Hace tres décadas, el escultor y pintor peruano Víctor Delfín inmortalizó su icónica escultura “El Beso” en el ahora famoso Parque del Amor en Miraflores. A sus 97 años, Delfín rememora con nostalgia la inspiración detrás de esta obra emblemática y su impacto. Además, el artista cuenta el uso que le da a sus redes sociales, su pasión por la poesía y el rol que juegan las semblanzas que escribe sobre sus amigos.
Han pasado 31 años desde la inauguración de su emblemática escultura “El Beso”, que hoy en día es muy demandada en fechas especiales como San Valentín. ¿Qué sensación le provoca ver cómo ha evolucionado el impacto de su obra?
Al principio fue muy controvertida, ya que en esa época la gente tenía una idea muy particular de la belleza y cuestionaban que la pareja estuviera descalza, especialmente en un barrio aristocrático como Miraflores. Se dijeron muchas cosas, incluso hubo un grupo que quería retirarla. Afortunadamente, no todos pensaban igual. El antropólogo Antonio del Busto, por ejemplo, señaló que “El Beso” era la primera escultura mestiza que se había hecho en el Perú. Recuerdo que una revista importante la catalogó como una de las seis esculturas más famosas del mundo, calificándola como un ícono de la expresión mestiza. Eso calmó los ánimos, y poco a poco empezaron a llegar más elogios que críticas. Hoy en día, el lugar se ha convertido en un espacio lleno de vida, con un carácter folclórico y muy peruano, donde tomarse una foto el día de la boda se ha vuelto una tradición, sin que nadie la imponga.
¿Por qué un beso? ¿Qué lo llevó a realizar esta escultura?
Recuerdo que, cuando tenía veintitantos años, si un joven besaba a una chica en público, la policía intervenía y los llevaba a la comisaría para llamar al padre, como si fuera algo inmoral. Tuve una experiencia fuerte en ese sentido. Estaba con mi enamorada, nos besamos en un taxi y el chofer nos echó del vehículo. Ella se fue avergonzada y eso me marcó profundamente. Por eso, la escultura fue una especie de desquite, una venganza simbólica. Inicialmente, hice la escultura en un volumen pequeño, en arcilla, y luego la trasladé a bronce. Curiosamente, un día el entonces alcalde de Lima, Alberto Andrade, vino a mi taller. Al ver la escultura, me preguntó si podría hacerla más grande.
¿Qué le respondió?
Le respondí que sí, que “para el amor me das una montaña y hago algo descomunal”. Eso fue un miércoles, y para el sábado ya estábamos buscando un lugar para ubicarla. Finalmente, encontramos su ubicación actual en el malecón Cisneros. Recuerdo que en ese momento había parejas besándose entre los matorrales. Les dije que no se fueran, que ese sería un lugar que los protegería, porque el amor no es un delito. Cuando el alcalde me preguntó cómo se llamaría el espacio, le respondí: “El Parque del Amor”.
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¿Cómo fue el día de su inauguración?
Estuvo algo abandonada el “Parque del Amor” por falta de dinero, y pasó cerca de un año sin avances. La escultura estaba lista, pero el parque no tenía nada más, ni bancas, era un desierto. Hasta que 1 de enero de 1993, uno de los empleados municipales me dijo que el doctor Andrade quería que terminara el parque en 45 días para inaugurar el 14 de febrero, el Día de los Enamorados. Al principio, me pareció imposible, pero mi compañera, que es más inteligente, me sugirió que aceptara. Ella me ayudó muchísimo. Entonces nos pusimos manos a la obra, trabajando día y noche, hasta la medianoche muchas veces. Se llegó a congregar a 200 personas trabajando en el proyecto. Logrando el cometido: estaba lista el 14 de febrero. A las 3 de la tarde vinieron a buscarme de la municipalidad. Mi gran amigo, el poeta Arturo Corcuera, se encargó de convencer a varios poetas para que colocaran versos en las paredes del parque. Así, el lugar se llenó de poesía.
¿Guarda un afecto especial por alguna de sus esculturas o pinturas realizadas a lo largo de su vida?
