Escribe: Enrique Castillo, periodista
Las acciones ejecutadas por este Gobierno durante los últimos meses, los pocos cambios ministeriales, y los últimos acontecimientos que involucran a varios miembros del gabinete, pueden generar una serie de consecuencias que todavía no se analizan.
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Las primeras declaraciones del ministro de Economía, José Salardi, han sido bastante auspiciosas, y se ha esmerado en tratar de mostrar un cambio de actitud desde el MEF, corrigiendo varios de los yerros que se le atribuyen a su antecesor, pero que es obvio que fueron compartidos y/o ¿dictados o promovidos? Desde el más alto nivel del Gobierno.
A partir de esas declaraciones y mensajes, que a muchos les ha sonado a gratas melodías, es válido preguntarse si lo expresado por el nuevo titular del jirón Junín es un reconocimiento de los errores y una rectificación de parte del Gobierno, así como un sincero propósito de enmienda.
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Estamos ante un Gobierno que atraviesa una delicada situación de inestabilidad e incertidumbre, y de un aislamiento político sin precedentes, el mismo que solo puede tratar de aliviar repartiendo dinero y cediendo a las exigencias del Congreso, de los gobiernos regionales y locales que le juran amistad y apoyo solo cuando reciben dinero, de los “waykis”, y de las empresas “estratégicas” como Petroperú.
Y, por otro lado, el Gobierno ha creído siempre que va a evitar la vacancia presidencial o la censura de ministros si no le hace problemas al Parlamento, por lo que no se ha opuesto a sus iniciativas, no ha observado las leyes antitécnicas y/o populistas que salen del Congreso, ni ha cuestionado su promulgación por insistencia.
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¿Va a cambiar el Gobierno esta actitud condescendiente y generosa?, ¿tiene el titular del MEF todo el respaldo de la presidenta y del Gobierno para llevar a cabo ese cambio?, ¿puede el ministro hacer ese cambio y ponerle seguro a la caja en esta situación y en época preelectoral?, ¿todos los ministros están alineados con esa nueva ruta?, ojalá, todos esperamos que así sea, aunque casos tan recientes como el de Legado nos hacen dudar.
Otro tema, pero en sentido contrario, es el de la Cancillería. Un ministro de Relaciones Exteriores –Elmer Schialer– que hizo su aparición con un manejo escrupulosamente diplomático, y que rápidamente se metió en problemas por una declaración sobre la situación en Venezuela, parecía reencaminarse y haber adquirido una cierta experiencia como para manejar su sector, técnica y profesionalmente.
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Sin embargo, de un momento a otro sale ante la opinión pública para defender lo indefendible, la posible designación como embajador de un exministro que tuvo que dejar el gabinete en medio de una serie de cuestionamientos y acusaciones de grueso calibre, e investigaciones serias, y que tiene que responder ante la Fiscalía y ante el Congreso.
Poco le importa al canciller la imagen internacional del país al defender la posible designación como representante del Perú de una persona cuestionada e investigada, así como las consideraciones profesionales y éticas; y más parece preocuparle el cumplir con el compromiso o la promesa que quizás esté de por medio, o el cubrir a un excolega del gabinete por especial encargo de “arriba”.
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Es obvio que el canciller, si se concreta esta designación, da varios pasos atrás. Quizás hubiera sido mejor dar pasos al costado, antes de defender públicamente esta situación.
¿Tiene el canciller el respaldo de Torre Tagle como institución?, ¿se da cuenta del problema político que puede generar?, ¿es consciente de que una designación de esta naturaleza no va a terminar con el viaje del flamante embajador a Roma?
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Y el tema final es el del ministro del Interior, Juan José Santiváñez. Su actuación es cada vez más protagónica, aunque cada vez parece más un ministro de Justicia. Y a pesar de todos los cuestionamientos que genera, sigue teniendo el respaldo de la presidenta y del primer ministro. La pregunta es si ese respaldo también lo tiene de todos sus colegas en el gabinete.
En el Congreso faltaban muy pocas firmas para una moción de censura. Obviamente esto no asegura nada, y lo más probable es que algunos retiren su firma o finalmente no se alcancen los votos para esa censura por presión del Ejecutivo o por arrepentimientos de última hora.
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Pero no se puede soslayar que el ministro del Interior está convirtiéndose ya en la manzana de la discordia entre el Ejecutivo y el Legislativo, y entre el Ejecutivo y muchos sectores más.
Más allá de las cifras cuestionadas o no, y de los argumentos y explicaciones, es obvio que ya casi nadie respalda al ministro, y los que por interés lo defendían, ya no saben cómo ponerse de costado. Solo la presidenta Dina Boluarte y ¿todo? el gabinete lo defiende.
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Solo hasta aquí, tres versiones de un mismo Gobierno, ¿Qué consecuencias generarán?
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