Director independiente de empresas
“La política es un tema muy serio que no se puede dejar en manos de los políticos”.
Esta frase del general y expresidente francés Charles De Gaulle nos enseña que la población de un país tiene el derecho, pero también el deber, de participar activamente en política.
Esta es una característica de los países más desarrollados. En ellos, los empresarios, los gremios, los estudiantes, las fuerzas armadas y, en general, todos los que eligen representantes por medio del voto, participan activamente en la marcha del país.
Por su parte, los políticos elegidos tienen el deber de actuar como verdaderos representantes de la población, la cual les paga el sueldo a través de los impuestos. Por lo tanto, tienen el derecho de vigilarlos, cuestionarlos y hasta revocarlos, según sea su desempeño.
En los países menos desarrollados como el nuestro, sucede lo contrario. La población es indiferente, inclusive en el proceso electoral. De esto se han aprovechado los políticos para tomar al Estado por asalto y enfocarse en sus propios objetivos, sin importarles quién les otorgó dicho poder.
Esto ha devenido en una creciente corrupción y abuso del poder, gracias a la impunidad, pero también a la falta de involucramiento del resto de la población.
Todos sabemos que el Perú es un país que posee grandes riquezas y que los buenos peruanos somos emprendedores y esforzados trabajadores.
Prueba de esto es que el país se ha podido levantar de varias crisis con asombrosa rapidez, como la de los años ochenta. En esa oportunidad dimos un gran ejemplo de recuperación a nivel mundial. Se logró tener el mayor crecimiento y los mejores indicadores económicos de la región. También se duplico la clase media y se redujo la pobreza del 60% al 20%.
Entonces nos preguntamos: ¿Por qué, teniendo recursos y capacidades, no podemos mantener el rumbo y nos hacemos el harakiri?
La respuesta es la frase de De Gaulle, la cual no se ha seguido y, por ende, se ha dejado al país en manos de los políticos. Estos, a su vez y en base a una creciente crisis moral, han generado una corrupción generalizada, que hoy nos carcome y nos empuja al abismo.
Ellos son culpables directos, pero nosotros (la población) lo somos igualmente, porque lo hemos permitido con nuestra vergonzosa indiferencia.
Algunos ejemplos relevantes de esta complicidad por omisión incluyen a los empresarios y sus gremios, que gozaron de la bonanza económica, sin importarles mayormente la sostenibilidad, ni la solidaridad.
También la juventud, que a diferencia de los lustros anteriores donde tomaban la iniciativa, han preferido permanecer pasivos. Igualmente las FF.AA., salvo honrosas excepciones, que no se han comportado a la altura de su valentía histórica y han permitido ser manipulados por los políticos.
“No solo es culpable quien comete un delito, sino también quien permite que este se cometa”.