Mariano Quisto, líder de una remota comunidad de la densa selva amazónica de Perú, se enteró por primera vez de la pandemia mundial en octubre, cuando los trabajadores sanitarios llegaron en barco a su aislada aldea con vacunas.
“Nosotros no sabíamos de la pandemia del COVID-19, esto es lo primero que nos estamos informando”, dijo Quisto a través de un traductor desde la aldea de Mangual, en la vasta pero escasamente poblada región peruana de Loreto, en el norte del país.
Reuters llegó con trabajadores sanitarios del gobierno y miembros de la Cruz Roja Internacional a la comunidad indígena Urarina de Quisto, después de un viaje de tres días en barco por ríos, saliendo desde la ciudad amazónica de Iquitos, la mayor metrópolis del mundo a la que no se puede llegar por carretera.
En Mangual, el pueblo situado más arriba en el río, los habitantes cazan y pescan para alimentarse y viven en casas de madera sobre pilotes sin electricidad. La conexión con el mundo exterior es mínima y el idioma local se desarrolló de forma aislada durante siglos.
“Las brigadas no han llegado en muchos años, estos pueblos son realmente olvidados”, afirma Gilberto Inuma, presidente de Fepiurcha, una organización que defiende los derechos de los Urarina.
El grupo indígena Urarina, uno de los más aislados de Perú, cuenta con apenas 5,800 personas, según datos oficiales. No todas las comunidades se han librado del conocimiento, o del impacto, de la pandemia. Al menos cinco personas de la etnia Urarina han muerto a causa del COVID-19, según Inuma.
El viaje río arriba subraya los retos de la vacunación de las comunidades indígenas remotas en Perú y en otros lugares, así como las dificultades en el acceso a la asistencia sanitaria más amplia para grupos remotos.
Muchos miembros de la comunidad se quejaron de que lo que realmente necesitan son mejores servicios sanitarios de forma continua.
En el pueblo sin médicos, los malestares incluyen dolores de cabeza, diarrea, malaria y conjuntivitis, dijo Quisto. “No sabemos cómo atender a nuestros pacientes. Esa es nuestra preocupación”.
Las comunidades indígenas, especialmente en el Amazonas, tienen una de las tasas de vacunación más bajas de Perú, según Julio Mendigure, quien dirige la política sanitaria para los grupos en el Ministerio de Salud del país.
Menos del 20% de ellos han sido completamente vacunados, en comparación con alrededor de la mitad en todo Perú, dijo.
“Cuando miras ese número, hay que recordar que para administrar las dos dosis, los equipos tuvieron que viajar 4-5 horas en el mejor de los casos”, explicó Mendigure. Llegar a Mangual requirió 26 horas de viaje durante tres días a lo largo de ríos que a veces se secan o están bloqueados con árboles caídos.
El barco llevaba una nevera azul con 800 dosis de la vacuna china Sinopharm, refrigeradas con hielo seco. Un equipo regresará en noviembre para administrar las segundas dosis después de haber realizado más de 600 inoculaciones.
“Yo decidí vacunarme para no enfermarme”, dijo una mujer de Urarina que fue inoculada y pidió no ser identificada porque la comunidad habla muy poco con los forasteros.
“Porque es posible que vengan los comerciantes con la enfermedad y contagiarnos”.