“Los Oscar no son un festival de cine internacional. Son muy locales”, declaró en 2019 Bong Joon-ho, el director de “Parásitos”, una película surcoreana. “Parásitos” llegó a ganar cuatro premios Oscar, incluyendo el de mejor película, en 2020. Fue la primera vez que una película en lengua extranjera se llevó el máximo galardón de Hollywood, rompiendo lo que Bong llamó la “barrera de los dos centímetros y medio de los subtítulos”.
Las películas realizadas fuera de Estados Unidos suelen quedar relegadas a la categoría de mejor película internacional (conocida como mejor película en lengua extranjera hasta 2020) y solo han sido nominadas al máximo galardón en catorce ocasiones desde que “Z”, un filme franco-argelino, entró en la lista de finalistas en 1970. (Para ser considerada “internacional”, una película debe haber sido producida fuera de Estados Unidos y tener más de la mitad de sus diálogos en un idioma distinto al inglés). En la década de 2010, las películas extranjeras eran nominadas al Oscar menos de seis veces al año en promedio, pero desde 2020 ha habido alrededor de quince nominaciones anuales.
Los ganadores de este año se anunciaron el domingo 10 de marzo, en una ceremonia en directo; los nominados son los más internacionales hasta la fecha. Por primera vez, dos de las diez candidatas en la categoría de mejor película son extranjeras: “Anatomía de una caída” y “Zona de interés”. (Sus directores también están nominados en la categoría de mejor director. En 2019, fue la primera vez que un director de una película internacional obtuvo este galardón).
Una tercera, “Vidas pasadas”, es una producción estadounidense pero la mayor parte de sus diálogos son en coreano. Casi la mitad de los nominados de este año en todas las categorías no son estadounidenses, incluidos los directores de cuatro de las diez películas candidatas a la mejor película.
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El creciente protagonismo de las películas internacionales y en lengua extranjera en los premios Oscar es el comienzo de una corrección, que ya debería haberse producido, de la incestuosa e inflada imagen que Hollywood tiene de sí mismo. También es una de las consecuencias más importantes —aunque menos discutidas— del intento de la organización matriz de la ceremonia, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, de hacerse más diversa y global.
Ese proceso comenzó en 2015 con la etiqueta #OscarSoWhite (#OscarTanBlanco), acuñado por un activista después de que se nominaron a veinte actores blancos. Esto tocó la fibra sensible de un público enardecido por las primeras protestas del movimiento Black Lives Matter. La Academia ha favorecido durante mucho tiempo a hombres mayores con buenas conexiones que necesitan bloqueador solar extrafuerte. En 2015 se estimaba que el 92% de los miembros de la Academia eran blancos y el 75%, hombres.
Deseosa de desviar la publicidad negativa, la Academia tomó medidas para ir más allá de la demografía del código postal 90210. (También instituyó un controvertido conjunto de requisitos de diversidad para que las películas pudieran optar al premio a la mejor película; en algunos casos, el 30% de los papeles secundarios debían estar ocupados por actores de al menos dos grupos infrarrepresentados).
Los miembros de la academia eliminaron a los votantes inactivos e invitaron a participar a una mayor diversidad de cineastas. Desde entonces, el número de miembros pasó de casi 6,000 en 2014 a más de 10.800 en la actualidad. La proporción de miembros de razas y etnias infrarrepresentadas se duplicó, y casi una quinta parte de ellos vive ahora fuera de Estados Unidos.
“La Academia como organismo de votación está menos dedicada a Hollywood como lugar y como centro de la industria”, aseguró Michael Schulman, autor de “Oscar Wars”, un libro sobre la historia de los premios de la Academia. Louis Mayer, cofundador de la Academia en 1927, quizá no lo aprobaría, pues el grupo comercial en parte tenía como objetivo apuntalar las empresas cinematográficas estadounidenses acosadas por problemas laborales y “proyectar su imagen” en todo el mundo, señaló.
Después de #OscarsSoWhite, el aspecto de la mejor película empezó a cambiar. El año pasado, “Los Fabelman”, de Steven Spielberg, una historia sobre un joven cineasta (el tipo de filme que Hollywood siempre ha favorecido) fue superada por “Todo en todas partes al mismo tiempo”, una película comercializada como un progreso en la representación de las personas asiáticas en la pantalla. El mensaje es claro: la Academia ya no tiene el aspecto de antes, y tampoco piensa como antes.
