
La democracia peruana ha sabido aguantar más de una anomalía política o social en las últimas décadas: desde una pandemia hasta la excesiva rotación de presidentes y ministros umbilicalmente relacionados a la corrupción; sin embargo, lo que se ha agrietado es la capacidad de diálogo. Durante la segunda jornada del 30° CADE Universitario, especialistas advierten que la polarización en el Perú ha dejado de ser saludable, especialmente para los jóvenes, y el camino a las elecciones generales del 2026 lo demuestra.
Jorge Yamamoto, psicólogo social y profesor principal de la PUCP, sostiene que lo sensato es escuchar el punto de vista de otra persona y tratar de entenderla —así difiera del ideal de uno— ya que es la única forma de generar aprendizajes y soluciones compartidas, mas ahora es habitual toparse con infinidad de discusiones sostenidas por la agresión psicológica y alimentadas por “guiones programados” adquiridos por la exposición a referentes que actúan “tribalmente así” al catalogar de “débiles o estúpidos a quienes piensan distinto”.
La política es la piedra angular de este abanico de tópicos, pero también se puede apreciar en “conversaciones” vinculadas al fútbol, seguridad ciudadana, economía, entre otros.
“Me cierro con una palabrita y me motivo a agredirlo (verbalmente) y hacer todo lo posible para chancarlo. El otro también me devuelve el favor. Así se genera una dinámica que podemos ver en frentes como el Congreso o en un semáforo”, comentó a Gestión.

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Durante la sesión “Identidad y polarización: ¿Quién soy cuando voto?” Yamamoto insistió en que los jóvenes al percibir un ambiente político y social tan tenso caen en la desconfianza y pierden interés por involucrarse activamente en la política, lo que puede afectar la calidad de los procesos democráticos al haber un voto desinformado.

“Las redes sociales son uno de los vectores causales de la polarización. Los algoritmos han detectado que nosotros vemos más (contenido) cuando hay un conflicto que una conciliación, y nos manda más material de polarización que termina reforzando y perpetuando (las actitudes conflictivas)”, apuntó.
En esa línea, Augusto Townsend, fundador de Comité y co-fundador de Recambio, insiste en que las autoridades políticas —léase, la presidenta Dina Boluarte, los ministros y congresistas, entre otros— no son ejemplo para la juventud ya que no respetan la importancia del diálogo. El cuadro se agrava con la resonancia en redes sociales: “Quien agravia, genera escándalo logra más clics”, teoriza.
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“Muchos jóvenes ven en las noticias, televisión y redes sociales las actitudes cuestionables de los actores políticos y creen que la política es el agravio, el insulto, y replican esos patrones (...) Ahora los debates en público no son para demostrar argumentos mejores sino, se busca ganar a toda cosa. No importa mentir con tal de vencer. La discusión en democracia debe girar en torno a la verdad y no bajo la idea de que los buenos están de mi lado y los otros son malos”, reflexionó para este diario.

Priorizar la salud mental: aprender a escuchar
Yamamoto asegura que la generación de cristal — “como se denomina en la cultura popular”, indica— en realidad es una “generación de ansiedad” porque está en un estado de alerta permanente por el temor a que algo malo va a pasar. A la larga, tiene efectos en la salud mental porque estamos intranquilos, nos volvemos más irritables y menos racionales.
“Técnicamente (la polarización política) sí es un generador de patología. De momento no estamos ante una patología colectiva solo vivimos en un entorno poco saludable”, soslayó. Por lo tanto, el docente recomienda ser conscientes de nuestras reacciones y bajar las revoluciones desde una óptica antropológica: entender al prójimo a pesar de no estar de acuerdo.
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Townsend —durante la sesión “Votar para unir: El poder del diálogo en democracia” del CADE Universitario 2025— indicó que la polarización en el Perú “nos jala hacia abajo e impide avanzar”, y una de las maneras de recuperar terreno es aprender a escuchar. Los jóvenes tienen la labor de nutrirse de valores democráticos que se basen en el respeto y la participación. Asegura que “todo buen profesional debe ser un buen ciudadano”, ya que a largo plazo por más talento que se tenga, si no hay valores cívicos se termina diluyendo su imagen.
A su criterio, las empresas son un motor de cambio y pueden ayudar a disminuir la polarización habilitando espacios o experiencias educativas que fomenten la responsabilidad civil y el entendimiento de la democracia más allá de que sea habitual encontrar “actitudes cínicas hacia la política”.