Mary Carmen Balbín Félix tiene 25 años y siete de ellos los ha pasado con Emilio, su hijo. Es colaboradora del área de cajas de supermercados Metro de Breña. “A diario, luego de mis labores en tienda, repasamos sus clases y trabajamos juntos las tareas”, cuenta Balbín.
El regalo más lindo para una futura contadora
A pesar de los deberes, siempre queda tiempo para jugar y pasar momentos divertidos como escuchar música y bailar juntos. “Es algo que nos apasiona a los dos”, comenta la joven que estudiaba contabilidad hasta antes de la pandemia. Por ahora, la meta de graduarse ha quedado postergada, pero con mucho ánimo promete cumplirla para brindar un mejor futuro a su familia.
El año pasado, Emilio le dio el mejor regalo por su día: una emotiva carta llena de sentimientos e ideas por cumplir. “Lloré de felicidad”, recuerda Balbín, al ver la temblorosa letra de un pequeño que acaba de aprender a escribir. Este año lo que más valora es tener consigo a su familia más cercana, a sus padres que son su gran soporte.
Tras varias caídas, independiente al fin
Mery Lucena llegó de Venezuela junto a Santiago, su hijo de cuatro años. Dejó la bodega en la que trabajaba allá y empezó en una pollería aquí. También hacía bombas, donuts y pasteles, todo aquello que sus compatriotas vendían en las calles. “Me encanta cocinar”, dice tímida Lucena. Nadie le enseñó. Aprendió viendo videos. Lo que sobra es talento y una necesidad de ser independiente.
“Deseaba que nadie me mande”, admite. Por eso, y para tener mejores horarios que le permitan atender a su pequeño, buscó un trabajo al que pueda asistir cuando quisiera. Se hizo repartidora de Rappi. Primero iba en bicicleta a entregar los pedidos pensando: “en nombre de Dios, que no mepase nada”. Luego -y tras varias caídas- aprendió a conducir moto. Todo sea por Santiago, pensó la repartidora de 23 años.
Siendo tan joven, Lucena no imaginaba antes el reto que era ser madre. “Pero tu mismo hijo te enseña”, comenta.
Ahora espera ahorrar para montar su negocio propio, un restaurante para vender perros calientes, hamburguesas y demás. Un trabajo que le permita compartir más tiempo con su hijo, como jugar en el parque.
Muchas vidas por salvar, pero una en especial
Una luz de esperanza en medio de la noche oscura. Eso significó para Mariel Javier, neumóloga de la Unidad de Cuidados Intermedios Covid del hospital Sabogal Essalud, el anuncio de la llegada de una nueva vida. Pero esta noticia, que alegró a todos en su familia, estaba enmarcada en el contexto de los primeros casos de covid-19 que llegaban a su centro de salud.
En esos primeros días de diciembre del 2020, el temor al contagio tenía preocupada a la doctora, sobre todo por su hijo. Sin embargo, sabía que también tenía un deber en medio de la emergencia sanitaria. Por eso, 20 días después de dar a luz, regresó a seguir trabajando, pues solo había tres neumólogos al servicio de los nuevos pacientes que seguían llegando.
Hoy, varios meses después, se siente satisfecha con su labor como médico y se prepara para celebrar su primer Día de la Madre con su pequeño. Espera que pronto pase esto para poder salir libremente, sin mascarilla, de la mano de su hijo, enseñarle la ciudad y poder compartir más momentos sin la preocupación constante del contagio.
Una madre que ayuda, una hija que extraña
Ana Cabello descubrió que quería ser enfermera desde niña. Veía ‘Los que más saben’, un concurso de conocimientos en la televisión. “Quise participar y aprendí todo sobre la vida de Santa Rosa de Lima. Ahí descubrí que ella es la patrona de las enfermeras y me gustó su forma de servir a los demás”, recuerda quien hoy es directora de Enfermería de la Clínica Ricardo Palma.
Cabello tiene 35 años de carrera pero el último fue el más difícil. “Nunca pensé ver tanto sufrimiento. Para nosotras es más complicado porque nuestro trabajo nos pone en riesgo y, por ende, a lo más valioso que tenemos, que son nuestros hijos”, sostiene Cabello, que está a cargo de 580 personas en la clínica: 280 son enfermeras y 300 técnicas de enfermería.
Ana tiene tres hijos: Marco Antonio, Miguel Ángel y Álvaro André. “El mayor regalo que me puede dar la vida es estar junto a ellos”, afirma. Pero también recuerda que es hija de una madre a quien no ve tanto como quisiera debido al virus. “Las pocas veces que la he visto, nos hemos abrazado y hemos llorado porque nos extrañamos, nos necesitamos”, dice.
Un ejemplo de perseverancia
Liliana Rodríguez Casas, se registró como conductora en Beat dos años antes de la pandemia porque representa una oportunidad flexible de generar ingresos. “Me da gusto que cada vez seamos más las mujeres que rompemos el prejuicio de que conducir es una tarea únicamente para hombres”, dice la madre de un cineasta y una odontóloga. Ella ya tenía como hobbie conducir. “Me libera del estrés y del mal humor. Estar detrás del volante me hace trasladarme a un mundo más feliz, a pesar del tráfico de Lima y de la forma en que se maneja en la ciudad”, añade.
Pero también le gusta hacer postres. Esa otra pasión también le permite generar ingresos. “Espero que el ejemplo que les doy a mis hijos sirva para su vida, para que puedan resolver problemas y puedan entender que la vida requiere un esfuerzo constante y que siempre hay que levantarse de un golpe. Eso es lo que quiero mostrarles día a día”, explica Rodríguez.
Es que, si las cosas salen mal, Rodríguez puede llorar, pero tiene la obligación de levantarse y seguir adelante. “Nadie te regala nada, hay que buscarlo a punta de esfuerzo”, sentencia.