Máncora sigue siendo el destino preferido de muchos turistas nacionales y extranjeros. En el siguiente artículo, Laura Holt de Financial Times cuenta sobre su inolvidable viaje a este popular balneario en el norte del Perú.

Estando despierta desde temprano debido a los efectos del cambio de horario, corrí las suaves cortinas de muselina de mi suite y deslice la puerta para abrirla y escuchar las olas que azotaban la costa, luego caminé por la arena, marcada solo por las huellas de aves marinas.

Entonces, de repente, el silencio se interrumpió cuando una bandada de pelícanos pasó revoloteando y haciendo ruido con sus alas. Busqué a alguien con quien compartir el momento, pero no había ni un alma a la vista.

Esta no es una escena que normalmente se asocie con el Perú. Durante años, la próspera nación sudamericana ha atraído a viajeros interesados en sus montañas andinas, ruinas incaicas y cuencas amazónicas. Pero son pocos los que además de visitar la ciudadela de Machu Picchu logran llegar a la notable costa del país, que se extiende por más de 1,500 millas (2,414 km).

Poco a poco, sin embargo, todo esto está cambiando, gracias en gran parte al crecimiento de un particular balneario, Máncora. Situado en el extremo norte del Perú, cerca de la frontera con Ecuador, este otrora pueblo de pescadores se ha convertido poco a poco en un relajado refugio para surfistas durante el último medio siglo, debido a su fiable oleaje mar adentro y su clima tropical durante todo el año.

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La playa Pocitas es una de las playas más exclusivas de Máncora. (Foto: USI)

Y aunque todavía es el lugar donde cuerpos bronceados van a correr olas y tomarse una cerveza al atardecer, la última imagen de Máncora es la de una localidad a punto de convertirse en destino de lujo "hecho y derecho", luego de ser testigo de una ola de aperturas de lujo entre las arnas doradas de la playa Pocitas y el bullicioso pueblo principal.

Después de mi encuentro con los pelícanos, me senté a desayunar en Kichic, un hotel que abrió sus puertas hace un año en un tramo casi desierto de Pocitas. La propietaria, Cristina Gallo, es originaria de Lima, pero ha tenido participación en varios hoteles de Máncora en los últimos 20 años. Sentada sobre una plataforma de madera elevada con vista al mar, disfruté de frutas bañadas en miel, huevos revueltos y un jugo verde recién hecho.

Detrás de mí, un camino con faroles colgados conduce al restaurante vegetariano y de mariscos del hotel, situado en medio de jardines tropicales que rebosan de eucalipto, buganvillas y arbustos de bambú. También hay un estudio de yoga y nueve suites, que incluyen grandes camas dobles envueltas en telas blancas y televisores planos escondidos detrás de bolsas con una inscripción que dice: "La mejor conexión es con uno mismo, la naturaleza y la persona a tu lado".

De hecho, parece que hay poco tiempo que perder viendo la televisión en Máncora. Mirando al Pacífico y a los surfistas sobre las olas, el recepcionista de Kichic Eduardo Mellet me dice que, de julio a octubre, a menudo se ve ballenas jorobadas que se dejan ver desde la puerta del hotel. Cómo me tocó visitar el lugar en otra temporada, opté por hacer un recorrido para explorar el otro lado de la rica vida marina de la zona.

Ursula Behr se trasladó a Máncora hace nueve años después de trabajar como entrenadora de delfines en Lima y guía de kayak en el Parque Nacional del Manú. Ahora con unos cuarenta años, ella había visitado Máncora por primera vez como surfista cuando tenía 16 años, acampando en la playa cada víspera de Año Nuevo. "No había hoteles, ni electricidad y todo te lo servían caliente – el agua caliente, tomates calientes en la ensalada – la única cosa que era fresca era el pescado", recuerda.

Años más tarde, al volver a Máncora con su esposo se dio cuenta de que si bien la ciudad había cambiado bastante, todavía había pocoos operadores turísticos, por lo que creó Iguanas Trips y comenzó a ofrecer excursiones en kayak por la costa.

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Eco Lodge en Máncora, diseñado y construido por el arquitecto francés Tom Gimbert. (Foto: Eco Lodge Máncora)

Con el tiempo, en una de sus excursiones, de casualidad descubrió que había tortugas marinas gigantes en la zona, y en base su experiencia como entrenadora de delfines, comenzó a nadar con las tortugas.

Estando yo parada en un pequeño barco de pesca en las aguas poco profundas del embarcadero El Ñuro, las tortugas empezaron a emerger. Primero uno, luego varias más. En suma eran 15 tortugas nadando alrededor del barco. Se estima que hay 500 de estas gigantes especies en las aguas de Máncora, pero solo un puñado son lo suficientemente curiosas para acercarse tanto a la gente.

