Profesor del Departamento de Economía de la PUCP
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del hambre. El hambre se ha gatillado por el salto de la inflación de alimentos, que ha derrumbado el ingreso real de las familias vulnerables, que venía recuperándose a duras penas de los dos años de pandemia. El hambre puede prolongarse, porque los fertilizantes están caros y escasos, lo que amenaza la producción agrícola de este y los siguientes años. La crisis tiene un origen internacional, pero el hambre tiene un origen peruano.
Por diversos motivos (secuelas de la pandemia, políticas expansivas, invasión de Rusia a Ucrania), la inflación mundial está en su nivel más alto desde 1995. En el Perú, en mayo, la inflación anual del IPC ha sido de 8% y la de alimentos de 14%. Son las tasas más altas del último cuarto de siglo.
Cuando más pobre es una familia, mayor es la fracción del ingreso destinada a los alimentos; por lo que esta inflación afecta más a los pobres. Según el INEI, el ingreso promedio mensual nominal de la población ocupada en el trimestre febrero-abril de 2022, está por debajo de sus niveles de 2019 y 2020. Con los precios subiendo por ascensor, el poder de compra de las familias está derrumbándose: es el camino al hambre.
Pero hay una amenaza mayor para el hambre en este año, y los siguientes: el alza del precio de los fertilizantes que se agravó con la invasión rusa a Ucrania. Rusia es el mayor exportador de fertilizantes en el mundo y es el principal proveedor de fertilizantes del Perú; nos provee alrededor del 70% de urea, el principal fertilizante utilizado aquí. En el último año, el precio de la urea se ha duplicado y, al mes de abril, según el BCRP, la importación de fertilizantes químicos ha sido 79% de lo que usualmente se importa durante los cuatro primeros meses del año.
Sin embargo, esta inflación internacional, durísima, no debe provocar el hambre en el Perú. Primero, porque nuestro país es un exportador neto de productos de alimentos y, como tal, puede beneficiarse de la inflación alimentaria. Segundo, la inflación mundial ha contribuido a una elevación en la recaudación tal que la falta de recursos no es un problema.
Sobre lo primero, la inflación alimentaria le conviene a los agricultores que exportan, que producen importables o productos sustitutos a estos. Por ejemplo, el precio del café, un exportable, y el trigo, un importable, son hoy casi el doble del nivel de hace un año. Estos productores están haciendo ganancias, y pueden comprar los fertilizantes caros. De ellos no hay que preocuparse.
El panorama tampoco es muy gris para los agricultores que producen sustitutos de los exportables o importables. Al encarecerse estos, la demanda se desvía hacia aquellos, elevando sus precios. Como ejemplo, en mayo, la inflación anual del rubro tubérculos, hortalizas y legumbre fue de 19% y la del rubro azúcar y otras presentaciones de 54%.
El problema agrario se concentra entonces en la pequeña agricultura familiar para quienes, a los precios actuales, es imposible acceder a los fertilizantes. Para ellos, el hambre está a la vuelta de la esquina, si no ha ingresado ya a sus hogares.
“Si una buena parte de la agricultura no va a requerir del apoyo gubernamental, si hay recursos públicos, ¿por qué no se hace nada sustantivo para evitar el hambre de los pobres del campo y la ciudad?”.
La amenaza mayor del hambre, sin embargo, es para los pobres de la ciudad. La inflación alimentaria derrumba sus ingresos y les impedirá acceder a una canasta básica de subsistencia: hambre a la vista.
Por otro lado, sobre lo segundo, la inflación internacional contribuye a elevar la recaudación de impuestos. Cuando sube el precio del cobre, los productores tienen más beneficios y pagan más impuesto a la renta. Cuando sube el precio del petróleo, por el arancel, el IGV y el ISC, el gobierno recibe también más recursos. Eso está pasando: el ingreso tributario del Gobierno General en enero-abril de este año, S/ 62,267 millones, es el más alto de la historia. Recursos públicos hay.
Si una buena parte de la agricultura no va a requerir del apoyo gubernamental, si hay recursos públicos, ¿por qué no se hace nada sustantivo para evitar el hambre de los pobres del campo y la ciudad? La solución de este enorme problema aparece a la vista. En lo sustantivo, hay que asignar bonos a los pobres de la ciudad y el campo, y hay que comprar y repartir los fertilizantes para los pobres del campo. Para este propósito mayor, recursos fiscales sobran: no al hambre en un país rico.
La mala noticia es que esto que parece sencillo es muy difícil de implementarse rápido y bien. Se necesita de un aparato público sofisticado, cohesionado y honesto, con un capitán como Gareca que los dirija. El subsidio a los pobres del campo y la ciudad, y la compra y repartición de fertilizantes a los campesinos pobres es hoy quizá tan importante como lo fue la compra y la aplicación de vacunas en su momento.
¿Hay algo que se le puede pedir al presidente Castillo para avanzar en esta dirección? Lo que hizo el presidente con Petroperú, al despedir al directorio que estuvo a punto de quebrar la empresa, al poner en riesgo la presentación de los estados financieros auditados de la empresa, y gatillar la opción de que los acreedores soliciten la devolución adelantada de US$ 4,300 millones de dólares, es un ejemplo de que, cuando se quiere, se puede. El reemplazo de los ineptos por gente que sabe su oficio impidió la quiebra de la empresa estatal más grande del Perú.
El tema del hambre es muy serio. ¿Castillo puede hacer con su gabinete, lo que hizo con Petroperú, y quedarse solo con los capacitados para luchar contra el hambre, que es la prioridad actual? Si no puede hacer eso, ¿puede ofrecerle otra solución al país?