Históricamente rezagados y carentes de un sistema de salud intercultural, los pueblos originarios amazónicos del Perú se resisten ahora a recibir vacunas contra el COVID-19 y se amparan en la medicina ancestral ante la incapacidad del Estado de promover campañas de información eficaces que alienten la vacunación.
“Han venido (brigadas de salud) a vacunarnos en avioneta y no lo hemos permitido”, declaró el vicepresidente de la organización Kandozi del río Huitoyacu, Guillermo Yumbatos, desde la recóndita comunidad indígena de San Fernando, ubicada en la provincia del Datem del Marañón, en la región amazónica de Loreto.
El hombre, ataviado con la típica corona de plumas de tucán, explicó que, en su aldea, quien quiere vacunarse debe firmar “un documento a las autoridades de la comunidad porque si algo le pasa tiene que asumir su responsabilidad”.
La desconfianza a la vacuna es total. “Cuando la pandemia estaba matando a la humanidad, nosotros dijimos que los pueblos originarios iban a desaparecer porque en la ciudad se morían a diario en cantidad, pero no hubo ni un muerto por COVID-19 acá. Toditos nos hemos conservado con vegetales. ¿Para qué nos vamos a vacunar?”, indicó Yumbatos.
En la misma línea se expresó Abilio Karihuazairo Tapayuri, apu (jefe) de San Fernando, donde viven alrededor de 400 indígenas Kandozi: “Tenemos nuestras propias medicinas y ya vemos como curarnos. Gran parte tiene miedo a las vacunas, no quiere y no entiende”, aseguró.
Falta de información
Desde que arrancó en junio pasado el proceso de vacunación en los pueblos originarios de Perú, cuatro meses después de haber iniciado en las ciudades, en Loreto apenas se logró inmunizar con la pauta completa a alrededor de 9,900 indígenas.
Esto representa el 9% de la población indígena de esta región del país (110,000), informó el doctor Carlos Calampa, director regional de salud de Loreto, quien detalló que con la primera dosis hay unos 20,000 vacunados.
Más allá de las creencias intrínsecas de las comunidades y las dificultades logísticas de la zona, Calampa destacó el “problema del enlace” como la principal barrera para dar aliento a la vacunación indígena, lo cual evidencia la falta de un sistema de salud inclusivo e intercultural y el abandono histórico a los pueblos originarios.
“Antes de entrar en una comunidad, tenemos que tener a una persona que sea el contacto, que sea nativa y hable el mismo lenguaje que ellos, que conozca sus costumbres y la zona”, explicó el doctor.
En ese sentido, dijo que, recién ahora, “hace unos días”, el Gobierno ha destinado un presupuesto para contratar 30 “enlaces” y que, con ellos, sumado al hecho de que a partir de octubre aumentará el caudal de los ríos y eso facilitará el acceso a las comunidades más recónditas, se augura promover más campañas de comunicación para inyectar velocidad al proceso de inmunización.
Y el reto no es pequeño, pues una encuesta realizada en abril pasado por la Organización regional de los Pueblos Indígenas del Oriente (Orpio) reveló que el 66.2% de indígenas de las regiones selváticas de Loreto y Ucayali no quieren vacunarse.
Entre las principales razones figuran la falta de información oficial (29.7%), el miedo a la vacuna (22.5%), los comentarios negativos (13.1%) y el temor a morir tras la inoculación (10.8%).
Pero hay algo alentador en los hallazgos de esta investigación, que se aplicó a más de 460 indígenas de nueve pueblos originarios: el 62.3% declaró que aceptaría inmunizarse siempre y cuando reciba asesoramiento en los centros de salud de sus comunidades o información oficial del gobierno en lenguas originarias.
De hecho, solo un 1.3% de los encuestados dijo que “definitivamente no recibiría la vacuna”.
Remedios del monte
En ese grupo está Magdalena Chino Butuna, una vecina del poblado de San Lorenzo que preside la Federación Quechua del Bajo Pastaza.
La mujer, de 54 años, asegura que ella y su familia “superaron” el COVID-19 comiendo ají, evitando el agua helada y tomando tres veces al día una bebida ardiente hecha a base de los vegetales que siembra en su chacra.
Pampa orégano para la diarrea, malva con hierbaluisa para la fiebre, mucura para el dolor de cabeza y guisador, sacha ajo, hoja de limón y albahaca, todo mezclado y hervido cinco minutos con jengibre y miel.
“Esto es lo que nos ha salvado”, aseveró. “¿Por qué voy a vacunarme? Ya estoy protegida, estoy tomando (remedios naturales) y ya hemos pasado esta enfermedad”, insistió la mujer, quien repitió hasta tres veces: “Ya no tenemos miedo”.