Faye Flam
Existe un patrón en las reversiones médicas que puede ayudar a explicar el aparente vuelco de esta semana en ese antiguo consejo de tomar una aspirina al día para prevenir ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares. De hecho, durante algún tiempo se había acumulado evidencia de que esto podría provocar más daño que beneficios a muchas personas.
Esta última noticia no debería ser una acusación contra la medicina, sino una advertencia para ser escéptico con respecto a ciertos tipos de recomendaciones. Eso incluye cualquier intervención médica dirigida a personas sanas, especialmente tratamientos que no estén respaldados por una serie de ensayos clínicos controlados.
Los médicos a veces recomiendan intervenciones no probadas porque creen que están adoptando un enfoque del tipo “mejor prevenir que curar”. El problema es que a menudo confunden el lado de prevenir con el de curar, como ocurrió durante años cuando pensaban que debían esperar hasta tener pruebas de que la grasa dietética era segura antes de eliminarla de la lista de alimentos perjudiciales para la salud. Deberían reconocer que habría sido más seguro dejar que las personas siguieran comiendo de la manera que lo habían hecho durante milenios, y no haber cambiado nada sin pruebas razonablemente sólidas.
Hace poco tuve una conversación para un episodio de podcast sobre este tema con el doctor Gilbert Welch, es autor del libro “Less Medicine, More Health” (Menos medicina, más salud). “Soy un médico con formación convencional y creo que la atención médica puede hacer mucho bien, en particular para personas que están enfermas y heridas”, dijo. “Es difícil hacer que una persona sana esté mejor, pero no es tan difícil hacer que esté peor”. Esto suena extrañamente obvio y, sin embargo, no refleja la forma en que funciona nuestro sistema médico.
El podcast no se relacionaba con la aspirina, sino que con todas las pruebas y exámenes que se imponen a las personas que se sienten bien. A algunos se les diagnosticará cáncer, otros serán sometidos a cirugías o quimioterapia, y la mayoría supondrá que el tratamiento les salvó la vida. Pero hay evidencia de que eso no es necesariamente lo que ocurre y que, en el caso de muchos tipos de exámenes, pueden provocar más daños que beneficios.
Si usted acepta algún medicamento o intervención como persona sana, estos deberían contar con el respaldo de evidencia sólida, como ocurre con las vacunas contra el COVID-19: enormes ensayos clínicos y luego datos a gran escala de Israel, que mostraron que era posible que ocurrieran daños, pero que estos eran lo suficientemente escasos como para que los beneficios de protección superaran con creces los riesgos.
También tenemos grandes ensayos clínicos que comparan la aspirina con placebos, y muestran suficientes riesgos como para que la balanza se incline contra su uso diario en personas sanas que no han tenido previamente ataques cardíacos ni derrames cerebrales.
Uno de esos ensayos, llamado ARRIVE, siguió a más de 12,000 personas de siete países durante más de seis años. Otro ensayo, llamado ASPREE, siguió a casi 20,000 personas en Estados Unidos y Australia. Ambos llegaron a conclusiones similares: no hubo ningún beneficio medible, pero sí hubo cierto riesgo medible de hemorragias peligrosas, como hemorragia cerebral y hemorragia gastrointestinal. Además, en el ensayo APSREE, hubo más personas que murieron en el grupo de la aspirina que en el del placebo durante el período de estudio.
Le pregunté a Gilbert Welch sobre algunas prácticas cuestionables que había experimentado con mi propio médico. Dudo que tuvieran algún registro de que me vacunaron contra el COVID-19 la primavera pasada en un centro de vacunación, pero nunca llamaron para preguntar sobre esta importante medida preventiva. En cambio, me llamaron varias veces para que me hiciera un chequeo, con la amenaza de que tal vez no pudieran darme las referencias que necesitaba para que mi seguro pagara si me enfermaba o lesionaba.
Así que fui, me hice el chequeo y salí con una prescripción médica para una mamografía, aunque no tengo síntomas, factores de riesgo ni antecedentes familiares de cáncer de mama. Las mamografías anuales siguen integradas en la práctica estándar a pesar de que cada vez hay más evidencia de que pueden provocar más daños que beneficios a muchas mujeres.
Welch dijo que los procedimientos para la detección del cáncer son lucrativos para los centros médicos, y los doctores particulares a menudo obtienen calificaciones o revisiones de su sistema médico que dependen de convencer a los pacientes de que se sometan a estas pruebas de detección. Es posible que sea de más interés para el médico que para mí.
Otro excelente libro sobre los defectos de la medicina es “Overkill” (Exceso), de Paul Offit, que contiene un revelador capítulo sobre por qué debería evaluar mejor el consejo de su médico de tomar vitaminas. Offit ha sido durante mucho tiempo un destacado defensor de las vacunas, lo que significa que no está en contra de tratar a personas sanas siempre y cuando el tratamiento haya pasado por los rigores de pruebas científicas. El capítulo sobre las vitaminas hace referencia a varios estudios en los que a las personas del grupo que tomó vitaminas se les detectó cáncer con más frecuencia que a los integrantes de un grupo de placebo.
La medicina no es exactamente una ciencia, es una combinación de cosas, con algo de ciencia en la mezcla. Hay una razón por la que tenemos un movimiento de medicina basado en la ciencia, pero no un movimiento de física basado en la ciencia. La medicina también se basa en la tradición, la intuición, la compasión y varios otros ingredientes. Todo eso es útil para curar a los enfermos y heridos.
A veces, no es posible esperar más que pruebas circunstanciales cuando se trata de una enfermedad mortal, como el SIDA en sus inicios. Entonces podría ser mejor utilizar tratamientos no probados para el problema si existe una posibilidad hipotética de que funcionen y, de no hacerlo, no hay esperanzas. Pero tal vez en lugar de pensar siempre que es mejor prevenir que curar, los médicos y sus pacientes podrían evaluar el adagio de “si no está malo, no lo arregle”.