(G de Gestión) Podría parecer un restaurante de Bangkok o de Tulum. Paredes de ladrillo expuesto, sillas de mimbre diferentes entre sí, cojines de colores y muchas palmeras componen un espacio tan diverso como su carta. El ambiente de Lalá invita al relajo, a disfrutar con amigos. Su chef, Umberto (Tito) Salini, se pasea entre las mesas con un humeante palo santo en la mano. “¿Es para la buena vibra o por el olor?”, le pregunto al mozo. Para las dos cosas, me responde con una risa nerviosa. Tito no deja de ir y venir entre la cocina y las mesas repletas para preguntar si todo estuvo a punto. Observa con ojo avizor desde la barra y se asegura de que todo fluya, de que los platos salgan con prontitud, de que el ritmo no se pierda. Él mismo canta los platos y, desde dentro de la cocina, se escucha a todo el equipo responder al unísono: “¡Oído!”, como si fuese un ejército listo para enfrentar la siguiente comanda.