
Escribe: José Ricardo Stok, profesor emérito del PAD, Escuela de Dirección de la Universidad de Piura
El mes pasado hablábamos sobre la verdad, la importancia de su vigencia y la gravedad de lo que implica su ausencia o distorsión.
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Veamos ahora su aplicación en el mundo de los negocios y la actividad comercial: es allí donde se desenvuelve casi todo el mundo, ya sea como trabajadores, proveedores o clientes. Por tratarse de relaciones de intercambio, siempre existirán asimetrías y diferencias: los trabajadores ponen su talento, capacidades y esfuerzo recibiendo a cambio una retribución; los proveedores ofrecen sus productos o servicios y esperan el pago correspondiente; los clientes pagan por recibir algo que esperan que satisfaga sus necesidades.

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En muchas de estas relaciones existen normas legales o regulativas que establecen mínimos o parámetros de intercambio; pero estos no siempre son justos. La justicia como concepto moral o ético está más allá de lo legal. Las normas sirven para marcar un mínimo de responsabilidades y evitar asimetrías de poder o de circunstancias. Y suelen ser generales, por lo que conciernen a todo el ámbito de una actividad comercial, dejando de tener en cuenta las peculiares características de cada una de las empresas.
Desde luego, no es posible ni razonable pretender regular todo, ya que iría en detrimento de la libertad individual. Por ello, es frecuente que se establezcan contratos y convenios entre las partes, ya sean paritarios o de adhesión; allí se determinan los mecanismos para dirimir las discrepancias —en juicios o arbitrajes—. Y todos sabemos el alto costo económico, de tiempo y de malos ratos que implican.
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En las relaciones de intercambio, ¿por qué se dan diferencias entre lo convenido y lo realizado? Pocas veces será por errores, imprevistos u otras dificultades exógenas. Lamentablemente, lo frecuente en esos casos es la ausencia de la verdad y la presencia de la mentira —al desnudo o disfrazada de excusas o eufemismos—. Es penoso constatar que se miente mucho en la vida empresarial; hay engaños, incumplimiento, falta de consideración; socapa de justificar errores, tapar envidias y mezquindades, se pretende imponerse o sacar provecho a costa de la debilidad o necesidad del otro. La búsqueda de cuotas de poder obnubila la razón y la conciencia, y arrasa inmisericorde con lo que le parezca que pudiera oponerse.
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Es necesario decir que la palabra de un caballero no ha caído en desuso, que el apretón de manos es suficiente para sellar un acuerdo, que la nobleza y la lealtad son cualidades que dignifican a las personas. Esto no es romanticismo. Basta ver en qué terminan los corruptos; basta conocer el costo de la mentira, que siempre será mucho más alto que el costo de decir la verdad y actuar conforme a ella.
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Los directivos tenemos el deber de velar porque las relaciones con los trabajadores, proveedores y clientes estén guiadas por la verdad y la justicia, y no ceder a conveniencias efímeras.

Profesor emérito del PAD, Escuela de Dirección de la Universidad de Piura.