Oler todo el día a rosas sin necesidad de echarse una fragancia: basta con tomarse una pastilla. Ésta es la idea de la farmacóloga turca Gülsah Gedik, que ha desarrollado un método inspirado, curiosamente, en el penetrante olor que despide el cuerpo humano durante horas o días tras el consumo de ajo.
El modelo parece sencillo: un extracto natural de pétalos de rosa se condensa en forma de pastillas que, tras ser ingeridas, desarrollan en el organismo un efecto oloroso que se transmite por los poros de la piel.
“En el mundo ya existen algunos perfumes comestibles, algunos en forma de dulce. Pero nuestro método y producto es una innovación, acorde al concepto de la belleza no contaminante”, dice Gedik, catedrática de la Universidad de Tracia en Edirne, en una entrevista con EFE por correo electrónico.
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Asegura que tiene intención de “lanzar el producto al mercado en breve”, pero matiza que aún está en fase de solicitar la patente, “por lo que todavía no se puede llamar invento”.
“Tampoco se ha publicado aún en una revista científica, porque necesitamos algunos experimentos adicionales que lo validen”, agrega la profesora, autora de numerosos artículos científicos sobre procesos bioquímicos de extractos de plantas.
El proyecto del perfume de rosas parte de un afán de revivir el cultivo de rosales para fines cosméticos, en épocas otomanas una importante industria en Tracia y Bulgaria meridional.
“Una de nuestras principales metas es diseñar y fabricar productos responsables ecológicamente y orientados al futuro, con un reducido consumo de agua”, subraya Gedik.
El proyecto empezó con el intento de desarrollar un extracto sólido de pétalos de rosa con propiedades antiinflamatorias y analgésicas.
Durante el proceso, la investigadora se empezó a interesar por la posibilidad de potenciar el volumen de químicos responsables de la fragancia a rosa.
La idea de crear una sustancia que permita liberar esta fragancia a través de los poros de la piel se inspira en el proceso bioquímico que provoca el característico olor a ajo no solo en el aliento, sino incluso en el sudor de las personas que horas antes consumieron ese bulbo blanco de sabor intenso.
“El origen de este olor a ajo es el resultado de una encima, la alinasa, que convierte la aliína en alicina cuando se machaca un diente de ajo”, recuerda Gedik.
El olor es así un producto de un “metabolismo secundario” provocado por enzimas, “a diferencia de los aceites esenciales que transmiten fragancias, como el de la cáscara de limón, el geranio, la hierbabuena, el romero o el tomillo”.
“El geraniol, el aceite esencial primordial en los pétalos de rosa, tiene una estructura molecular similar a la alicina del ajo”, y este es el punto de partida para encerrar el olor a rosa en cápsulas tragables, concluye la investigadora.
Gedik no prevé que su invento, cuando se lance, vaya a hacer competencia a los perfumes tradicionales, pero cree que puede ser un curioso complemento que, además, combinaría una finalidad cosmética con una mejora de la salud.
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