
Escribe: Luciano Macías, gerente general de Terpel Perú & Terpel Ecuador
El sector energético atraviesa una transformación sin precedentes. Impulsada por la necesidad urgente de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, esta transición no solo implica la sustitución progresiva de fuentes fósiles por energías renovables, sino también una revisión profunda de los procesos industriales, los modelos de negocio y las tecnologías que sostienen la cadena de valor energética.
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En esta nueva etapa, la sostenibilidad ya no es un complemento: es un eje central. Las industrias demandan soluciones que les permitan operar con mayor eficiencia, reducir su huella ambiental y, al mismo tiempo, mantener su competitividad. Esto ha abierto paso a una revolución silenciosa pero efectiva: la innovación aplicada a la eficiencia operativa.
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La transición energética no es un cambio exclusivamente tecnológico: es también político, económico y geoestratégico. Según el más reciente reporte de la Agencia Internacional de Energía (AIE), en el 2024 la demanda global de energía creció 2.2%, y la demanda de la electricidad se incrementó 4.3%, el doble del promedio de la última década. Este salto está impulsado por el uso creciente de sistemas de climatización ante eventos climáticos extremos, la electrificación del transporte y el auge de la inteligencia artificial (AIE, 2024).
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Pese a este crecimiento de energías limpias, las emisiones de CO2 del sector energético también aumentaron, alcanzando un récord de 37.8 gigatoneladas, 0.8% respecto al año anterior. No obstante, la propia AIE estima que las tecnologías limpias desplegadas desde el 2019 –entre ellas energía solar, eólica, vehículos eléctricos y bombas de calor– evitaron 2.6 gigatoneladas de emisiones, equivalentes al 7% del total global (AIE, 2024). Esto muestra que el esfuerzo tecnológico está dando resultados, pero aun no a la escala requerida.
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En América Latina, donde el potencial renovable es excepcional, el panorama sigue siendo heterogéneo. Países como Chile han logrado que más del 35% de su energía provenga de fuentes solar y eólica, mientras que otros, altamente dependientes de la renta petrolera, enfrentan una transición más lenta. En este escenario desigual, el concepto de “transición asimétrica” cobra especial relevancia: una transición que avanza a diferentes velocidades y bajo distintos intereses estructurales.
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La dinámica global del poder energético también se está reconfigurando. Las National Oil Companies (NOC), es decir, las empresas petroleras estatales, controlan actualmente cerca del 90% de las reservas probadas de petróleo y gas en el mundo. Este dato refleja un cambio radical frente al siglo pasado, cuando las grandes multinacionales privadas dominaban el sector. Hoy, compañías como Saudi Aramco, CNPC o Petrobras son actores centrales en la ecuación energética, no solo como proveedores de crudo, sino como financiadores de megaproyectos que definen los términos de la transición energética.
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El futuro del sector dependerá de su capacidad para integrar todas estas variables en una visión sistémica. Esto implica colaboración entre actores públicos y privados, marcos regulatorios que incentiven la innovación, y una apuesta decidida por la investigación y el desarrollo. Pero también requiere una mirada pragmática: la transición energética será gradual, con un mix diversificado de fuentes y tecnologías que deben convivir de manera eficiente y responsable.