
Escribe: Santiago López, director para América Latina y el Caribe del Consejo Internacional de Asociaciones de Bebidas.
En una época marcada por críticas profundas al multilateralismo y crecientes dudas sobre su impacto real en el día a día de las personas, el sistema internacional se enfrenta a una oportunidad clave para reafirmar su sentido práctico.
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En las próximas semanas, los estados miembros de la ONU se reunirán para la última ronda de negociaciones del Comité Intergubernamental de Negociación del Tratado contra la Contaminación por Plásticos. Esta iniciativa, considerada el instrumento ambiental más ambicioso desde el Acuerdo de París —que sentó las bases para limitar el calentamiento global y establecer compromisos en materia de reducción de emisiones—, busca establecer un marco jurídicamente vinculante para poner fin a la contaminación por plásticos a escala global.
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De la economía lineal a la circular: un cambio estructural
Este tratado no solo representa una oportunidad ambiental sin precedentes, sino también un paso decisivo hacia un modelo económico más justo, resiliente y circular. A diferencia de la economía lineal tradicional —que se basa en extraer, producir, consumir y desechar—, la economía circular propone mantener los materiales en uso durante el mayor tiempo posible, reduciendo al mínimo la generación de residuos y evitando que estos se conviertan en desperdicio. Es un enfoque que apuesta por rediseñar productos para que puedan ser reciclados, reutilizados o compostados, cerrando así el ciclo de los recursos y reduciendo la dependencia de materias primas vírgenes.

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¿Qué propone el tratado contra la contaminación por plásticos?
El objetivo del tratado es claro: proteger la salud humana y el medio ambiente —incluidos los ecosistemas marinos— frente a los impactos derivados de la mala gestión en el uso y disposición de los plásticos. Pero su ambición va más allá: propone atacar todas las fuentes de contaminación, promoviendo soluciones integrales que incluyan el rediseño de productos, la innovación en modelos de reutilización, el impulso al reciclaje y la inversión en infraestructura para una gestión adecuada de los residuos, adoptando un enfoque basado en los derechos humanos, particularmente en lo que respecta al trabajo de los recicladores del sector informal.
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Un marco global que dinamiza economías
Un marco global armonizado traerá claridad normativa, reducirá los costos asociados a la fragmentación regulatoria y facilitará la planificación de inversiones en los mercados. Hoy, los requisitos dispares y, a menudo, contradictorios entre países dificultan el cumplimiento normativo, elevan los costos operativos e incluso generan interrupciones en las cadenas de suministro, así como barreras técnicas al comercio internacional, afectando especialmente a pequeñas y medianas empresas.
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Empleo, inversión y modernización productiva
Un tratado global tiene el potencial de dinamizar las economías nacionales. Establecer reglas claras podría estimular la demanda de materiales reciclados, fortalecer las industrias locales de reciclaje, abrir oportunidades para reinsertar estos materiales en nuevos empaques o cadenas de exportación, y generar empleo en la recolección, clasificación y transformación de residuos. Además, facilitaría la atracción de capital y nuevas inversiones, especialmente si se incorpora un marco adecuado para políticas como la Responsabilidad Extendida del Productor, que permite a las empresas —en conjunto con las autoridades gubernamentales y los consumidores— contribuir al desarrollo de sistemas de recolección y reciclaje de manera eficiente y sostenible.
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Desde la industria de bebidas, respaldamos este proceso de negociación. Un tratado global sobre plásticos no es solo una herramienta ambiental: es un catalizador de desarrollo, de equidad y de modernización productiva. Es, sobre todo, una oportunidad que no podemos dejar pasar.