Por ninguna en particular, ya que las considero como hijos, a quienes se quiere por igual. Tengo muchos “hijos” repartidos por América: una escultura en un parque de Chile, otra en Ecuador, también en Colombia. En casi todo el continente hay obras mías, incluso en Santo Domingo. Algunas fueron adquiridas para museos o exhibiciones al aire libre. En Estados Unidos tengo varias piezas, como caballos y leones, para coleccionistas privados. Con el tiempo, he olvidado dónde están algunas, otras las tengo registradas en fotografías y en libros sobre mi producción. He sido muy productivo.
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Más de 90 años ligado al arte, ¿cómo empezó?
Desde los 5 años me dedico al arte, y tuve la suerte de contar con el apoyo de mis padres, especialmente de mi papá. A los 10, ya vendía mis dibujos, y a los 17 ingresé a la Escuela de Bellas Artes con una beca. He recorrido todo el Perú, y siento un profundo respeto por el interior del país, especialmente por Puno y Ayacucho, donde fui director de la Escuela de Bellas Artes. La gente de esas regiones es sencilla y honesta. Siempre he sentido una conexión con la sierra y la puna, a pesar de haber nacido en la costa.
¿Es usted un artista multidisciplinario? Se ha desarrollado en la escultura, la pintura, el grabado e incluso en la poesía
Sí, creo que todos los artistas tendemos a ser multidisciplinarios. Cuando pintamos, a menudo nos interesa la escultura, y cuando hacemos escultura, podemos sentir el impulso de escribir poemas o explorar el cine. La creatividad es una unidad. Personalmente, escribo cuentos, poemas y semblanzas de amigos que han partido, pues siento el vacío de su ausencia; cada uno de ellos es único. Desde joven, me ha gustado escribir sobre la pintura, y ahora, a mis más de 90 años, la nostalgia es más intensa. Recuerdo con mayor claridad a mis amigos fallecidos y a quienes me ayudaron en momentos difíciles, ya que la vida del artista es muy dura. Pocos logran alcanzar el estándar que tengo: una hermosa casa, una posición estable, y la visita de personas que aprecian mi trabajo, compran mis libros o cuadros, y observan mi obra. Eso no es frecuente en el mundo del arte. No tengo por qué quejarme.
¿No considera que ello es consecuencia de su trabajo?
Ciertamente, pero también hay otros artistas que trabajan duro y poseen talento, pero por alguna razón no reciben la misma acogida o reconocimiento. Para mí, este éxito ha sido una sorpresa. Cuando vendí mi primera escultura, me pareció increíble; me resultaba extraño que se pagara tanto por mi trabajo. Con el tiempo, eso se volvió algo natural. Mi taller en Barranco me parece una exageración de mis sueños.
¿Es Perú un país complicado para los artistas?
Todo país presenta desafíos para los artistas. Perú, con sus múltiples culturas superpuestas -aymara, quechua, costeña-, enfrenta dificultades para lograr una verdadera fusión. La diversidad cultural y lingüística, con comunidades que no hablan quechua, contribuye a una realidad fragmentada, con varios “Perús” coexistiendo en constante conflicto.
En esta etapa de su vida, ¿hacia dónde está volcando su creatividad? ¿Su vida es más sosegada y reflexiva?
En absoluto. Me considero un activista político; he estado en las calles durante años. Utilizo mi teléfono celular para fomentar la rebeldía a través de mis redes sociales, denunciando la miseria en un país tan rico y el maltrato hacia las mujeres. También me dedico a apoyar a jóvenes pintores y escultores, promoviendo su trabajo y creatividad. Siempre digo que, independientemente de la profesión -ya sea profesor, médico o conductor de taxi-, lo único que realmente importa es tener un libro.
¿Qué le gusta leer?
Leo de todo, excepto literatura de ficción. Me fascinan los libros de historia y soy un gran admirador de Paul Auster.
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Licenciada en Periodismo por la Universidad Jaime Bausate y Meza con 20 años de experiencia profesional. Laboró en medios de comunicación como TV Perú y Perú21. También ejerció en gremios como la SNMPE y SNI. Desde el 2016, es parte del diario Gestión.
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