
Escribe: Joswilb Vega, Chief Investment Officer de Profuturo AFP.
En 1817, David Ricardo publicó Principios de economía política y tributación, donde afirmaba que los países debían concentrarse en producir aquellos bienes y servicios en los que fueran más eficientes, y adquirir de otros aquellos que produjeran de manera menos eficiente. Así, Ricardo amplió la noción de ventaja absoluta propuesta por Adam Smith, introduciendo el concepto de ventaja relativa.
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Bajo esta lógica, y en la búsqueda de mayores retornos, las empresas comenzaron a localizar sus operaciones donde pudieran maximizar su eficiencia. La manufactura global se trasladó a Asia; Medio Oriente se consolidó como el principal proveedor de energía, y Brasil se posicionó como líder en la producción de soya.

Sin embargo, esta búsqueda de eficiencia generó una profunda dependencia global, la cual quedó claramente evidenciada durante la pandemia del covid-19 y que, en la actualidad, se ha convertido en un tema central y recurrente en los discursos políticos, poniendo cada vez más en riesgo el frágil y delicado equilibrio económico mundial.
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Para dimensionar esta fragilidad, basta observar que el 90% de los chips más avanzados del mundo se producen en Taiwán, y que las empresas de ese país controlan el 68% de la producción global de semiconductores. La revolución impulsada por la inteligencia artificial depende, en gran medida, de un solo país y, más aún, de una sola empresa: TSMC. Un terremoto devastador o una eventual invasión de Taiwán por parte de China pondrían en jaque el ecosistema tecnológico global.
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Construir una planta de producción de chips requiere entre tres y cinco años, con inversiones que oscilan entre US$ 20,000 millones y US$ 40,000 millones, dependiendo de su tamaño y complejidad.
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Por otro lado, cerca del 20% de la producción mundial de petróleo y una parte significativa del gas natural licuado (GNL) transitan por el estrecho de Ormuz, a la salida del Golfo Pérsico. Cualquier interrupción –ya sea por causas naturales, políticas o militares– dispararía los precios del petróleo y, si no se resuelve en cuestión de días, podría desencadenar un proceso inflacionario global con riesgo de recesión.
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Más del 25% del comercio mundial atraviesa el estrecho de Malaca, que conecta el océano Índico con el Pacífico. Esta ruta, la más corta entre Asia Oriental y Europa, es transitada por más de 90,000 buques al año, los cuales transportan productos manufacturados desde Asia al resto del mundo.
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Para profundizar aún más en esta perspectiva, es importante recordar que el 90% del comercio global se moviliza por vía marítima, lo que convierte a los océanos en un eje central de la economía mundial. Son apenas 90,000 embarcaciones las que transportan petróleo, minerales, bienes manufacturados y, cada vez con mayor frecuencia, los codiciados chips, insumo esencial para la tecnología contemporánea y el desarrollo de múltiples industrias.
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Estos datos permiten comprender de manera más amplia, clara y detallada las tendencias económicas y geopolíticas que surgieron con fuerza tras la pandemia y que, de manera constante y cada vez más evidente, están moldeando, influyendo y definiendo el funcionamiento del mundo a lo largo de las próximas décadas.
Estamos transitando de un modelo globalizado, extremadamente interdependiente y eficiente, hacia uno más local, conformado por bloques pequeños unidos por intereses comunes. Este nuevo esquema económico busca controlar sus cadenas de suministro y sus mercados, lo que implica mayores costos, que se trasladarán a los precios de productos, servicios y tasas de interés.