Si alguien tiene fiebre o se está recuperando de una cirugía, es difícil que use herramientas mecánicas. Y si está sufriendo una crisis nerviosa, es mejor evitarlas. El remedio son los días de descanso, cuyo objetivo es prevenir que las personas se hagan daño, a sus colegas, clientes u otros en el trabajo. Laborar desde casa ha puesto de cabeza esta lógica. Si uno puede trabajar en la cocina, concluyen hoy los trabajadores híbridos, ¿por qué no en la cama? —siempre y cuando el cerebro esté encendido y la cámara de Zoom, apagada—.
La revolución del trabajo remoto ha elevado la vara de lo que significa estar enfermo. En el punto álgido de la pandemia, la gente trabajaba desde casa incluso con fuertes síntomas de fiebre, dificultad respiratoria o náuseas. Muchos aún lo hacen. Nicholas Bloom, catedrático de Economías de la Universidad Stanford, ha rastreado hábitos del teletrabajo desde que la crisis del covid-19 lo popularizó.
En un reciente documento de trabajo, el académico presenta los resultados de un ensayo aleatorio controlado en una gran multinacional china, donde los días de descanso disminuyeron 12% para empleados que hacían teletrabajo dos días a la semana respecto de quienes hacían trabajo presencial a tiempo completo.
En el pasado, esta columnista invitada, mientras estaba convaleciente, no tenía reparos de enrollarse en una manta con un ponche caliente, tostadas y algunos pañuelos. En cambio, cuando contrajo covid-19 a principios del verano (boreal), siguió usando su teléfono y su laptop. Sus gerentes le urgieron encarecidamente a que encargue su trabajo a un colega, lo que para ella era impensable, al menos hasta que casi perdió el conocimiento.
Estar en cama sin hacer nada no solo connota incomodidad física sino también deterioro cognitivo. Los trabajadores asalariados, quienes son evaluados con frecuencia sobre la base de su input en lugar de su output, encuentran difícil decir que están fuera de juego por unos días, pues ahora no necesitan preocuparse por propagar gérmenes en la oficina.
Para los afanosos, trabajar horas extra no es una tarea sino una forma de vida. Los descansos no planificados son antitéticos para su omnipresente ansiedad de tener un buen desempeño. Con una recesión al acecho que pone en cuestión la futura seguridad laboral, que un empleado muestre que es útil se ha hecho mucho más importante. La etiqueta del trabajo híbrido es fluida y muchas empresas aún tienen pendiente adaptar a la nueva era sus reglas para licencia por enfermedad.
Aunque todo esto es entendible, también es preocupante. Alejar una laptop y un smartphone del dormitorio de una persona enferma no es tan peligroso como manejar un montacargas. Tampoco supone riesgos —ni para el convaleciente ni para su empleador—. Y no es solamente el covid-19, cuyos síntomas comunes incluyen niebla cerebral. Cualquier virus provoca fatiga.
Incluso estar levemente enfermo puede afectar la función cerebral en la misma medida que la altitud elevada, cuyo efecto puede sentirse como una mala resaca. Es difícil tomar decisiones adecuadas cuando uno no se puede enfocar en la tarea asignada. Es por ello por lo que, a veces, personas con baja concentración de oxígeno se quitan la ropa protectora en el Everest; algunos mueren de hipotermia.
Disparar e-mails cuando uno se siente mareado y agotado pone el cuerpo bajo más estrés y además corre el riesgo de ser incoherente. Insistir en seguir haciéndolo podría empeorar la salud del empleado y reducir su productividad por más tiempo. El “presentismo” digital, que es a lo que equivale dicha insistencia, no es beneficioso para nadie. Por ello, es importante oponerse.
No se necesita una transfusión de sangre o un trasplante de hígado para sentir que uno se ha ganado algún tiempo para reposar. Un sueño tranquilo puede reponer cuerpo y espíritu, mirar al techo otorga tiempo para hacer un balance de la vida. No se preocupe de ser juzgado por eludir responsabilidades, pues la holgazanería verdadera no se puede disimular —si alguien se hace el enfermo, hay chances de que sus jefes ya lo sepan—.
En el mundo del trabajo flexible, los gerentes pueden liderar con el ejemplo, tomándose el ocasional día libre cuando tengan un resfrío. ¿Por qué no usarlo como oportunidades para delegar tareas? Esto tiende a construir confianza en un equipo y ayuda a evaluar fortalezas y debilidades de los subordinados.
Con el tiempo, los hábitos laborales de esta era híbrida cuajarán. Cuando se trate de enfermedades, con suerte se establecerán cerca de lo que eran en los días previos al covid-19. Enfermarse es parte de la condición humana y no desaparecerá. Tampoco lo harán los descansos por enfermedad. Esta columnista recuerda estar echada en el sofá recuperándose de un virus estomacal en Nueva York, hace 17 años, sin ser molestada por colegas ni por pensamientos laborales. La próxima vez que enferme, no ingresará a la app Slack, sino que escuchará a sus gerentes y cerrará su sesión.