“Claro, ¿por qué no? Lo intentaré”. Con estas palabras, Sergey Brin abandonó el mundo académico y puso su energía en un proyecto que tenía con su amigo Larry Page: Google, constituida como empresa en 1998. Allí desarrollaron PageRank, una familia de algoritmos para catalogar la entonces emergente world wide web.
Veintiún años después, Brin y Page acaban de renunciar a sus cargos administrativos en una gigante que domina el negocio de búsquedas en Internet. Alphabet, el nombre actual de la compañía, es la cuarta con mayor valorización bursátil del mundo (US$ 910,000 millones). A pesar de su ostensible éxito, sus fundadores la dejan afrontando tres preguntas incómodas —en torno a su estrategia, su rol en la sociedad y respecto a quién realmente asumirá el control—.
Silicon Valley siempre ha destacado por los gigantescos saltos dados por sus emprendedores, aunque incluso para tales estándares, Google saltó con mayor velocidad y llegó más lejos. Desde el inicio, su motor de búsqueda poseyó un círculo virtuoso —a medida que más gente lo usa y recolecta más data, se hace más útil—.
Su modelo de negocio, en el que los anunciantes pagan para llamar la atención de usuarios alrededor del mundo, ha generado mucho dinero: solo le tomó ocho años para alcanzar US$ 10,000 millones en ventas anuales. Su monto más elevado de pérdidas acumuladas fue US$ 21 millones. En contraste, Uber ha incinerado US$ 15,000 millones y todavía pierde dinero.
Hoy, Alphabet goza de buena salud en muchos aspectos. Su motor de búsqueda tiene miles de millones de usuarios, que lo consideran una de las herramientas más útiles de sus vidas. Un reciente estudio halló que se necesitaría pagar US$ 17,530 a un usuario típico para que acepte perder acceso a un motor de búsqueda durante un año, mientras que solo habría que pagarle US$ 322 para el caso de redes sociales como Facebook.
Alphabet obtiene ganancias colosales. Muchas aspirantes han intentado imitar el enfoque de Google, que consiste en tener una vasta base de clientes y explorar los efectos de red. Solo unas pocas, entre ellas Facebook, han tenido éxito con una escala similar.
Sin embargo, también hay incertidumbres. En primer lugar, figura la estrategia. Otras gigantes tecnológicas se han diversificado —por ejemplo, Amazon comenzó en comercio electrónico, pero ahora es enorme en computación en la nube—. En China, Tencent se ha desplazado de videojuegos a un gran número de servicios.
Alphabet no se ha quedado quieta. Compró YouTube el 2006 e ingresó en telefonía móvil con el lanzamiento del sistema operativo Android el 2007, pero todavía registra el 85% de sus ventas con los ingresos de publicidad en su motor de búsqueda. Aún están por verse los resultados de su gran apuesta en vehículos autónomos. A medida que este emprendimiento madure, debiera comenzar a pagar dividendos.
La segunda interrogante es cuán estrictamente regulada terminará siendo. Su monopolio en el negocio de búsquedas ha generado inquietudes de que podría estrujar a otras firmas de manera injusta. Y su inmenso acervo de data plantea preocupaciones en torno a protección de la privacidad. Además, debido a que es un conducto de información y noticias, su influencia política se encuentra bajo mucho mayor escrutinio.
Todo esto augura una regulación más estrecha. Alphabet ya ha pagado o ha sido sujeta a US$ 9,000 millones por multas en la Unión Europea, y en Estados Unidos, políticos de ambos partidos respaldan la imposición de reglas más rigurosas o, en algunos casos, de una escisión de la compañía. Si fuese regulada como un servicio público, sus ganancias caerían significativamente.
La última interrogante es quién quedará al mando. El 2001, Brin y Page hicieron noticia por buscar “supervisión parental” y contrataron un CEO externo. Ahora, ambos fundadores han dejado todos sus roles ejecutivos y entregaron sus riendas a Sundar Pichai, un incondicional de la compañía, aunque debido a que existen dos clases de acciones, todavía controlarán más del 50% de los derechos de voto.
Esta estructura accionaria es popular en Silicon Valley, pero hay poca evidencia de que esté adaptándose bien a los tiempos actuales. De las gigantes digitales de hoy, dos ya han afrontado la sucesión —Apple y Microsoft—. Ambas han prosperado, en parte porque sus fundadores o sus familias no retuvieron el control del voto luego de que salieron de escena.
Los fundadores de Alphabet deberían renunciar a sus derechos de voto y vender sus acciones gradualmente. Su compañía enfrenta profundas interrogantes y lo mejor es que otorguen a otros la libertad de responderlas.