La trayectoria de Behr significa que ella sabe cómo deben ser tratados los animales. "No las toques", advierte. "Basta con que ellas se frotan contigo". Vestida con un traje de neopreno, me metí al agua y nade durante una hora o más cara a cara con las gigantes tortugas verdes, que me utilizaron como un poste para rasguñar.

Sería fácil pasar horas descansando en la playa de Máncora, pero un día decidí prestar atención a un mensaje en una pizarra que, junto a un dibujo de un surfista, decía: "Si no lo intentas aquí, nunca lo intentarás".

Y quién mejor para enseñarme que Pilar Yrigoyen, una ex campeona nacional que ahora brinda clases fuera del hotel y restaurante Del Wawa en la playa. A pesar de mucho chapoteo y caídas al agua, al final pude ponerme de pie, agradecida de que, si bien las olas de Máncora son lo suficientemente confiables para seguir atrayendo a expertos, no son tan grandes como para intimidar a los novatos.

Otra tarde, probé ir en dos ruedas con Álvaro Silva, de nacionalidad chilena, que vino a Máncora hace un año para abrir Amancay Bikes, una empresa que alquila bicicletas y organiza excursiones. Pasamos pedaleando por el agitado mercado local de Máncora en el extremo norte de la ciudad, luego nos dirigimos al Eco Fundo La Caprichosa, una reserva natural, zona de juegos, hotel de lujo y restaurante orgánico que ha sido desarrollado y reforestado durante los últimos cinco años en un otrora terreno estéril, por un millonario suizo-peruano.

Aquí uno puede pasar un día completo bajando por tirolinas y haciendo carreras por el lugar en una especie de cuatrimotos. O, simplemente puede flotar en la piscina, como yo hice, con una copa de vino de miel casera en la mano, viendo revolotear a pájaros rojos y amarillos en el cielo.

De vuelta en el bullicioso corazón de la ciudad – donde los tambaleantes mototaxis de tres ruedas son el modo aceptado de transporte de pasajeros por la carretera Panamericana entre el pueblo y la playa Pocitas – me registré en otro nuevo hotel. De todos los lugares donde me quedé, ninguno representa las aspiraciones de lujo de Máncora más que DCO Suites, una elegante propiedad al estilo de Ibiza, donde se escucha música house en la piscina y en la playa con camas alineadas en la orilla al estilo de Bali.

Muy cerca se encuentra Ecolodge, un hotel creado por Tom Gimbert, un arquitecto francés de 34 años de edad, quien divide su tiempo entre su despacho cerca de Nantes y su nueva vida en Máncora. Gimbert construyó este rústico lodge hace cuatro años, después de que inicialmente llegara a Máncora para practicar kitesurf.

Al final, terminó quedándose para abrir algunos restaurantes locales antes de pasar a los hoteles, y ahora es el arquitecto de referencia en la ciudad, responsable de crear el estilo de jardín secreto de Kichic, entre otros.

Ecolodge, sin embargo, es su bebé, construido utilizando solo materiales locales como madera, bambú y piedra para crear una serie de habitaciones tipo cabaña, construidas en varios niveles alrededor de un patio y piscina, donde los colibríes vienen a jugar.

"Este fue un experimento para mí", explica Gimbert mientras desayunábamos fruta fresca y postres caseros una mañana. "Usaba el plástico de antiguos carteles publicitarios para hacer los techos, y luego cubrirlos con hojas de palma".

Si bien muchas de las personas a quien conocí contaban historias de haber llegado a Máncora de vacaciones, y haberse enamorado del lugar y empezado una nueva vida, un lugareño nacido y criado aquí es Juan Seminario, propietario de La Sirena d'Juan, el mejor restaurante de la ciudad.

El local, también construido por Gimbert, sirve platos contemporáneos de clásicos peruanos, como ceviches de mariscos y tiraditos de atún tipo sashimi, cubiertos de soja y aceite de oliva. Ubicado frente a la carretera Panamericana, el restaurante para lleno de una mezcla de peruanos bien vestidos y surfistas con cabellos greñudos que comparten unas cervezas.

Seminario me habla de cómo Máncora ha cambiado: "Tenía miedo de abrir este restaurante hace 10 años, ya que, en un principio, Máncora solo tenía dos temporadas altas – año nuevo y julio, durante las fiestas patrias. El resto del tiempo, no había nadie. Ahora….", dice, señalando con su mano a la sala llena de gente.

"Esta es la razón por la que Máncora está progresando, porque un montón de gente de Lima, una gran cantidad de franceses, chilenos y argentinos, vino aquí a hacer surf, y luego se quedó para abrir restaurantes y hoteles".