Más de un mes después de que los ciudadanos acudieran a las urnas, Pedro Castillo fue nombrado ganador de la segunda vuelta presidencial de Perú. El antiguo maestro se postuló como defensor de la izquierda populista.
Además de quejarse de fraude electoral (pese a la evidencia de lo contrario), sus oponentes han intensificado temores de que conducirá al país hacia expropiaciones y comunismo.
Castillo debería intentar demostrarles que están equivocados y optar por la moderación, por difícil que esto sea. De lo contrario, las perspectivas del país son sombrías.
Actualmente, Perú está más dividido —a lo largo de líneas geográficas e ideológicas— de lo que ha estado en décadas. Las regiones costeras más acomodadas y la élite urbana están en desacuerdo con los baluartes rurales de Castillo.
Hay 10 partidos políticos en una legislatura dividida de 130 escaños. El año pasado, el país llegó a tener tres presidentes en una sola semana. Castillo tiene que manejar esta fragilidad institucional y los resentimientos que la afianzan. Su partido es el más grande del Congreso, pero solo tiene 37 escaños.
El nuevo presidente debe aplicar su estrecha victoria para dirigir un país que ha registrado la peor tasa de mortalidad por coronavirus del mundo y permanece en estado de emergencia. La economía se contrajo más de 11% en el 2020 debido a la pandemia; las cuarentenas provocaron la desaparición de puestos de trabajo, dejando a casi un tercio de la población en la pobreza.
Contra todo pronóstico, un presidente con escasa experiencia política necesitará construir un Gobierno eficaz. Ha sugerido que, después de haber hecho campaña de izquierda, ahora será más centrista. Debería hacer exactamente eso, tanto en términos de políticas como de nombramientos.
La primera prioridad es la salud pública. Al comienzo de la pandemia, Perú tenía menos médicos y camas de cuidados intensivos que otros en la región y gastaba menos en atención médica. Francisco Sagasti, el presidente interino, dice que el país ha obtenido suficientes vacunas para inocular a la población peruana mayor de 12 años antes de fin de año.
Pero se avecinan variantes problemáticas del COVID-19. Castillo necesita acelerar el suministro de vacunas y distribuirlas de manera eficiente. Los Gobiernos de occidente deberían hacer todo lo posible para ayudar.
Nombramientos inteligentes permitirían al nuevo presidente ampliar su apoyo y desacreditar las afirmaciones de su rival Keiko Fujimori (hija del expresidente encarcelado Alberto Fujimori), quien vincula a Castillo con la insurgencia maoísta de Venezuela y Perú de los años ochenta.
Pedro Francke, execonomista del Banco Mundial, viene asesorando al nuevo presidente y podría ser el nuevo ministro de Economía y Finanzas. Francke ha estado haciendo rondas con inversionistas, descartando expropiaciones y controles de capital. Castillo también dijo que está dispuesto a permitir que Julio Velarde, el respetado presidente del Banco Central de Reserva (BCR), permanezca en su cargo.
El nuevo presidente debería ir más allá: dotar a su gabinete no solo de leales al partido y unos cuantos tecnócratas, sino también nombrar figuras con experiencia y mantener las voces extremistas a distancia.
Será difícil encontrar candidatos dispuestos y los partidarios más fervientes del presidente se sentirán incómodos con esto. No obstante, es la mejor vía para Castillo.
Más allá de la pandemia, el Gobierno tiene que lidiar con una aguda escasez de empleos y con una agenda abrumadora de reformas atrasadas y contenciosas, especialmente en educación, pensiones y administración fiscal.
Tendrá que mantener contentos a sus partidarios y a la vez conservar la confianza de inversionistas y acreedores extranjeros. Incluso si todo sale bien, nada de eso será fácil. Sin una base más amplia de apoyo y personas competentes en las posiciones adecuadas, Castillo seguramente fracasará.