
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a acaparar titulares, esta vez por un anuncio inesperado relacionado con la industria de alimentos: Coca-Cola estaría lista para modificar su fórmula tradicional en ese país, reemplazando el jarabe de maíz de alta fructosa por azúcar de caña real. En su red Truth Social, el mandatario escribió que “ha estado hablando con Coca-Cola sobre el uso de azúcar de caña real” y que la compañía “ha accedido a hacerlo”.
Aunque la empresa no ha confirmado oficialmente un ajuste en su receta, un portavoz señaló que “aprecian el entusiasmo del presidente Trump” y que “pronto se compartirán más detalles sobre nuevas ofertas innovadoras dentro de nuestra gama de productos Coca-Cola”.
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Detrás de esta declaración se encuentra la influencia de Robert F. Kennedy Jr., actual secretario de Salud del gobierno de Trump, quien ha expresado su preocupación por el impacto del jarabe de maíz en la salud de los estadounidenses, en especial de los niños. Según la Comisión Make America Healthy Again (MAHA), que preside Kennedy, el jarabe de maíz con alto contenido de fructosa podría estar vinculado con la obesidad infantil y otras enfermedades crónicas.
Fructuosa vs. sacarosa: lo que ocurre en el cuerpo
La medida, sin embargo, no ha tardado en generar controversia entre expertos en salud pública, nutricionistas y productores agrícolas. En diálogo con Gestión, dos especialistas en nutrición coinciden en que el cambio sería, como mucho, simbólico, y no resolvería el verdadero problema: el exceso total de azúcar en la bebida.
“Bioquímicamente, el jarabe de maíz es alto en fructosa, y la fructosa es un monosacárido cuya absorción puede llegar a ser más rápida. En cambio, la caña de azúcar es una combinación de glucosa y fructosa, es decir, un disacárido, viene a ser la sacarosa. Pero ambos son azúcares de fácil absorción. No hay una diferencia tan relevante cuando hablamos de índice glicémico”, explica la nutricionista Jessica Huamán.
Huamán precisa que el índice glicémico —la capacidad de un alimento para elevar el nivel de azúcar en la sangre— es similar entre ambos ingredientes. “Ambos incrementan el azúcar en sangre de forma muy rápida y pueden llegar a ser riesgosos, considerando también los excesivos consumos que pueden haber o la cantidad de azúcar que suelen contener estas bebidas”, añade.
En Perú, por ejemplo, una botella de Coca-Cola de 600 mililitros contiene más de 40 gramos de azúcar, cuando la recomendación diaria para un niño es no superar los 25 gramos. “Si un niño se toma una botella, ya está consumiendo en exceso la cantidad de azúcar recomendada para todo el día”, advierte la también coordinadora de la Plataforma por la Seguridad Alimentaria de Perú.
El problema está en la cantidad, no solo en el tipo de azúcar
La nutricionista Vanessa Tello coincide en que el problema no está en el tipo de azúcar, sino en su cantidad. “Ambos ingredientes son perjudiciales si se consumen en exceso. Pero la teoría nos dice que el jarabe de maíz de alta fructosa afecta un poco más el metabolismo porque contiene más fructosa libre, que se metaboliza en el hígado y puede estar relacionada con hígado graso, aumento de triglicéridos o resistencia a la insulina”, señala.
Aun así, para Tello, el posible reemplazo no tendría un impacto real. “Estamos hablando de un cambio de ingrediente, pero no se está modificando la cantidad total de azúcar. Esto puede incluso generar un efecto adverso, porque al percibir que la bebida es ‘más saludable’, las personas podrían perderle el miedo y consumir más”, alerta.
“No siento que sea una mejora a la salud pública. Me preocupa más que esto motive a las personas a consumir más. Es como cambiar una adicción por otra. Lo que realmente se necesita es educación y conciencia sobre los riesgos del consumo excesivo de azúcar”, apunta.
Desde la Comisión MAHA, Kennedy ha impulsado una revisión de las guías alimentarias nacionales en Estados Unidos, y ha criticado duramente la presencia de jarabe de maíz, aceites de semillas y aditivos artificiales en la dieta estadounidense. Sin embargo, las recomendaciones científicas actuales no establecen una diferencia significativa entre el azúcar de caña y el jarabe de maíz en cuanto a sus efectos en la salud metabólica, siempre que se consuman en cantidades similares.
“Si solo se hace ese cambio de ingrediente, no necesariamente tendría un impacto tan significativo. Lo ideal sería que también se disminuyan las cantidades de azúcares que tienen estos productos ultraprocesados”, añade Huamán. “Ese sería un cambio realmente estructural”, indica.

La especialista también menciona otros factores de preocupación. “Las gaseosas, además de tener azúcar, contienen sodio, cafeína y ácido fosfórico. Este último, presente en las burbujas, puede dificultar la absorción del calcio y afectar el crecimiento de los niños. Además, están los colorantes y aditivos alimentarios que también se deben tomar en cuenta”, remarca Huamán.
Por ello, sugiere que, si no se modifica la fórmula completa, al menos se refuercen las advertencias al consumidor. “Los esfuerzos que se podrían hacer de inicio, si es que las empresas no estructuran su composición, es que se pueda reforzar la advertencia a los consumidores”, menciona.
Mayor conciencia sobre los riesgos
Desde el punto de vista de salud pública, ambas especialistas coinciden en que los gestos aislados no bastan. “Lo más recomendable es fomentar la conciencia sobre los riesgos. Al final, es ahí donde las personas pueden tomar decisiones informadas”, indica Tello.
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Jessica Huamán sostiene que, desde una perspectiva nutricional, el origen del azúcar —ya sea del maíz o de la caña— no representa una diferencia significativa. Lo verdaderamente preocupante, explica, es que se trata de una bebida ultraprocesada con un contenido de azúcar excesivo frente a las necesidades reales del organismo. Por ello, considera que cualquier modificación que no implique una reducción en esa cantidad será irrelevante en términos de salud.
Más allá de las implicancias económicas, la discusión pone sobre la mesa una cuestión más profunda: el rol de las políticas públicas y de la industria alimentaria en la epidemia de enfermedades no transmisibles que afecta a millones. Y como sostienen las nutricionistas, un cambio real no se consigue reemplazando un ingrediente, sino transformando el enfoque completo sobre lo que consumimos, cómo se informa al consumidor y cómo se educa en salud.

Licenciado en Ciencias de la Comunicación, con especialidad en Periodismo, por la Universidad Tecnológica del Perú, con más de 12 años de experiencia en medios de comunicación. Actualmente escribo sobre política, economía y actualidad.