El hallazgo de seis niños sepultados entre los años 800 y 1,000, en aparente sacrificio para acompañar a la momia de Cajamarquilla, en la periferia de Lima, ha abierto nuevos interrogantes para los arqueólogos, que sospechan que se trata del sacrificio masivo de niños más antiguo jamás descubierto en Perú.
En los exteriores de la pomposa tumba en la que reposaba la momia de un hombre preincaico de clase alta, los arqueólogos encontraron el último jueves cinco sepulcros con los cuerpos de seis niños, envueltos en fardos de algodón.
Junto a ellos había vasijas y esqueletos dispersos, en mal estado y con indicios de violencia, que corresponden a siete adultos, al menos tres mujeres, y se identificó también el cuerpo de un séptimo niño, que aún no ha sido excavado.
Los arqueólogos a cargo de la investigación, Yomira Huamán y su profesor Pieter Van Dalen, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, manejan la hipótesis de que estos entierros fueron sacrificios para “acompañar a la momia en su paso hacia el mundo de los muertos” y que los cuerpos podrían pertenecer a las esposas, hijos o sirvientes del hombre.
“Hemos visto que hay algunos (cuerpos) que presentan sacrificio. Muchos de ellos están con partes cortadas y otros en posición fetal hacia adelante”, explicó Huamán, quien vive cerca de Cajamarquilla y siempre había soñado con indagar sobre este gigantesco sitio arqueológico, rodeado de humildes asentamientos brotados tras la desbordante expansión urbana de la capital peruana.
Los registros de sacrificios de niños en civilizaciones antiguas son numerosos en Perú, como los del ritual de la Capacocha, que en la época inca los hacía en honor a las montañas sagradas, pero “esta es la primera vez que se están encontrando evidencias de sacrificios de niños en masa en periodos tan antiguos como es del 800 al 1,000 después de Cristo”, reveló Van Dalen.
En aquella época, la cultura huari dominaba los Andes peruanos, pero los arqueólogos sospechan que los cuerpos enterrados en Cajamarquilla serían más bien de pobladores de la zona que “habrían provenido de la sierra de Lima y lograron cierto estatus en base a la actividad comercial” que se desarrollaba en el sitio.
De este complejo urbano, que se extiende por cerca de 170 hectáreas, apenas se sabe que es la ciudad de barro prehispánica más grande de Perú después de Chan Chan, la capital del imperio chimú, que dominó la costa norte del país antes del apogeo de los incas.
Los recientes descubrimientos confirmarían que Cajamarquilla fue un importante punto de intercambio comercial entre la costa y la sierra andina, en el que convivieron entre 10,000 y 20,000 personas de distintas nacionalidades étnicas preincaicas.
La joven Huamán empezó las investigaciones en ese complejo arqueológico en el 2019, pero las excavaciones no iniciaron hasta octubre del 2021 como parte de su tesis para licenciarse.
Apenas un mes después, los arqueólogos hallaron la momia de un cuerpo enterrado de manera meticulosa, inmovilizado con cuerdas, en posición fetal, y con las dos manos tapándose el rostro cadavérico, al estilo del famoso cuadro “El Grito” de Edvard Munch.
En aquel momento estimaron que se trataba de un hombre de estatus social alto, de entre 18 y 22 años cuando murió, pero los últimos estudios apuntan que más bien sería un hombre entre los 35 y 40 años que tenía una deformación craneana y habría sido momificado entre los años 800 y 1,000.
Los cuerpos supuestamente sacrificados de quienes podrían ser sus familiares o sirvientes ratificarían las sospechas iniciales de que era alguien que ocupaba un rango social alto, que hasta podría haber asumido un rol de autoridad.
Los arqueólogos esperan ahora obtener del Gobierno peruano nuevos permisos de excavación para seguir desvelando los secretos que esconde Cajamarquilla, un complejo ubicado a unos 21 kilómetros del centro histórico de Lima, convencidos de que es “muy posible” encontrar más cuerpos de periodos anteriores.