
Escribe: Martín Mayandia, socio de Petra Legal
Hace pocos días, la Cámara de Comercio de Lima rindió homenaje al mayor bastión de la economía peruana, Julio Velarde, alguien cuyo nombre es sinónimo de estabilidad macroeconómica por los últimos 19 años; alguien a quién los peruanos dábamos por sentado. Bueno, pues, en sus propias palabras, eso está por acabarse, y la coyuntura no nos acompaña (vistas las futuras elecciones y que el nuevo presidente del Perú propondrá al nuevo presidente del BCR).
Como señaló Velarde, el mayor activo del Perú es su estabilidad macroeconómica, y citó “He visto en los años 90 pensionistas que comenzaron con ingresos mayores a mil dólares y terminaron cobrando tres o cuatro. Esa es la gravedad de una inflación descontrolada”. Es gracias a él y a su equipo que el Sol se ha vuelto una moneda “dura” y, en algunos casos, refugio como sucede ahora mismo en Bolivia.
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Ahora bien, reiteramos, todo lo que construyó Julio Velarde y su equipo se podría acabar en esta coyuntura por malas decisiones políticas, con su retiro y las consecuencias de las elecciones presidenciales, que están a la vuelta de la esquina. Una mala elección del presidente del BCR diría adiós a 19 años de estabilidad monetaria y daría la bienvenida a la inflación; podríamos volver a ser el Perú de finales de los 80, o la reciente Argentina, o Venezuela quizás, ya no digamos Bolivia. Pero la principal víctima de este problema serán los más pobres del país, porque siempre la inflación es un problema para los más pobres (no para los más ricos), pues la inflación es un impuesto regresivo.
Aunque no somos Keynesianos, ya en 1923, J.M. Keynes dijo “la inflación es un gravamen sobre las tenencias de dinero de hogares y empresas”. Pero la inflación tiene consecuencias distributivas y ya veremos por qué.
Así, los más ricos tienen más posibilidades que los pobres de sustituir moneda local por otros activos (inmuebles, monedas duras, entre otros) que resguarden el poder adquisitivo de su dinero. De esta manera, ante una aceleración inflacionaria, las personas de mayores ingresos logran eludir el impuesto inflacionario en mayor medida que la población vulnerable.
Siguiendo esta lógica, mientras que, por una parte, la inflación puede crecer de forma aritmética o geométrica, los ingresos reales de las personas no tienden a equipararse de la misma manera, perdiendo estas poder adquisitivo y de ahorro, erosionándose su calidad de vida (sobre todo en las clases menos favorecidas).
Si lo ponemos en términos aún más simples, las familias más pobres destinan más del 50% de sus ingresos a cubrir la canasta básica (medida en términos del IPC) mientras que las familias más ricas únicamente destinan el 20% de sus ingresos en cubrir la misma canasta básica; en tal sentido, si la inflación aumenta, esta afecta más a quienes menos tienen, pues carcome la base de la pirámide del consumo y no la cima de esta.
Otra de las formas en las que se ve afectada la gente que menos tiene es en el ahorro. Al erosionarse la capacidad de consumo, corresponde reducir el ahorro para compensar la pérdida de la capacidad de consumo reduciéndose ambas.
De hecho, los economistas Ahumada, Canavese, Sanguinetti y Sosa (1993) demostraron que, durante el pico de hiperinflación de 1989 en Argentina, “la incidencia del impuesto inflacionario sobre las tenencias de M1 (billetes y cuentas corrientes) respecto del ingreso de los más pobres llegó a triplicar la del quintil superior de ingresos.”
De igual forma, Ariel Coremberg y otros del el Centro de Estudios de la Productividad (…) demostró que también en Argentina, para el periodo comprendido entre el 2016 y el 2023, “el impuesto inflacionario pagado por el decil más pobre cuadruplicaba al del decil de ingresos más alto, llegando incluso a quintuplicarse durante la hiperinflación de 2023.”
Lo anterior quiere decir que la inflación, al funcionar como un impuesto regresivo, genera que todos pierdan poder adquisitivo por el dinero en efectivo que tienen a la vista (sea en mano o en cuentas corrientes no remuneradas o remuneradas a tasas más bajas que la inflación), pero que los que menos tienen pierdan proporcionalmente mucho más, ya que su riqueza y liquidez están casi totalmente en efectivo; por eso, el impacto relativo (sobre sus ingresos), puede ser hasta de tres a cinco veces mayor respecto de los que más tienen.
En ese contexto, surge la pregunta: ¿qué queremos para nuestro país? ¿19 años más de estabilidad macroeconómica? ¿O, un futuro incierto? Lo importante en este momento es recordar que, dentro del propio BCR, existen cuadros capaces de suceder al actual presidente en su cargo. Solo hace falta la sabiduría y ecuanimidad para elegirlo.
Cerramos esta nota nuevamente con las palabras de Velarde, en las cuales le desea a su sucesor que mantenga una inflación igual o menor a la de los países mejor gestionados del mundo.