Muchas películas de Hollywood parecen “extranjeras” para los no estadounidenses que votan. De ahí el supuesto desaire a la directora de “Barbie”, Greta Gerwig, una estadounidense que no fue nominada en la categoría de mejor dirección. Una explicación similar se ha ofrecido para la falta de nominación de un antiguo favorito estadounidense, Alexander Payne, por “Los que se quedan”, ambientada en un internado de Nueva Inglaterra. El cambio a favor de las películas no estadounidenses ha sido más marcado en la categoría de documentales; por primera vez, ni una sola producción estadounidense fue nominada en la categoría de mejor largometraje documental.
El cambio de gustos puede complacer a los aficionados del cine de arte y ensayo. Pero algunos piensan que la Academia no se hace ningún favor cuando corona a películas extranjeras, independientes y de nicho como las que han empezado a ganar el premio a la mejor película.
Si los premios Oscar siguen por ese camino, “se convertirán en una versión de los BAFTA”, predice un veterano publicista cinematográfico, refiriéndose a la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión, cuya ceremonia anual es seguida sobre todo por aficionados al cine.
Desde hace veinte años, la audiencia de los Oscar sigue una tendencia a la baja. Mientras que en 1998, cuando “Titanic” se enfrentó a “Los Ángeles al desnudo”, 57 millones de espectadores vieron la ceremonia, en 2023 solo cerca de diecinueve millones la vieron. Comparemos esa cifra con la del Supertazón, que en 2023 fue sintonizado por 83,7 millones de estadounidenses, un 30% más que en 1998.
Los miembros de la Academia se enorgullecen de la buena fe artística de los Oscar, y las investigaciones sugieren que los premios son un incentivo para que los estudios hagan películas serias que de otro modo no serían comercialmente viables. “Toda esa gente que quiere ganar dinero quiere estar en primera fila y dar las gracias desde el escenario”, dice un productor ganador de un premio Oscar.
Sin embargo, la brecha entre los ganadores y los espectadores de los Oscar tiene un límite. “¿Verías el Supertazón si nunca hubieras oído hablar de los dos equipos que juegan?”, se pregunta Gabriel Rossman, sociólogo de la Universidad de California en Los Ángeles. Argumenta que, “desde la perspectiva de maximizar el valor a largo plazo de la marca de los Oscar, esas películas de micropresupuesto son básicamente parasitarias. Obtienen la fama de los Oscar sin aportar la suya”.
No obstante, a diferencia del fútbol americano, Hollywood depende del público que está fuera de Estados Unidos para obtener beneficios. A medida que los servicios de transmisión en continuo derriban las fronteras nacionales y el público se acostumbra a leer subtítulos, la industria cinematográfica se globaliza cada vez más.
“En la actualidad, todas las películas son internacionales”, afirmó Tatiana Detlofson, publicista de producciones extranjeras. Sin embargo, señala que los títulos internacionales que tienen la suerte de ser nominados a la mejor película cuentan con importantes acuerdos de distribución en Estados Unidos y presupuestos de comercialización muy superiores al promedio. Los nominados también suelen proceder de Europa Occidental.
Un ‘Tour de force’
El director de la Academia, Bill Kramer, planea impulsar aún más la expansión internacional. Ya se ha convertido en mucho más que una asociación comercial de Hollywood y una ceremonia anual de entrega de premios. En 2021 se inauguró un museo en Los Ángeles, diseñado por el arquitecto italiano Renzo Piano, cuya construcción costó casi US$ 500 millones, y ha creado programas de formación para jóvenes cineastas y ha acumulado activos netos con un valor de US$ 844 millones, incluidas importantes propiedades inmobiliarias.
La Academia ha empezado a parecerse mucho más a una universidad, observó Walt Hickey, autor del libro “You Are What You Watch”. Como “todo lo que no sea un deporte de pelota se marchita y muere en la televisión terrestre estadounidense”, la Academia intenta prepararse para el futuro, con el fin de evitar que los medios de radiodifusión sigan sufriendo trastornos.
“Oppenheimer”, una película sobre el padre de la bomba nuclear, dirigida por Christopher Nolan, un británico afincado en Hollywood, ganó el premio a la mejor película. Pero, aunque la Academia concedió finalmente a Nolan una merecida victoria, y los tradicionalistas suspiren aliviados, es imposible ignorar todas las caras nuevas que pronto podrán sostener las estatuillas bañadas en oro con un peso de casi cuatro kilos. Sin importar quién se llevó el Oscar este año, o si dicen “gracias”, “danke” o “merci”, el cine internacional ya resultó victorioso.
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