Inmovilizada con cuerdas por todo su cuerpo y con la cara tapada por sus manos, la momia de Cajamarquilla, en Perú, parece que evita mirar todo lo que le rodea desde hace mil años, cuando fue enterrada en esa posición, en la que permaneció oculta hasta recientemente ser hallada en la periferia de Lima.
El cadavérico rostro que se esconde detrás de las escuálidas manos puede llegar a recordar a “El Grito”, la famosa pintura de Edvard Munch, una agónica escena acentuada en este caso por la posición fetal del cuerpo, muy común en los entierros prehispánicos.
“Es complicado determinar por qué tiene las manos en esa posición”, admite Yomira Huamán, la arqueóloga de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) que ha liderado las investigaciones en el complejo arqueológico de Cajamarquilla junto a su profesor Pieter Van Dalen, responsable del proyecto.
La caprichosa postura hace recordar a momias de otras civilizaciones del Antiguo Perú como los chachapoyas o los huari, el primer gran imperio de Suramérica, que dominó los Andes casi mil años antes que los incas.
Según Van Dalen, ese abrupto gesto de llevarse las manos a la cara está relacionado con el tránsito de este personaje del mundo de los vivos hacia el mundo de los muertos.
“Dentro de su cosmovisión, se pensaba que las personas al morir seguían un camino hasta el mundo de los muertos”, explica el arqueólogo.
Un hombre de clase alta
Del personaje en cuestión poco se sabe de momento, excepto que probablemente era un hombre de estatus social alto que tenía entre 18 y 22 años en el momento de su muerte, ocurrida entre los años 800 y 1200, y que fue enterrado de manera especial y meticulosa, de forma muy distinta a otros entierros hallados en la zona.
Gracias a las técnicas de embalsamamiento que se le practicaron es que hasta día de hoy su piel permanece casi intacta, al haber estado protegida por varias capas de algodón y de telas que evitaron su descomposición, fuertemente amarradas con una red de cuerdas para no dejar ni un espacio libre.
Para Van Dalen, se trata de “una práctica funeraria altoandina, cuyo origen se encontraría en la zona del altiplano y que llegó a difundirse por las diversas regiones del actual Perú gracias a los huari”.
Así fue sepultado este individuo en una cámara funeraria en lugar de en pequeños silos de arena como los otros entierros hallados en el mismo complejo, y además acompañado de ofrendas como mates, cuencos de cerámica, husos y fragmentos de oxidiana.
Precisamente, los restos de esa roca apuntan a que el individuo procedería de las partes altas de los Andes y confirmarían que Cajamarquilla era un importante punto de intercambio comercial entre la costa y la sierra andina en el que convivieron entre 10,000 y 20,000 personas de distintas nacionalidades étnicas preincaicas.
“Toda esta zona fue ocupada tanto por chacllas como ichmas. Ha sido un centro multiétnico donde poblaciones de diversos grupos convivían con fines comerciales”, sostiene Van Dalen.
Posible ofrenda humana
Para Huamán, el mismo entierro de la momia pudo haber sido en sí una ofrenda a los dioses para aplacar algún evento climático como el fenómeno de El Niño, que provoca repentinas inundaciones en la desértica vertiente occidental de los Andes por inusuales lluvias torrenciales.
“Cajamarquilla está a 200 metros de la quebrada (río seco) de Jicamarca. En el 2017 hubo un huaico (aluvión) muy fuerte que afectó una parte actual del complejo”, precisa Huamán.
Apenas se conoce que Cajamarquilla es la segunda ciudad de barro prehispánica más importante de Perú después de Chan Chan, la capital del imperio chimú, que dominó la costa norte del país antes del apogeo de los incas.
Tesoro en los suburbios de Lima
Ahora Cajamarquilla es parte del extrarradio de Lima tras la desbordante expansión urbana de la capital peruana y persiste rodeada de asentamientos entre el generalizado desdén de autoridades locales y vecinos, que solo gracias a estos hallazgos como el de la momia están entendiendo su valor histórico y patrimonial.
“Ha estado abandonado mucho tiempo y toda la población relacionaba el sitio arqueológico como delincuencia y drogadicción, pero estos hallazgos le están dando otra visión”, comenta Huamán, quien vive cerca de Cajamarquilla y siempre había soñado con hacer excavaciones arqueológicas en este lugar.
“La experiencia ha sido muy bonita, aunque por mi mente no pasaba encontrar contextos funerarios”, admite la arqueóloga, que logró los permisos para investigar en la zona como parte de su tesis para licenciarse.
En espera de más financiación
Junto a Van Dalen y Huamán hay un grupo de entre 35 y 40 arqueólogos de las universidades nacionales de San Marcos, San Antonio Abad de Cusco y San Cristóbal de Huamanga, que sigue hasta hoy, consciente de que falta mucho por descubrir de este sitio en el que apenas se ha excavado un 1%.
Además de la icónica momia, también han recuperado cinco entierros de adultos y tres de niños de corta edad, y creen que pueden hallar más en nuevas fosas que han ubicado en los últimos días, pero están pendientes de reunir más financiación, en especial un concurso que prontamente convocará San Marcos.
“Cajamarquilla no tiene que perderse pese a ser un sitio muy invadido y maltratado. No se trata solo de las instituciones estatales, también pueden contribuir las privadas. Si tienen la disponibilidad, nosotros estamos ahí. Sería de mucha ayuda”, concluye Huamán.