Por Maria Ruuskanen, asesora política de la Embajada de Finlandia y docente de la Maestría de Educación de la UPC
Más de mil millones de niños y jóvenes en todo el mundo han dejado de asistir a clases presenciales por la pandemia Covid-19. Para algunos de ellos, migrar a una educación virtual producirá algunos inconvenientes, mientras que para otros, el cambio resultará en la exacerbación de sus desventajas educativas.
En el Perú hay actualmente 9.6 millones de niños y adolescentes, de los cuales un tercio accede a Internet (INEI, 2018). En las zonas rurales, el acceso a Internet cae a 20%, probablemente por las dificultades de conexión con el servicio, mientras que en las zonas urbanas sube a 64.6%.
En esta nueva situación global, los estudiantes que cuenten con acceso a banda ancha ilimitada en casa tendrán mejores posibilidades de adaptarse. Pero los alumnos en zonas remotas cuya conexión a Internet es lenta y poco fiable, y que tendrán que compartir los dispositivos digitales con varios miembros de la familia, podrían fácilmente quedarse atrás, y más grave aún en aquellas zonas donde no existe cobertura de Internet.
Es decir, la brecha digital que ya afecta fuertemente el derecho al acceso a la información, también afectará el derecho a la educación. Cuando a esto se le suma el estrés adicional que se está viviendo en muchas familias por incertidumbre laboral, carencias económicas, la ansiedad generada por la cuarentena, el distanciamiento social y la poca experiencia de muchos padres en apoyar los procesos de aprendizaje de sus hijos, los resultados académicos de los niños en riesgo social tenderán, sin duda, a descender.
¿Qué se puede hacer, entonces, para minimizar el impacto negativo del Covid-19 en la igualdad educativa?
Una respuesta va sin duda por el lado tecnológico, e incluye tanto el acceso a una conexión de Internet rápida y fiable como la disponibilidad de dispositivos digitales a la hora de estudiar. Pero eso no abarca todo. Además del Internet y de una pantalla, el niño o el adolescente que estudia en casa necesita un ambiente libre de estrés y de tensión para poder concentrarse en su proceso de aprendizaje.
Acá es donde se presenta el mayor desafío en cuanto a la igualdad educativa. Como bien sabemos, los problemas socioeconómicos suelen agudizarse en situaciones extremas como la que estamos viviendo hoy. Esto significa que los niños y adolescentes que antes encontraban un refugio y una distracción en su centro educativo, ahora se encuentran cada vez más atrapados en ambientes disfuncionales. En ambientes que no son óptimos para su desarrollo y mucho menos para su aprendizaje.
Y es aquí donde entra a jugar un rol decisivo el docente. Y no me refiero al rol de “gestor del aprendizaje” sino al rol fundamental de referente, guía y adulto de confianza, capaz de reconocer las necesidades individuales de sus alumnos, y dispuesto a ofrecer apoyo emocional personalizado cuando se requiera.
Esta necesidad urgente que estamos teniendo de contar con docentes altamente calificados, sensibles, empáticos y capaces de apoyar de forma individual a cada uno de sus estudiantes, también sirve para exponer las debilidades de los sistemas de formación pedagógica de los docentes. Es hora de preguntarnos si se están formando suficientes docentes con las características y con el liderazgo personal que las circunstancias actuales requieren, y si la respuesta es no, pensar en cómo lograr un cambio urgente en pos de la igualdad educativa.
Por otro lado, analizando el tema de la gestión educativa, es importante preguntarnos si el capital humano del sector educativo y las necesidades de la población infantil y juvenil, en esta coyuntura, están actualmente alineadas de una forma óptima.
Es decir, si asumimos que los niños en riesgo social son los más vulnerables a ser dejados atrás por esta pandemia, ¿no son justo ellos, los que deberían contar con los mejores profesores? Para ponerlo de otra forma: ¿Si a un paciente que está en estado crítico por el Covid-19 lo atienden los mejores profesionales, en las mejores instalaciones, por qué sería diferente en el caso de los alumnos en riesgo de desertar por la pandemia?
No cabe duda de que los niños en riesgo social representan a uno de los grupos más vulnerables de esta crisis sanitaria y económica global. Y para mí, el valor de un país se mide en cómo trata a los grupos vulnerables. No nos distanciemos de la solidaridad y de la empatía. Y nunca, bajo ninguna circunstancia, dejemos a los niños atrás.