La llegada de ChatGPT al público general cumple mañana un año, tiempo en el que se ha normalizado conversar con un robot y se ha hecho famosa su creadora, la empresa OpenAI, cuyo liderazgo en la carrera por la Inteligencia Artificial (IA) atravesó una sorprendente crisis este mismo mes.
La tecnología generativa de ChatGPT no era nueva, pero el 30 de noviembre de 2022 una empresa la puso por primera vez a disposición de cualquiera gratuitamente, y eso propulsó su popularidad hasta 30 millones de usuarios y 5 millones de visitas diarias en cuestión de dos meses.
Los usuarios usan el chatbot para un sinfín de tareas, desde crear poemas hasta hacer trámites burocráticos, pero la tecnología no es perfecta, ya que arroja respuestas incorrectas (o “alucinaciones”) y la información con que se alimenta tiene, en muchos casos, derechos de autor, como muchos han denunciado.
La posición de OpenAI se ha visto reforzada por un acuerdo con el gigante Microsoft, que ha invertido US$ 13,000 millones para el desarrollo de su tecnología y la ha aprovechado en su propio chatbot, Bing, que busca ser un asistente de IA presente en todas las herramientas de la compañía.
Numerosas empresas usan hoy ChatGPT, como la aplicación para aprender idiomas Duolingo, el programa de mensajería instantánea Slack, la plataforma de alojamiento Airbnb y la multinacional de refrescos Coca-Cola.
En paralelo, se han sumado a la competición de la IA generativa otras tecnológicas como Google y Meta; hasta Elon Musk, que cofundó OpenAI con su actual consejero delegado, Sam Altman, ha lanzado su propio modelo, xAI.
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Altman entra en juego (y gana)
Altman, rostro visible de OpenAI, está en boca de todos y no por el aniversario de ChatGPT, sino por su papel en una sorprendente crisis que supuso su despido fulminante y su rápida reincorporación, dejando patente la lucha de poder en torno a la empresa y su tecnología, y revelando su alianza férrea con Microsoft.
El 17 de noviembre se produjo lo que algunos medios calificaron de “golpe”: la junta directiva de OpenAI, de mayoría independiente, destituyó a Altman por no ser “consistentemente honesto” y siguieron cinco días de infarto que se saldaron con el regreso triunfal del ejecutivo de 38 años.
¿Qué ocurrió en ese periodo? Primero, los inversores de OpenAI, que no sabían nada hasta el último minuto, incluido Microsoft, empezaron a presionar infructuosamente para que la junta restableciera a Altman y a su presidente, Greg Brockman, que había renunciado en protesta.
La gota que pareció colmar el vaso fue cuando el jefe de Microsoft, Satya Nadella, anunció que contrataría a Altman y a Brockman para dirigir una nueva unidad independiente de IA en Microsoft, y la mayoría de los trabajadores de OpenAI amenazaron con dejar la empresa y seguir a su líder si no dimitían los miembros de la junta.
El 22 de noviembre, OpenAI confirmó un principio de acuerdo para la vuelta de Sam Altman como consejero delegado y Brockman como presidente con una nueva junta más pequeña, sin tres de los cuatro miembros previos; ese nuevo cuadro directivo fue aplaudido por Nadella, a quien Altman agradeció su apoyo.
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El futuro distópico ¿más cerca?
La crisis de OpenAI surgió en buena parte por un grupo de trabajadores que enviaron una carta a la junta este mes alertando de los peligros que reviste comercializar productos de IA como ChatGPT sin entender sus consecuencias.
Tras contactar ese medio con OpenAI, la empresa habló en un mensaje interno tanto de la carta como de un proyecto llamado Q*, un modelo de IA que ha sido capaz de resolver problemas matemáticos básicos, según indicó, citando fuentes conocedoras del asunto y anónimas.
Algunos trabajadores creen que Q* podría impulsar una “innovación” en la carrera hacia la Inteligencia Artificial General (AGI, en inglés), meta última, definida como un sistema capaz de llevar a cabo cualquier tarea intelectual al alcance de los humanos.
Ha trascendido también que el despido de Altman se produjo tras su intervención en Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), donde dijo que OpenAI había logrado “traspasar el velo de la ignorancia y acercar la frontera del descubrimiento”.
Los acontecimientos evocan el futuro distópico contra el que advirtieron este año cientos de expertos en IA: unos, incluido Musk, pidieron suspender tecnologías “más potentes” que GTP-4 -el último modelo de OpenAI- y otros, incluido Altman, plantearon un “riesgo de extinción” comparable a una pandemia o una guerra nuclear.
No obstante, la mayoría continuaron trabajando en esas tecnologías, según la revista especializada Wired.
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Los reguladores corren, pero la IA es más rápida
Las consecuencias negativas de la IA han sido ya objeto de discusión en la ONU, que organizó su primera cumbre de este ámbito en Reino Unido este mes, donde se subrayó la necesidad de supervisión y se convocó un consejo consultivo diverso para ayudar a que su gobernanza se rija por principios universales.
Aparte, legisladores de Estados Unidos y de Europa se han puesto manos a la obra para regular la tecnología con el aparente beneplácito de OpenAI y otras tecnológicas.
Por lo pronto, OpenAI quiere que todos construyan su propia versión de ChatGPT sin necesidad de conocimientos previos de programación y su objetivo es tener listos pronto “GPT personalizados”, agentes de IA hechos a medida del usuario.
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