
Escribe: Omar Mariluz, director periodístico de Gestión
Se imaginan que Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva (BCR), hubiese aparecido en un mensaje a la nación junto a los ministros de Estado para defender, no a la economía del país, sino al hermano de la presidenta Dina Boluarte —que ni siquiera es funcionario público—. La sola imagen suena absurda, pero si alguna vez llegara a ocurrir, el dólar estaría hoy en 7 soles, la inflación disparada y nuestras reservas internacionales vaciándose como agua en colador.
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Ese escenario, afortunadamente ficticio, sirve para recordarnos algo elemental: la autonomía del Banco Central ha sido el salvavidas del Perú en medio de gobiernos mediocres y crisis políticas interminables. Y también, que Velarde jamás aceptaría una humillación de ese tipo con tal de mantener un cargo.

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El propio presidente del BCR lo recordó esta semana al recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de Lima: “La autonomía (del BCR) es algo que debe defenderse permanentemente”. Y no exagera. Gracias a esa autonomía, el Perú ha logrado mantener la inflación bajo control durante más de dos décadas, con una de las tasas más bajas de la región entre los países con moneda propia.
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Porque, conviene decirlo claro, la estabilidad de precios no cayó del cielo ni es mérito de un gabinete ministerial. Se debe a un Banco Central blindado de los caprichos políticos, manejado con criterio técnico y con un presidente que entiende que el poder adquisitivo de las familias vale más que cualquier discurso populista.
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Esto no significa que los intentos de socavar esa autonomía no existan. Desde el Congreso y el Ejecutivo siempre aparecen “geniales” iniciativas: desde rediseñar los símbolos patrios en las monedas como si eso diera de comer, hasta propuestas más oscuras como obligar al BCR a comprar oro para favorecer a mineros ilegales. Ideas que, de prosperar, habrían terminado con la inflación haciendo trizas el salario mínimo y los ahorros de millones de peruanos.
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El problema es que la historia nos enseña que la autonomía del Banco Central nunca está garantizada. Basta ver a Bolivia, donde el gobierno metió mano y hoy el dólar paralelo vale casi el doble que el oficial. O a la Venezuela de Maduro, que convirtió su banco central en imprenta de bolívares sin valor. O la Argentina de los Kirchner, donde el Banco Central dejó de ser un regulador serio para convertirse en la caja chica de la política. El resultado: pobreza masiva y monedas que ya no valen ni como recuerdo.
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Por eso la pregunta que deberíamos hacernos rumbo al 2026 es directa: ¿qué piensa hacer cada candidato con el BCR? No bastan discursos sobre “crecimiento con inclusión” o “soberanía económica”. Queremos compromisos claros de que respetarán su autonomía. Sí, es cierto que los políticos mienten, y lo hacen siempre, pero al menos los ciudadanos debemos aprender a exigir respuestas y a desconfiar de quienes intentan disfrazar su voracidad bajo banderas patrioteras.
Defender la autonomía del Banco Central es, en última instancia, defender nuestra propia billetera. Es garantizar que el pan no cueste el doble en un mes, que los ahorros no se esfumen, que la pobreza no avance a zancadas. El día que un gobierno logre capturar al BCR, no habrá Julio Velarde que nos salve: ese día el país entero será más pobre.