Deforestación en la Amazonía. (Foto: AFP)
Deforestación en la Amazonía. (Foto: AFP)

La destrucción de los bosques puede ser muy rápida y la regeneración mucho, mucho más lenta.

Pero alrededor del mundo, la gente está metiendo las palas en la tierra para ayudar.

En un extremo de la Amazonía peruana, donde la minería de oro ilegal ha hecho mella en los bosques y envenenado la tierra, los científicos trabajan para darle vida de nuevo al páramo. Más de 4,828 kilómetros al norte, en terrenos de una antigua mina de carbón en la región montañosa de los Apalaches, los trabajadores arrancan árboles que nunca generaron raíces profundas y hacen la tierra más apta para la regeneración de especies endémicas de árboles.

En Brasil, la dueña de un vivero crea diferentes tipos de semilleros a fin de ayudar a reconectar los bosques a lo largo de la costa brasileña del Atlántico, lo que beneficiaría a especies de animales en peligro de extinción como el tití león dorado.

Todos ellos trabajan en medio de espectaculares pérdidas recientes: la Amazonía y la Cuenca del Congo arden, el humo de los bosques de Indonesia flota sobre Malasia y Singapur, incendios generados para crear tierras de pastoreo y de cultivo. Entre 2014 y 2018, de acuerdo con un reporte reciente, los bosques pierden un área del tamaño de Reino Unido cada año.

La regeneración de los bosques es una tarea lenta y generalmente difícil. Y requiere paciencia: Puede tomar décadas o más para que los bosques se conviertan en hábitats viables y que absorban la misma cantidad de dióxido de carbono perdido cuando los árboles son cortados e incinerados.

“Plantar un árbol es solamente el primer paso del proceso”, dijo Christopher Barton, un profesor de hidrología forestal del Centro de los Apalaches de la Universidad de Kentucky.

Y aun así, esa labor es urgente --los bosques son una de las primeras líneas de defensa del planeta contra el cambio climático, dado que absorben hasta el 25% de las emisiones humanas de dióxido de carbono anualmente.

Por medio de la fotosíntesis, los árboles y otras plantas usan el dióxido de carbono, el agua y los rayos solares para producir energía química que contribuye con su crecimiento; el oxígeno es liberado como un producto secundario. Sin embargo, los bosques se han reducido, al igual que una ya sobrecargada capacidad de la Tierra de lidiar con las emisiones de dióxido de carbono.

Los programas de reforestación exitosos se apoyan en las especies endémicas. Son llevados a cabo por grupos comprometidos con la supervisión de los bosques, y no solo dedicados a eventos ocasionales de plantación de árboles. Generalmente, tales grupos ofrecen un beneficio económico a la gente de los alrededores --por ejemplo, al crear empleos o reducir las erosiones que afectan hogares y cultivos.

El impacto podría ser devastador. Un estudio publicado recientemente en la revista Science pronosticó que si se plantaran 900.000 millones de hectáreas con árboles nuevos --alrededor de 500.000 millones de retoños-- podrían absorber 205 gigatoneladas de carbono una vez que alcanzaran la madurez. Los investigadores suizos estiman que eso sería el equivalente a cerca de dos terceras partes del dióxido de carbono arrojado a la atmósfera desde el inicio de la Revolución Industrial.

Otros científicos cuestionan tales cifras, mientras que algunos temen que la promesa especulativa de plantación de árboles como una solución fácil al cambio climático cause que la gente no preste atención al alcance y dimensiones de la respuesta requerida.

No obstante, todos coinciden en algo: los árboles son importantes