del vino en la región también se iba a escribir en el Perú. ¿Cuál es esa historia?
Las vides llegaron a estas tierras con los españoles para calmar su sed y atender la misa. La primera vinificación de Sudamérica tuvo lugar en Cusco. Instalado el Virreynato del Perú se empezó a sembrar vid en demasía, produciendo vino en tal cantidad, que se tomaba fuera de sus fronteras. Los investigadores especulan si Perú fue entonces el principal productor de vino de su tiempo.
Hay registros de que lo que se llamaba “vino perulero” se exportaba hasta Nueva España, hoy México, por el Pacífico, y aún más lejos, cruzando por tierra en Panamá, y embarcándose en el Atlántico hasta llegar a Castilla inclusive. Los productores de otras latitudes presionaron al rey, y eventualmente lograron que se prohibiera la circulación del vino de estas tierras en ese istmo. Se inicia la destilación masiva. Termina la era dorada del vino peruano y empieza la del pisco, pero esa es otra historia.
¿Cuál es la que nos ocupa ahora? Me lo preguntaba hace unas semanas otra vez con Héctor Durigutti, esta vez cuando me servía un moscatel de Alejandría amarillo, una variedad no tradicional en el vino argentino, muy cercana a la Italia que crece en el Perú. Se trata de un vino experimental que trabaja con una flor de velo en ánforas de arcilla argentina que recuerdan en algo a las tinajas de Ica. Al llevarlo a la nariz los aromas que evoca son similares a los de nuestros piscos.
¿Es el camino del vino peruano el de las cepas patrimoniales que usamos para pisco, con vinificaciones experimentales? Es pronto para asegurarlo, pero es lo que el mundo está mirando con mayor interés.
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Las claves
- Italia + Albilla de Bodega Murga. Impresionante nariz consecuencia del trabajo de la enóloga Pietra Posamai. Tim Atkins subió una foto de esta etiqueta con el comentario “esto es delicioso y únicamente peruano”.
- Mimo Quebranta Moscatel de Pepe Moquillaza. Cofermentación que impresionó a la periodista más importante del mundo del vino Jancis Robinson quien resaltó su registro varietal distinto.
- Hortencia Albilla de Alberto Di Laura. Presentado en el Salón del vino peruano este año, fue uno de los vinos más celebrados. Si encuentra una botella es un suertudo.
Sobre el Autor
Javier Masías es un crítico gastronómico de amplia trayectoria. Sus columnas han aparecido en los principales medios gastronómicos de Latinoamérica, de México a Uruguay. Autor de Bitute, con Gastón Acurio. Intervino en Street Food Lima con Tomás Matsufuji. Además, es copropietario de la librería Babel, junto con Rafael Osterling.