Director periodístico
Lo que descubrí sobre mí mismo en el taller del niño interior ha trazado los últimos años de mi vida. No exagero.
Era pandemia. Uno de mis refugios era Faros de luz, un espacio “cuidado y cálido para ser vulnerable”, como describió hace poco en WhatsApp uno de sus miembros luego de una sesión memorable. Ahí meditábamos, juntos, un grupo de mujeres y hombres de negocios, y compartíamos nuestras experiencias en lo que consideramos —cito al mismo, aunque es consenso— un “camino de sanación y crecimiento”. El grupo era liderado por David Fischman, con el respaldo espiritual de las hermanas y hermanos de Brahma Kumaris. Y, más que nunca, era core en nuestras vidas.
Cada vez con más frecuencia, David nos conminaba a mirar nuestro niño interior. ¿Qué heridas de infancia teníamos y cómo se manifestaban hoy en botones rojos que, una vez activados, nos hacían explotar? ¿Éramos conscientes de ello? ¿Capaces de detectar el momento y ‘salvarnos’? ¿O dejar de herir a los demás con reacciones que provenían, más que de ellos —como creíamos— de nosotros mismos? La reflexión conjunta le daba sentido a las preguntas y el autoentendimiento empezó a ser invaluable. Hasta que David, en una investigación que iniciaba, nos invitó a un taller.
Invitaría al mundo a ese taller. Pero gracias al esfuerzo de David y de Marisol Bellatin, que lo dirigieron juntos múltiples veces, hoy existe el libro Sana tu niño interior: Una guía para tu desarrollo emocional (Planeta, 2023) como una alternativa a ese viaje. Ahí recogen la investigación del taller y la comparten a través de experiencias reales, conocimiento y ejercicios de descubrimiento.
Cuánto descubrí sobre mí en ese taller. Con amor y dolor, entendí, por ejemplo, que aquello que de niño me decía y repetía mi padre era una moneda de dos caras. “Tú tienes una estrella —me señalaba la frente— y esa estrella hará que todo lo que te propongas sea posible”. Esa estrella fue fundamental en mi vida para enfrentar los obstáculos universitarios del dinero y los privilegios, y me hizo creer en mi talento antes que nadie, lo que fue clave para mi despegue profesional. Pero también es una fuente inagotable de autoexigencia y frustración, que a veces recae con intolerancia en los míos: mi hija, mi novia, mi madre, mis familiares, mis amigas y amigos, mis equipos.
He evitado desbordes emocionales y maltratos a quienes más quiero gracias a ese entendimiento. He retrocedido en acciones hirientes y encontrado la calma. He pedido perdón, más que nunca. Me costará la vida —y acaso no termine— la deconstrucción de esa parte de mí. Pero su consciencia me hace mejor. Lo sé y lo pruebo a diario.
Ahí está el libro, dedicado con acierto “a todos aquellos valientes que se atreven a despertar”.
Atrévanse. Y abracen a su niño interior.
LAS CLAVES
· “¿En qué medida tus padres traían sus propias carencias a tu crianza?”, se preguntan los autores. En ningún momento a lo largo del libro —aclaran—, pretenden culparlos. Lo que proponen es “reflexionar sobre el posible origen” de nuestras heridas, sin juzgarlos.
· Escribirle una carta a tu niño interior para decirle que “no fue su culpa” es un ejercicio al que Fischman y Bellatin invitan —hacia el final del libro— para luchar contra la “vergüenza tóxica” que nos hace desarrollar una identidad “que sentimos defectuosa, inadecuada o fallada”, y que suele tener su origen en el trato que recibimos en nuestra infancia.
EL DATO
· “Sana tu niño interior” comparte testimonios que humanizan la teoría y con los que el lector rápidamente se siente identificado. Es un valor que enriquece el proceso al que conduce.